Lo que ocurre en la plaza de toros de Madrid cada día de feria, es digno de estudio y, ante todo, de ensalzarlo a los cuatro vientos puesto que, nada es comparable a las Ventas. Siempre he dicho que, esa plaza, la llenan una congregación de “santos” que, al paso que vamos, conforme transcurren los años, al final, no habrá más remedio que “canonizarles” a los espectadores de esta plaza puesto que, mérito lo tienen, para eso y para mucho más.
Madrid es otra historia, pero en todos los órdenes, de forma crucial, en lo que a la asistencia y comportamiento de público se refiere. La bondad de estas gentes les lleva a llenar la plaza al completo sin importarles para nada el cartel. ¿Les llamamos aficionados? Rotundamente que sí. No importa que la terna sea mediocre, famosa o rimbombante, ellos, los aficionados de Madrid, están siempre ahí, aguantando lo que les echan que, casi siempre, son los desechos y, ellos, impertérritos, aguantando carros y carretas. Es hora ya de que, entre tanto azulejo como se está descubriendo en las Ventas para distintos personajes, habría que esculpir uno en las paredes frontales de la plaza que dijera: “A LA AFICION DE MADRID, LA MEJOR AFICION DEL MUNDO CON GRAN DIFERENCIA”.
Uno, contempla la plaza de las Ventas repleta hasta los topes y, eso, emociona a cualquiera. Recordemos que, paralelamente a la feria de San Isidro, entre otras, se ha celebrado la feria de Talavera de la Reina y, por citar un cartel, Jesulín y Finito, congregaron en dicha plaza a mil quinientas personas; pues esos mismos toreros, en Madrid, llenarán la plaza. Y este es el error de muchos toreros que, ven la plaza a rebosar y se creen los reyes del mundo; vamos, que se sienten figuras de la torería cuando, como explico, la Madrid de Madrid se llena sola; son esos buenos aficionados que, sin importarles el cartel, abarrotan los tendidos sin pretexto alguno.
Y este es mi homenaje tan particular a una afición admirable que, dando pruebas y lecciones en tantas materias, especialmente en civismo, son capaces de admirar, juzgar, analizar y, llegado el caso, de premiar al protagonista como nadie podría hacerlo. Todo esto es más cierto que el sol que nos ilumina aunque, quedan resquicios de gentes que, además de todo, les gustaría que las Ventas fuera la plaza de Villa botijos de Arriba y que transigieran en todo, como ocurre en el noventa y nueve por ciento de las plazas de España. ¡En algo tenía que estar la diferencia¡ ¿ Verdad?
Esta sabia afición, entre tantas cosas, tiene que luchar contra todo el mundo; incluso contra quienes pagados por el poder, les tachan de terroristas y de malos aficionados, cuando, su pecado, es velar por la integridad de la fiesta. Quiera Dios que la corrupción, cuanto menos la corruptela, no llegue jamás a esta plaza puesto que, de lo contrario, estaríamos hablando del ocaso de la fiesta.
¿Que son severos en sus juicios? Por supuesto que sí. De no ser así, ¿qué valdría un triunfo en Madrid? Nada, absolutamente nada, como ocurre en Pamplona o en otras plazas de primera incluso. Debemos de recordar que, Madrid, con toda la grandeza que esta sabia afición entraña, a fin de cuentas, se conforma con muy poco y, si descubren la verdad, la auténtica verdad del espectáculo, hasta son capaces de premiar al valiente. ¿Cuantos toreros valientes han salido por la puerta grande de las Ventas? Infinidad; ni siquiera les han preguntado si eran artistas: Dieron su verdad, todo lo que tenían y el santo público de Madrid así les reconoció y encumbró.