El riesgo y la tragedia, afortunadamente, siempre tienen que hacer acto de presencia en un festejo taurino puesto que, de lo contrario, la fiesta perdería todo su encanto. En esta ocasión y en la plaza de Madrid, aunque salió ileso, pero sí maltrecho, fue Antonio Ferrera el que pagó con aquel susto mayúsculo su condición de torero. Corrida anodina de la que, Andrés Revuelta, convidado de piedra, tomaba la alternativa y, poco grata le resultó. Seguramente, Andrés, recordará la ceremonia y la plaza, pero nunca la corrida. Puso mucha voluntad y, todo murió ahí. No tenía material para el lucimiento. Remiendos por doquier de Manolo González, aquella ganadería que se la rifaban las figuras y que, ahora, tiene que vender a precios de saldo en Madrid porque, lamentablemente, sus toros, no los quiere nadie. Claro que, en Madrid y para los sin fortuna, siempre tendrá un hueco. Corrida descastada hasta los límites de la desesperación; malas ideas para parar mil trenes y, ante todo, la pena de unos chavales que, en su mayor o menos medida, querían dar todo lo que tenían.
La voluntad de Ferrera, el padrino, les contagió a todos y, hasta se lucieron en varios quites con el capote. Loable gesto el de los toreros que, nada dejaron por hacer. Este Antonio Ferrera ha sufrido un parón en su carrera que, con toda seguridad, no lo arreglará con este festejo. Su voluntad, tanto en banderillas como con el capote y la muleta, quedaran latentes y manifiestas. Poco más se podía hacer puesto que, además de los toros infumables, había que luchar contra los elementos y, eran ya muchas dificultades a superar. Con semejante “material” es inhumano juzgar a estos hombres que, acudían a Madrid plenos de ilusiones para reverdecer viejos triunfos y, todo quedó en nada. Silencio sepulcral de una afición respetuosa que, le toca penar y sufrir casi tanto como a los lidiadores. Y digo penar puesto que, ellos han pagado un dinero importante para que les ofrezcan un espectáculo digno, pero nunca esa basura de toros que, a la postre, convierte a la fiesta en una miseria constante.
Miguel Abellán estuvo animoso, como suele ser habitual en él. Hasta quizás le ganó la partida a sus compañeros en lo que a la voluntad se refiere. Los intentos del madrileño eran constantes y, por ello, hasta le dedicaron una ovación. Tanto Abellán, como sus propios compañeros, el toricantano todavía mucho más, necesitaban de un triunfo en Madrid para resolver un tanto sus carreras. No pudo ser y, habrá que seguir esperando. Lo triste de toda esta cuestión no es que un toro salga bueno o malo; lo lamentable es ver esos bailes de corrales que, hasta el más tonto del lugar es capaz de darse cuenta que, aquello, huele a saldo.
Me pongo en la piel de Andrés Revuelta y, se me cae el mundo encima. Vaya alternativa; vaya fiasco. Uno ya no se atreve a pensar que puede ser peor; que salgan unos toros como estos o, haberse quedado en casa. Esta será siempre la tremenda disyuntiva que les atrofiará las mentes a estos hombres ilusionados. De este modo, es imposible juzgar a nadie; a esperar, no queda otro remedio.