La gran verdad de la fiesta taurina empieza, como se demostró en la penúltima corrida de la feria de San Isidro, cuando en la arena apareen toros y toreros. Corrida astifina y bien presentada de Adolfo Martín, de comportamiento dispar, pero con toda la verdad por delante, precisamente, en un espectáculo en el que, el toro, suele fallar más de lo debido y, esta feria ha sido una muestra lo que digo. Los toros de Adolfo han dado la medida de un espectáculo inigualable al que ningún reparo se le puede poner. Unos valieron más que otros pero, la emoción y la verdad, estaban patentes en el ruedo de Madrid. Y, cuando las cosas se hacen de verdad, a partir de ahí, el respeto, debe ser una ley. Posiblemente, algún sector de la plaza quizás no lo entendiera así; es lamentable porque, corridas como esta, verán pocas y, todo el que no la haya podido saborear, será la señal inequívoca de que no es buen aficionado. Igual que, los cicateros ante estos tres espadas, esos mismos, acuden a Aranjuez, por citar una plaza aledaña y se parten el culo con las figuras. Opiniones al margen, lo que en verdad valió, resultó ser la labor de los tres toreros que se jugaron la vida limpiamente; con la verdad de antaño y con el toro auténtico. Hasta su sangre se dejaron – dos de ellos- en el ruedo de Madrid. Había que demostrar que, a pesar de los años de alternativa de Liria y Encabo, quieren seguir siendo toreros y, ese era el grito desgarrado que clamaban en Madrid. Se unía a estos toreros, un hombre más joven pero que, como demostró, quiere vivir de su profesión, Javier Valverde es el chico.
Había toros y toreros y, eso, suena a milagro. No voy a entrar en detalles sin éste o aquel hubieran podido hacer mucho más; me temo que hicieron lo que debieron. Y me quedo con los tres. Quizás que, cada uno, a su manera, entendió a sus enemigos como en verdad merecían. No eran bueyes de carreta; pero tampoco eran la tonta del bote que suelen lidiar por ahí El Juli y sus huestes. Eran toros con la lección bien aprendida; toros que, al más leve error, echaban al torero al hule y, eso pasó con Pepín Liria y Luís Miguel Encabo. Un torrente de valor y sinceridad que, rara vez podemos contemplar en una corrida de toros. Ellos, Luís Miguel Encabo y Pepín Liria, acabaron en las manos del doctor García de la Torre, no sin antes, haber regado el ruedo de Madrid con la sangre honrada que hace honor a la profesión más bella del mundo. Alguien diría que, por haber fallado con la espada, se esfumaron logros más grandes; y quizás sea cierto. Aunque, pregunto yo: ¿Cómo se maneja una espada cuando tienes las carnes abiertas por una herida? Me temo que, todo lo que hicieron, antes y después de las cornadas, todo tuvo el fundamento de la verdad, por ello, sobran las demás apreciaciones. No hago distingos; me quedo con los tres toreros. El triunvirato, a su manera y cada cual, mucho me temo que, estuvieron por encima de sus enemigos. Javier Valverde resultó ser el único que pudo dormir en el hotel; sus compañeros ya estaban hospitalizados y operados de sus cornadas.
Aplausos de clamor para tres hombres honrados que, para nada les importó poner el riesgo sus vidas puesto que, como siempre dije, es el primer argumento que se le debe exigir a un torero. La épica y el valor, en estos hombres, formaron un binomio perfecto al que nada se les puede reprochar. Para colmo de los tres diestros y para comprobar la desdicha y miseria de la fiesta de los toros, ninguno de ellos estará presente en las ferias de España, aunque seguro estoy, les quedará, cuando se recuperen de las cornadas, el regusto de saberse honrados, cabales y francos en su profesión y con sus vidas, algo que no todos pueden decir, especialmente, los que torean todos los días.
Nos enteramos del gravísimo accidente de tráfico de Miguel Ángel Cuadrado, el compañero de El País y, la noticia nos consternó. Miguel Ángel resultó herido muy grave y, cuando escribo estas líneas, se debate entre la vida y la muerte. Terrible, pero cierto. Convengamos que, las cornadas a los toreros, de alguna manera, están controladas, pero los accidentes de tráfico, además de imprevisibles, las consecuencias pueden ser fatales.