Llevábamos varios años de relación en nuestra alma; cultivábamos una amistad bella, limpia, verdadera, como brotada desde nuestros ancestros más íntimos pero, vivíamos en países distintos y, el destino, todavía, no había confabulado para que pudiéramos encontrarnos. Bien es verdad que, nuestra magia, de forma recíproca, nos la habíamos entregado por completo. Es cierto que, lo mejor de nosotros mismos, nuestro cariño inmaculado, nos lo habíamos entregado sin remisión; teníamos firmado un pacto de amistad que, nada ni nadie podría romper.
Estoy haciendo un retrato de una mujer bellísima que, con fortuna para mí ser, como explico, un día de la vida me entregó su amistad, sin duda alguna, su tesoro más bello. Se llama María Corbacho, es de Tolulouse, de origen español aunque, sus padres, como explico, hace muchos años recalaron en Francia. Aficiones comunes lograron el milagro de nuestra amistad puesto que, tras “encontrarnos”, ambos sabíamos que nos fascinaba la fiesta de los toros que, irremediablemente, en breves momentos, se convirtió en el nexo de unión para que, juntos, sintiéramos las emociones más indescifrables que dicha fiesta podría entregarnos. María, si se me permite la expresión, es más torerista que torista mientras que, quien suscribe, anhela la autenticidad del toro; sea como fuere, a base de respeto, supimos forjar este binomio de nuestra amistad que, como explico, permanece intacta tras tantos años de vivencias.
María Corbacho es una señora licenciada en ciencias exactas y desempeña un alto cargo en la administración francesa. Pero no es menos cierto que, su pasión, los toros, le llevaron a escribir las crónicas más bellas a favor y honor de los toreros a los que admira y, desde su corazón, plasmar líneas inolvidables; María no pretende criticar a nadie y, esa es su grandeza; sólo, si acaso, le apasiona relatar lo que su corazón ha sentido, lo que sus ojos han visto para uso y disfrute de su alma. Se trata de una aficionada cabal que, sin más pretensiones que las brotadas de su corazón, se reafirma en sus letras y, en tantas ocasiones, con su cámara puesto que, además de narrar, ha inmortalizado a decenas de toreros con sus imágenes llenas de plasticidad, arte y encanto. María Corbacho colaboró en nuestra casa desde el primer día que vimos la luz; una pena que, problemas de índole personal y profesional, le impidieran seguir con nuestra maravillosa aventura periodística. Sea como fuere, ella sabe cómo la quiero; cómo la queremos todos los que fuimos sus compañeros.
Pese a la distancia, con sus letras e imágenes, he vibrado en muchas ocasiones con tan singular mujer, guapa hasta decir basta y un ser humano encantador. Llevábamos mucho tiempo “tramitando” lo que sería nuestro encuentro físico. María añoraba que nos encontrásemos en Alicante, mi tierra natal y, a su vez, la tierra que ella vivió durante su niñez. En su mente y en su corazón, tras el paso de los años, todavía albergaba las imágenes que, de niñita le cautivaron; las modas de la época, el entorno, las calles alicantinas, aquel tranvía, las costumbres, les fogueres de San Joan; todo su ser seguía impregnado de tantos recuerdos que, en ocasiones, al rememorarlos juntos, hasta brotaban de sus mejillas, las lágrimas que certificaban la veracidad de todo lo que había sentido y vivido en aquellos años.
A veces, para encontrarnos, le contábamos nuestros planes a Dios y él se reía; es decir, diversas circunstancias nos habían impedido encontrarnos de forma física y, sin embargo, el destino que a veces es cruel, en este año de gracia para nosotros, ha querido que nos encontrásemos en Alicante y, de forma muy concreta, dentro de su plaza de toros, el coso de la plaza de España que, sin duda alguna, es testigo de efemérides inolvidables. Como era presumible, María, al verme y abrazarnos, no pudo contener sus lágrimas; era tanta la emoción que estaba sintiendo que, sus ojos lloraron de placer. Por fin, dos amigos queridos como nosotros lo somos, teníamos el placer de encontrarnos y, a su vez, fundirnos en un entrañable abrazo que sellaba una vez más el gran pacto de nuestra amistad.