Muchos son los aspectos por los que la tarde del pasado domingo será inolvidable. No sólo por el apoteósico espectáculo en el que se cortaron siete orejas, sino porque nos ha permitido apreciar el resurgir de la afición taurina limeña que, contrariamente a lo que los pesimistas sostenían, nunca estuvo muerta, sólo dormía, como aquella princesa encantada del cuento de hadas que permaneció inerte hasta que el beso de un apuesto príncipe la sacó de su letargo y vivieron felices, por siempre. Lo mismo deseamos para la fiesta brava pero, como esto no es cuento, es necesario saber diferenciar lo que es, de lo que debería ser, porque en tauromaquia, como en todo lo demás, los gustos y costumbres de la gente cambian con el tiempo. Es así cómo la forma de apreciar hoy una corrida es diferente a cómo se hacía en épocas pasadas y, lo ocurrido recientemente en Acho, me hace pensar que la forma de calificar las calidades del toro, para ser considerado bravo, han variado de similar manera. Si antes la bravura del toro pasaba por el examen en la suerte de varas, hoy basta que sea noble y embista fijo en la muleta, para que se pida su indulto, se le de una vuelta al ruedo y se le otorgue el máximo trofeo de la feria del Señor de los Milagros, como ha sucedido con el toro “Puntero”, de la ganadería de Roberto Puga catalogado, por 11 de los 13 miembros del jurado, como el toro más bravo de la feria. Lo dicho: Los tiempos cambian y, si ese jurado tiene razón, habrá llegado el momento de ser honestos y replantearnos la pregunta: ¿Qué entendemos por bravura? para, de acuerdo a las conclusiones que lleguemos y según sea necesario, proceder a eliminar toda la monserga contenida en las reglas y conceptos anacrónicos del taurinismo de otras épocas, que sostienen que el toro bravo es aquel que se crece al castigo en la suerte da varas. Si esto ya no es así, habrá que modificar -"sincerar" es la palabra de moda- los reglamentos para que no se sigan empleando en ellos definiciones, mucho menos exigencias, que no se cumplen en los ruedos.
Lo antes dicho es una opinión en relación con lo que considero un grueso error del jurado calificador en el otorgamiento del Escapulario de Plata 2006, que en nada menoscaba ni opaca la gran tarde que disfrutamos el pasado domingo en Acho.
El éxito, como el fracaso, es producto de una conjunción de factores que, sin asegurarlo, crea las condiciones favorables para que éste se produzca. El momento maravilloso que vivimos en la plaza, de la que todos sin excepción salimos contentos, no es producto de la casualidad sino la suma del aporte positivo de cada uno de los protagonistas. El empresario estructuró un excelente cartel; el aficionado respondió a la invitación y se volcó en los tendidos; los tres matadores salieron “a por todas” a obtener el máximo galardón de la feria y el ganadero presentó un buen encierro noble y colaborador que permitió el lucimiento de los diestros.
La nueva empresa, Taurolima, no obstante las muchas dificultades iniciales para empezar su administración, logró llenar la plaza en la última corrida de la primera temporada de su gestión, meta que parecía inalcanzable luego que el empresario anterior fuese incapaz de hacerlo en los seis largos años que la tuvo en sus manos. A tal propósito armó un cartel extraordinario con tres matadores ganadores del escapulario de oro quienes, cada cual en su particular estilo de interpretar el toreo, son muy queridos por la afición limeña.
Se lidiaron cinco toros de Roberto Puga y uno de Montegrande (que hizo segundo) bien presentados, justos en edad y pitones, débiles, faltos de codicia y juego diferente. Destacó por bravo el primero, “Rotoso”, que recibió un breve puyazo y –aquí lo importante- regresó por otro que no se consumó. Por noble y colaborador destacó “Puntero” premiado con la vuelta al ruedo y posteriormente con el Escapulario de Plata.
Vicente Barrera
Recibió a su primero con una serie de verónicas que remato de rodillas (poco común en este torero) con una media y revolera. Se le ve ganoso. Cárdenas receta un breve puyazo y el quite es por delantales. Dirigiéndose al presidente de plaza Barrera dice: “Va por usted, va por Lima”. Brinda al público e inicia su faena con estatuarios que remata con una trincherilla y el de pecho. Una serie de derechazos sin moverse del sitio, templados y ligados. Suena la música. Otra por el mismo pitón con el cuerpo girando sobre un eje vertical mientras la trayectoria del toro dibuja la línea horizontal que se desplaza, trazos fundamentales de la tauromaquia del valenciano. En la tercera serie, el toro se apaga y Barrera lo alegra con un molinete, roblesinas, dos circulares y medio, que remata con el de pecho. Termina toreando de rodillas y mata de pinchazo sin soltar y estocada entera. Oreja para el matador. Palmas al toro.
En su segundo, no luce con el capote. En banderillas Denis Castillo pone dos buenos pares, el segundo muy comprometido. Con la muleta el matador no llega a acoplarse con el toro y su faena, de series cortas, no llega a constituir una unidad armónica. Mata de media estocada, al encuentro. Silencio en el arrastre y ovación al matador, que agradece desde el tercio.
Julián López El Juli
Con el peor lote, estuvo en maestro y se mostró poderoso en sus dos toros. A su primero –el único de Montegrande- lo pican trasero y sale suelto; el quite es por chicuelinas combinadas con tafalleras; en banderillas se lucen Escobar y El Yuca; Raúl Mendiola hace un salvador quite a otro subalterno caído ante el astado. El toro descompuesto, con la boca abierta y la lengua afuera, acude a la muleta de El Juli que lo recibe con pases por alto que remata con el del desprecio. Tiene tendencia a tablas pero el matador lo retiene en los medios en los que, poco a poco, lo va metiendo a la muleta y logra dos series de derechazos ligados y mandones. El toro no repite y el torero se pega un arrimón y logra nuevas series por ambos pitones, dosantinas, martinetes y un prolongado péndulo final, con los que estructura una buena faena a un bicho que no vale nada. Mata de pinchazo sin soltar y estocada. Oreja para el matador. Pitos al toro en el arrastre.
A su segundo le dan un picotazo en varas, es muy mal banderilleado y llega descompuesto a la muleta, rebrincando y calamocheando pero El Juli logra atemperar su embestida doblegándolo y obligándolo a embestir. A partir de ese momento la faena toma otra dimensión y. aun cuando cada pase es alentándolo con la voz y el zapatillazo, logra muletazos enormes ligados y templados que han quedados grabados en mi mente como uno de los momentos brillantes de la corrida. Mata de un estoconazo que es, sin duda, la estocada de la feria. El toro tarda en doblar y se le concede una oreja al matador. Silencio en el arrastre.
Sebastián Castella
Recibe a su primero por verónicas, no deja que lo piquen. El picador simula la suerte y el presidente de la plaza accede. El quite es por tafalleras citando de frente, lo que también se conoce como la limeña. El Santi se luce en banderillas siendo mejor su segundo par en el que con la banderilla de la mano derecha atrae la atención del distraído toro antes de clavar y logra una perfecta reunión. Castella, en su particular forma de iniciar la faena de muleta, cita al toro desde el centro del ruedo y se lo pasa por delante y por detrás varias veces. Al iniciar la serie, el toro no obedece la muleta sino cuando está muy cerca del torero quien no se mueve y es atropellado por el animal – alguien nos comentó luego de la corrida que el animal era burriciego, no veía de lejos. La faena a este toro, noble y repetidor, resulta extraordinaria. Luego de varias series ligadas y templadas el matador se entornilla en el centro del ruedo y nos brinda un recital de pases de todas las marcas, con la derecha, con la izquierda, por delante, por detrás dosantinas y redondos. El toro embelezado sigue la muleta por donde quiere el matador, el público enardecido aplaude de pie al torero. ¡La euforia dueña de la plaza! Sufre un desarme y, con desparpajo, recoge la muleta en la cara del toro. Parte del público pide el indulto. La mayoría dice que no. El torero duda. Mira a los tendidos luego mira al presidente y entra a matar. Un pinchazo y estocada, ligeramente desprendida, acaban con el toro. Dos orejas al matador y vuelta al ruedo al astado.
A su segundo lo lancea a pies juntos para luego con el compás abierto, entretenerse en una serie interminable de verónicas que entusiasma al público. Tampoco deja que le piquen el toro y el joven varilarguero Yaco II, que ha realizado una labor impecable toda la temporada, se retira sin picar. El llamado quite es por chicuelinas y tafalleras y las banderillas lucen en manos de Molina quien aguanta mucho en su segundo par. Inicia su faena con estatuarios. El toro dobla las manos es soso y no transmite. La emoción la pone, entonces, el matador quien se pega un arrimón y logra sacarle extraordinarios pases que parecía no tener el burel. Poco fijo en la muleta, pude apreciar como Castella de perfil, hacía el péndulo frente al toro citándolo con la muleta por delante y por detrás repetidas veces. Esta suerte siempre la he visto como un alarde de valor pero, en esta oportunidad, me pareció ver en ella un recurso eficaz para fijar la atención del toro en la muleta con la que luego lo obligó a embestir cómo y por donde quiso, armando una faena que finalizó con manoletinas. Mata de estocada desprendida y le otorgan dos orejas. El matador invita al ganadero Roberto Puga a dar la vuelta al ruedo con él.
Finalizada la corrida Vicente Barrera abandonó el coso en apoteósica ovación del público de pie en los tendidos que el valenciano agradeció tomando un puñado de arena que llevó al lado de su corazón. Castella, El Juli y el ganadero salieron a hombros de la plaza.