|
|
Pla Ventura |
|
|
España |
[
12/09/2003 ] |
|
Cierto es que, cualquier lugar del mundo tiene su propio encanto pero, Sevilla, por razones inexplicables, contagia con su magia. Allí, en el corazón de Andalucía, todo es distinto. En Sevilla cabe todo el mundo y, mucho me temo, que el mundo sigue admirando a la una ciudad que, en su día, los árabes, llamaron Híspalis. Sus llanuras se rebozan de encanto; lo que en otros lares podría resultar monótono por la planicie de su extensión, en Sevilla queda como mágico. Tanto sus gentes como sus monumentos, todos, sin distinción, son motivo de orgullo para los nativos y de admiración para los visitantes. El centro neurálgico de la ciudad, un amalgama de sensaciones inexplicables, te lleva por esas calles estrechas, por esos recovecos singulares que, tus ojos, no alcanzan ver todo lo que en dicha ciudad queda escrito. Sevilla es, quiérase o no, otra forma de entender la vida; un modo diferente de vivir, de sentir y de soñar. Esta ciudad tiene la monumentalidad de sus edificios emblemáticos y, a su vez, la naturalidad del pueblo con sus casas bajitas, con sus calles estrechas, con sus comercios de antaño que, ni las grandes tiendas comerciales han podido eclipsar. En Sevilla queda, como en pocas ciudades, el sabor de lo auténtico; vives o paseas por la gran ciudad y, a su vez, sientes que estás en un pueblo hermoso que, dividido por el rio Guadalquivir, cobra un encanto maravilloso. Su Plaza de España, monumento a la originalidad, belleza incontenida para el visitante y estandarte para los sevillanos, a la verita del Parque de Maria Luisa, forman y resultan, la expresión más bella de la Sevilla auténtica, como ese lugar soñado que, al visitarlo, sientes que has entrado en otro mundo, en un paraíso inexplicable en el que, el revoloteo de las palomas en derredor de estos lugares, es el síntoma inequívoco de que, la magia y la luz se han hecho presentes. Desde esa plaza, un recorrido en calesa por el mismo Parque de María Luisa, se respira el aire puro, el aire perfumado de un lugar en el que, una vez dentro, todavía cree uno que la paz y la felicidad, siguen siendo posibles. Sevilla es luz, magia, paz, encanto y hermosura. Una calesa, como en tiempos pretéritos, te puede llevar hacia el corazón de la ciudad y, a su vez, soñar despierto, pensar que, la vida, en Sevilla, sigue siendo como antaño. Paseas con el coche de caballos y sientes que no corre el tiempo, que los relojes se han parado y que eres dueño de todo el tiempo del mundo. Las crines de los caballos se mueven con acompasado trote, burlando, a su vez, las acometidas de las fieras de hierro como son los coches, vehículos que, cuando montas en calesa, llegas hasta despreciarlos puesto que, en aquel momento, sientes vivir de otra forma, irremediablemente, de la manera que todos soñamos y que, la cruel civilización, nos ha abocado hacia un mundo vacío de contenido y sumido en la miseria de las prisas. En Sevilla, como explico, todavía se puede vivir soñando. Contemplar la belleza de su catedral, la fastuosidad de la Giralda en el corazón de la ciudad, como la Torre del Oro junto al río Guadalquivir, monumentos que le dan a esta Híspalis eterna, el grado de belleza del mundo. La belleza de todos los edificios que se construyeron con motivo de la Exposición Universal de 1.929 guardan, eternamente, en encanto colonial de la época puesto que, en aquellos años, para tal evento, se construyó un edificio para cada país de Hispanoamérica, quedando, de forma eterna, perpetuado el recuerdo de aquellas tierras queridas. Ahora, dichos edificios, de distinto uso, entre ellos, el Teatro Lope de Vega, amén de otras actividades del conjunto restante de dichos edificios. Sevilla, además de poseer, como las ciudades más bellas del mundo, un río que la surca, ostenta el galardón de ciudad emblemática para el mundo; un remanso de paz en donde, hispalenses y foráneos, disfrutan de un conjunto armonioso, el cual lo forman sus jardines, sus edificios emblemáticos, su río Guadalquivir y, en definitiva, el cariño y respeto de sus gentes para con todos los visitantes.
|
|
|
|