Cuando todos esperábamos de los miuras su agresividad y su casta, al final, nuestro desencanto resultó ser enorme. Nada de nada. Miuras sin agresividad es como el chocolate sin pan. Todo quedó en pura fachada; es decir, las láminas de siempre pero, sin el motor de antaño. Mala cosa es contemplar la bobaliconería de unos miuras que, al sólo augurio de su nombre, ello era más que suficiente para llenar una feria de expectación. Inevitablemente, ante esta corrida, tuvimos que recordar aquel binomio que tanta emoción llevaba a los ruedos y que ahora todos añoramos: eran, claro, Miura y Ruiz Miguel. El colmo del desastre es que, en lo sucesivo, como Miura siga por ese camino, apañados vamos. Cabría pensar que, como toreaba Dávila Miura, se los trajo de “casa” domesticados. Todo suposiciones, claro. Aunque, en honor a la verdad, lo más complicado de todo es que tuvieron que remendar la corrida con un toro de Espartaco y otro de Rivera Ordóñez. Mal presagio cuando, los Miuras, por sí solos, no necesitaban ni de reconocimiento puesto que, por pura morfología de la estirpe ganadera, se sabía, de antemano que se aprobaría toda la corrida en cualquier sorteo y, en esta ocasión, hasta lo más elemental falló. Para mayor satisfacción del toreo, hasta salió el toro pastueño, el que era segundo que, como se pudo comprobar, le brindó un gran éxito a Juan José Padilla y, el hombre, como siempre, se perdió en el mar de sus vulgaridades y, si de rodillas estuvo dignísimo, cuando se puso vertical, como siempre pasa, ahí empezó su calvario.
Nadie le negará a Padilla su tremenda disposición. Banderillas, largas cambiadas y todo el repertorio que tiene su voluntad. Y deberá saber Padilla que, toro como su primero y de Miura, dudo mucho que le salga otro. Y lo triste de todo es que, me temo, al final, él, hasta se dio cuenta. Habría que resaltar que, en esta ocasión, Juan José Padilla, tuvo su mejor tarde con las banderillas; pares de bellísima exposición y de consabido riesgo. Al final, con la muleta, nada nuevo. Voluntad por raudales, toreo despegado y, como mayor tristeza, comprobar que se le escapaba un triunfo épico. Si en su segundo se le podría justificar, en éste su primero, me temo que, se dejó ir un gran triunfo. Otras oportunidades habrán, pensará él; y debe estar en lo cierto.
El que era el primer espada, Eulalio López El Zotoluco, a tenor de lo que le he visto en otras ocasiones, este año, me temo que, ha venido a Madrid pero quiere marcharse pronto a México. No era el Zotoluco de otras ocasiones y, su ánimo, estaba minado. Papeletas más difíciles ha resulto con dignidad y éxitos. Mató un Miura y un sobrero de Espartado. El Miura, sin ser una hermanita de la caridad, pudo haberle sacado más partido. Cierto es que, el sobrero se las traía todas consigo. Pero mucho me temo que, este año, lamentablemente, hemos visto sólo la sombra de El Zotoluco. Por lo que hemos visto, daba la sensación de que, el manito, ha venido sin ilusión y, de ese modo, es imposible alcanzar el triunfo.
Cumplía Dávila Miura se segundo compromiso en Madrid y, nada de nada. Da la triste sensación de que, a este hombre, lo han querido hacer torero; de lo contrario, no se entiende. Quizás que él, tras varios años de alternativa, debería de saber que, como él, en la profesión, los hay a montones; y muchos, mejores que él, sentados en sus casas porque no tienen contratos. Una vez más, Eduardo Dávila Miura, resultó ser el hombre voluntarioso que todos conocemos pero que, difícilmente, aportará gloria alguna a la fiesta de los toros.