Una noche de insomnio me ha servido para deleitarme con la lectura de un libro hermoso. Y SI QUIERES SABER DE MI PASADO, la historia, los recuerdos y vivencias de una mexicana singular, tal es el caso de Chavela Vargas. Y digo mexicana a sabiendas de su origen y ancestros costarricenses, no en vano, Chavela Vargas, por las connotaciones de su vida, se siente mexicana y olvidó para siempre su triste pasado en Costa Rica.
La veterana cantora, en este libro, no quiere vender literatura cara; ha escrito un libro para los suyos, para el pueblo y por el pueblo. Y, seguro estoy que, su narrativa, ha calado muy hondo en el alma y cuerpo de sus lectores que, no somos otros que, la gente sencilla del pueblo que, con altura de miras en nuestras almas, como a mi me pasara, ha logrado cautivarnos. Tengo la completa seguridad de que, Chavela, al escribir este libro, jamás quiso emular o copiar al que fuera su gran amigo Octavio Paz; ella sabe de sus limitaciones literarias, como sabe de sus glorias artísticas. Pero es cierto que, su narrativa, tan linda como explícita, llega muy adentro.
La Vargas, que llegara de chamaquita a México, en este libro de recuerdos, de vivencias maravillosas, nos lleva, de su mano, a recorrer los paisajes más bellos del México que ama y por el que ha vivido en tan larga existencia. Tuve la sensación, al ir leyendo, que Chavela me mostraba los lugares más bonitos del país hermano y, a su vez, nos recrea, en aquellos sitios que con tanto ardor frecuentaba y que, muchos años más tarde, parece que tienen la misma vigencia, el mismo calor que allá por los años cincuenta, cuando ella era la asidua visitante a cantinas, bares y lugares pequeñitos de recreo y ocio.
Ciertamente que, yo quería saber de su pasado, como ella explica en su título y, a fe que lo ha logrado. Chavela Vargas, con su inconfundible poncho, con su guitarra y sus guaraches, ha sabido, en tan singular libro, llegar hasta el fondo del alma de cualquier lector. Si en España, seguro estoy, ha cautivado con su libro, en México, sus vivencias, quedarán grabadas en todos lo corazones de quien tantos le quieren y admiran. Y todo esto ha ocurrido puesto que, doña Chavela, ha sabido imprimir a su libro algo tan especial como auténtico y que se llama sencillez, naturalidad, espontaneidad y, por encima de todo, una forma tan sincera de narrar que, irremediablemente, tiene que calar muy hondo entre todos sus lectores. Su libro, desposeído de falsedades y pleno de sinceridades, es algo que llega hasta el fondo. Es conmovedor cuando Chavela, entre tantos temas, nos habla de sus amigos. Para ella, sus amigos, lo eran todo. Ahí están Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Frida Kalho, Lucha Villa y tantos hombres y mujeres mexicanos que, junto a ella, tuvieran vivencias inolvidables. Del mismo modo, cuando ella nos habla de su homosexualidad logra, con este asunto, presentarnos, en esta sociedad hipócrita, su lugar en la vida y, ante todo, el respeto que siempre le entregaron todos los que la quisieron y quieren que, a Dios gracias, son legión en el mundo. Si bien, cuando habla de sus preferencias sexuales, con esa categoría que le caracteriza, Chavela, no desvela nombre alguno de las que fueron sus amantes, por tanto, su secreto, como ella dice, es suyo, sólo suyo y de todas las mujeres que le quisieron.
Me quedo, con todo el libro, por supuesto; pero ante todo, me fascina su humildad, su sentido armonioso por su propia existencia y, sus confesiones desgarradas, todas ellas, vividas en sus carnes sin buscar, tanto en los éxitos, como en los fracasos, culpables ajenos a su persona. Ella estuvo en la cúspide y bajó hasta los infiernos, algo que reconoce con una emotividad fuera de lo común. Lo tuvo todo y, cuando pudo haberse retirado rica y con fortuna, entre dar, repartir, gastar y, sufrir, como ella cuenta, alguna que otra puñalada trapera en lo que al dinero se refiere, se quedó en la ruina. Bien es cierto que, Dios se lo quitaba una y otra vez y, más tarde, volvía a subir hasta lo más alto. Macorina, su canción más bella, el referente de su discografía, le llevó hasta los más altos pedestales. Chavela Vargas, musa para artistas, cantores, cineastas, escritores y poetas, ha sido galardonada en infinidad de ocasiones y, como en el caso de Pedro Almodóvar, que la eligió como musa para algunas de sus películas, logrando, por ello, el total reconocimiento entre los españoles que, a su vez, este éxito, le catapultó por todos los confines de la tierra.
Chavela Vargas nos deja, con su libro, un halo de misterio entre tantas cosas que, por respeto a sus semejantes y en demérito para ella misma, no ha querido contarnos, algo que, como explico, nos da la medida de su sentido humano por la vida y por las gentes. Ella ha querido contar pasajes bellos de su vida; algunos, yo diría que muy dramáticos pero, ante todo, sin dañar a nadie. Podría, como otros han hecho, en este tipo de relatos o confesiones, buscar a cientos de culpables cuando, por ejemplo, se marchaba de parranda, dejando, en aquellos envites, parte de su fortuna, e incluso de su salud, aunque, Chavela, lo deja todo por bien empleado puesto que, sus ochenta y algunos años, le han servido para vivir, por tanto, como ella dijera, apenas le quedó tiempo para otra cosa.
Cuando ella llegó hasta México, en aquellos años, se estaba construyendo el PALACIO DE BELLAS ARTES, el lugar sacrosanto donde, años más tarde, ella sería la anfitriona de lujo, la artista invitada para, con su poncho y su guitarra, concienciar al público mexicano de que, sin mariachis, se podía hacer una música plagada de sentimientos que calara en el alma de todas las gentes, algo que Chavela logró, no sin grandes esfuerzos. Ahora, con tantos éxitos, con tantas vivencias, con tantos años, como le escribiría su adorado José Alfredo Jiménez, QUE LE VAYA BONITO, Chavela.