En el poemario que escribiera, allá por el año 1920, Elmer Diktonius, entre tantas cosas bellas y, concretamente, respecto al arte, decía que; “Para vivir, una obra de arte, no necesita ser bella ni fea. Sólo necesita vida”. Y, este es el caso de un amigo entrañable que, de su creatividad, levanta un monumento – nunca mejor expresado- a la vida. Retrato, como no podía ser de otro modo, a un amigo del alma que atiende por Vicente Ferrero, un artista en la elite que, de su vida ha hecho la forma humilde para que todo el mundo pueda adivinar su grandeza.
Como diría Juan Ignacio Luca de Tena, Vicente Ferrero es un español de mi tiempo y, para dicha mía, el poder contar con su amistad, ha sido el gran regalo que la vida me ha obsequiado. Me cabe la fortuna de haber conocido y tratado a muchos artistas por el mundo; pero lo de Ferrero es algo muy especial; convive a mi lado y, esa proximidad, me llena de orgullo. De este hombre se podrían escribir miles de páginas ahora mismo, pero sin esfuerzo alguno; si diré que, he sentido, en mis propias carnes, la satisfacción y la dicha que haya sentido él, al saberse nombrado MIEMBRO DEL CONSELL VALENSIÁ DE CULTURA, otro logro más de este español admirable que, para dicha nuestra, aunque naciera en Bañeres, es un ibense más que, con su humildad y talento, supo granjearse el cariño de este pueblo.
Vicente Ferrero ha esculpido, con su talento y creatividad, monumentos admirables esparcidos por la faz de la tierra; es doctor en Bellas Artes y mil acepciones más que podríamos añadirle aunque, definirlo, en una sola palabra, sería muy sencillo: ARTISTA. “Si el arte no puede ser pobre”, como sentenciaba Irene Papas, convengamos que, Ferrero es rico, inmensamente rico; atesora la grandeza de su arte y, esta virtud, irremediablemente, le convierte en un ser especial y mágico; con toda la riqueza del mundo sobre sus sienes.
Me gustaría enumerar todos los monumentos que Ferrero ha creado y que son la admiración de todos cuantos los contemplan, pero me temo que sería una tarea ardua puesto que, su creatividad, lo que ha sido su constante en la vida, ha llenado, con su arte y generosidad creativa, innumerables espacios por el mundo. Me quedo, en calidad de amigo, con su mejor monumento, su corazón; ese corazón que late al compás de su creatividad para dicha y orgullo de los que, con los ojos del alma, somos capaces de admirarle. Uno, como pueda ser mi caso, siente una dicha especial cuando habla del amigo y, como dijera, la filósofa colombiana Liliana Bonilla, “Al amigo no lo busques perfecto; búscalo amigo” y, respecto a Ferrero, sin buscarlo, además de amigo, lo encontré artista. Menuda suerte la mía que, sin pretender que Ferrero fuera perfecto, me entregó su amistad para que gozara desde lo más hondo de mi ser; mi cuerpo goza de su amistad y mi alma de su cariño inmenso.
Y, si como dijera Antoni Tápies, “el arte es la filosofía que refleja un pensamiento”, fácilmente entenderemos el mensaje de Vicente Ferrero que, en todas y cada una de sus obras, ha sido capaz de poner lo mejor de su inagotable creatividad. Yo más bien diría que, Ferrero, convierte en arte aquello que previamente ha pensado y, al final, ahí han quedado los resultados, como son sus innumerables obras creadas y, por encima de todo, el legado de sus lecciones diarias.