Tenía que ser en Leganes. Sí señor, en un pueblo de Madrid, en donde encontré la verdad, o por lo menos mi verdad, de lo que es un toro bravo, pero bravo bravo de verdad.
No se indultó, no se le dio la vuelta al ruedo, paso desapercibido para mucha gente, que se volcó con su matador y le concedió el rabo de su oponente, después de una vibrante faena en la que además, resultó herido.
Así, de esta manera, con los máximos trofeos del toro y con el torniquete en su muslo, Bolívar daba la vuelta al ruedo, con la satisfacción de haber cuajado un toro importante, es más, un toro bravo.
En esta temporada, muchos han sido los indultos y no sabemos si también han sido muchos los toros bravos que han merecido los honores del mismo, pero he tenido la suerte de ver muchos toros triunfadores y puedo decir a día de hoy, como avanzaba al principio, que fue el pasado sábado en Leganes, en donde sentí esa bravura, ese poder y lo que es más importante, ese pavor.
Porque pavor, es lo que daba, cada vez que Bolívar se iba de la cara y allí se quedaba el gris de Victorino, esperando a que su matador le volviera a incitar a la batalla, para que cada vez que su matador decía ¡ehe!, allí estaba el cardenito para repetir una, otra y otra vez, hasta que el matador vaciaba, esta vez sí ,vaciar de verdad en el pase de pecho, porque el toro le apretaba y le exigía ese final de tanda para, ahora más que nunca, desahogar la tanda.
Qué gusto y qué alegría, ver toros como el del otro día, que ya es hora que veamos toros agresivos, bravos y que por fin traigan la emoción a esta fiesta, tan falta en muchas ocasiones de emoción.
Porque es ahora, cuando me viene a la memoria toros como “Madroñito” de Adolfo Martín, que valoraciones aparte en la muleta y tercios finales, qué gusto dio verle galopar al caballo, con cara de querérselo comer, ese toro “Mulillero”, al que se le pegó la vuelta a la vara de picar, para que entrara por 4ª vez al caballo en Madrid, también de Adolfo.
Al fin y al cabo, bravura. Sólo queremos eso: bravura y emoción.