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Pla Ventura |
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España |
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10/04/2003 ] |
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Hoy, 10 de abril de. 2003, se cumple el primer aniversario de su ausencia en el mundo de los vivos. Me refiero al inolvidable Joaquín Vidal del que, en vida, tantas lecciones nos enseñó. Evocar su recuerdo siempre es algo hermoso. No todos los días encuentra uno, en su peregrinar por el mundo, un personaje de talla humana de Joaquín Vidal; el Vidal grande, enigmático, profundo, carismático y justiciero que, además de ser el mejor cronista taurino de los últimos cincuenta años, era un narrador como pocos, faceta bella, pero desconocida a la vez. Como sabemos, el pasado año, se publicó un libro con las que fueron sus mejores crónicas. Pero queda pendiente de publicación, ese libro aleccionador en el que deberían de recopilarse los mejores ensayos al margen de lo taurino en los que, el maestro Vidal, ciencia pura, encandilaba a los que fuéramos sus lectores. Está claro que, Vidal, paradigma de tantas virtudes era, ante todo, un hombre honrado que, con su sabiduría, supo ganarse y granjearse el respeto de todo el mundo; de un mundo que, sólo los que se sostenían bajo los intereses comerciales, éstos, jamás quisieron entenderle; aunque seguro que le entendían, en tono bajito, como él mismo diría, pero que, subyugados por los intereses y corruptelas que defendían, jamás quisieron entender la gran verdad de este hombre que, pasado el tiempo, ni su muerte ha logrado que le olvidásemos. En esta vida, al final, mueren todos, excepto aquellos que dejaron su obra en el mundo, y Vidal fue uno de esos hombres admirables que, su legado literario, ha quedado para la eternidad. Emotivamente, de vez en cuando, repaso y vuelvo a leer las cartas que, como antaño se hacía, nos escribíamos en que, en todas, el maestro, se sinceraba con su alumno para que, mi persona, recibiera, de su alma y sentidos, las lecciones más insospechadas. La última carta, la que me anunciaba su delicado estado de salud pero que, a pesar de todo, se sentía con ánimos para que conversáramos del mundo del toro, así como de todos los temas que se nos ocurrieran. Así lo hicimos y, de ese modo, el destino quiso que, Joaquín Vidal y este servidor, plasmaran, en blancas hojas de papel, un diálogo que me subyugó por completo. Aún estando carente de salud, el maestro, tuvo arrestos para que, juntos, conversáramos de todos los temas que nos atañaban. Tengo claro que, el maestro, murió en la inigualable búsqueda por el arte y, ante todo, por la justicia. Buscar la verdad, tanto como decir justicia, como explico, era el norte de Vidal. Sus crónicas, las que adornan innumerables despachos de toreros que, a sabiendas de su verdad, cuando eran hermosas, todos las guardaban como tesoros inmaculados. En realidad, siempre eran hermosas, claro que, los protagonistas, aquellos que se veían reflejados, la belleza de las crónicas de Vidal, la veían cuando les convenía; digamos que, cuando, en la arena y los despachos, le daban la razón. Hoy, un año ya sin el maestro, cerramos los ojos y, en mi mente, todavía retumban sus últimas palabras, aquellas que, públicamente, concedió para un medio informativo. Seguro estoy que, en la eternidad, allí donde se encuentre, el maestro Vidal seguirá ocupando la tribuna más importante, como lo hiciera en este mundo de corruptelas, contra las que luchó y combatió.
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