Qué decir de un viaje que no sea que ha merecido la pena. Qué decir de un viaje donde los amigos han sido lo más importante. Qué decir de un viaje donde el sol ha prevalecido sobre la lluvia y el calor sobre el frío. Qué decir a aquellos que te ayudaron a ir, a quienes te acompañaron y a quienes esperaron tu vuelta. Qué decir... Todo eso es lo que pretendo contar en las siguientes líneas.
Comenzó con fortuna el viaje y esa misma fortuna nos ha acompañado durante el mismo y en la estancia en la ciudad de México. País de habla hispana y de gentes afables, país de viejas culturas, de modernas y nuevas costumbres y... de amigos para siempre. El abrazo de los mexicanos es abrazo duradero y esto se percibe al primer golpe. De todo cuanto nos ha sucedido, quizás sea esa la imagen más afectiva, más recordada. No sólo te dan su mano, sino se ofrecen enteros.
País sólido, cimentado sobre recuerdos y restos de sus antepasados. Mezcla de las culturas anteriores a la llegada de España, cuya mezcolanza la enriquece y la hace más visible, más futura. El calor de sus gentes proviene del calor que desprenden los volcanes que vigilan... y amenazan la gran urbe, que es una ciudad de más de veinte millones de habitantes. Por mucho que quieran decirte que existe en ella un grado de delincuencia, esta se difumina (cuanto más unos miles) con la bondad de esos veinte millones de seres humanos, más humanos cuanto más los conoces.
Astutos como sus predecesores y cálidos como su tierra, así son sus gentes. A la par que sencillas, de una grandeza infinita; lo mejor de México. Pero México es algo más que su gente, con ser tanto. Es uno de los conjuntos históricos más rico, pues es legado de los ancestros de sus culturas milenarias. Todo eso es México y se ve en sus calles, monumentos y los restos de su más que extensa y dilatada antropología. En la lejanía, los denominan aztecas, pero eso es simplificar su historia y su cultura. Otras muchas raíces pueblan sus territorios, extensísimos, y en definitiva les hace más grandes cuanto mayor es la mezcla.
Visitamos las pirámides de Teotihuacan, subimos por sus empinadas escaleras, al tiempo que suponíamos lo atléticos que debieron de ser quienes las construyeron y quienes habitaron el poblado. Subir para recibir la energía del sol en la cúspide de la primera, así llamada: del Sol, invitaba mucho mas a recibir una cerveza o un Aquarius reconstituyente que al astro rey. Admirar desde su cúspide la grandeza que supone el espacio de sus terrenos y valorar al fondo la pirámide de la Luna, por la que más tarde habría que seguir esforzándose, ya era en sí mismo ilusionante.
Otro día, allí, junto al templo que se inclina, que se hunde, la Basílica de Guadalupe, esa Virgen reina de todos los mexicanos, apreciamos la religiosidad de las gentes y la devoción a su Virgen. Todo un ejemplo de religiosidad y lugar de peregrinaje para el mundo católico. Junto a ella, mientras nos fotografiábamos, percibías que eras uno más de cuantos millones de peregrinos se acercan todos los años. Con Lourdes y Fátima, forma el trío de peregrinación y de rezo para los amantes de la Virgen más importante del mundo. Pisar sus aledaños produce sensaciones que marca y percibe nuestra cultura cristiana.
El castillo de Chapultepec, en el centro, un recinto que es un marco inigualable para visionar en la distancia las distintas áreas de la ciudad. La avenida de La Reforma con semejanza a los Campos Elyseos de Paris y la avenida Insurgentes con sus más de cincuenta kilómetros, recorriéndolas percibes el día a día de las gentes en sintonía con su macro urbe. Un Museo, el de Antropología, donde sus culturas y raíces tienen precisa y emotiva acogida para el estudio detallado de su historia y de sus gentes, siendo uno de los más completos y ricos del mundo.
Pero también hubo tiempo para conocer su gastronomía tan particular... y tan picante, así como presenciar en un restaurante típico la actuación de su folclore y la actuación de los archifamosos mariachis. Todo un lujo, sobre todo si lo realizas y degustas en compañía de amigos, tanto o más sabrosos -los amigos- que sus platos.
Y los toros, tradición cultural que nos une tan estrechamente. Ello nos hizo conocer su enorme plaza, la más grande, la de más cabida, del mundo. Un enorme cráter en lo profundo del suelo, al que llaman el Embudo de Insurgentes. Una plaza colorista y alegre, donde también suele ser habitual que quienes la pueblan tengan y susciten más interés, en muchas ocasiones, que los que protagonizan la fiesta en la arena. Y con los toros, la visita a una ganadería, en una de las haciendas más antiguas, Tenexac, tres siglos la contemplan, llena de vestigios del pasado y del sistema agropecuario al que daba vida. Hoy sus toros son parte de su realidad actual, mezclados con llamas que habitan sus tierras. Todo un lujo la visita en el ecuador del viaje.
Qué decir de este viaje... qué contar para que quienes me leen sepan como es aquello. ¡Quiá!, mejor que lo visiten y vivan en directo la experiencia de convivir con sus gentes, de seguro lo mejor que allí sucede.
Mi agradecimiento a Cismisa por subirnos al avión y para Julio, Pepe y Nadlleli por querernos tanto. Sin olvidar la oportunidad que me dio el Canal Once de la Televisión y Contoromex para poder dirigirme a todos los mexicanos. Me queda un último agradecimiento a Joaquín Rodera de Aeroméxico por su interés y especial trato. Ya sólo queda decir: Gracias y hasta la próxima, amigos.