De dos orejas tenía que haber sido el premio para Antón Cortés en Madrid; digamos que, estaríamos hablando del refrendo de lo que antes había pasado en el ruedo, gracias a su arte y sentimiento. La espada le privó de un triunfo final de apoteosis. Pero a nadie privó este gitano singular de que se extasiaran con su arte, llevando a cabo la faena casi perfecta con los trazos soñados por cualquier torero. Tanto en el capote, como con la muleta, el sentimiento del gitano, caló en el corazón de todos los aficionados que, pese a la lluvia de esta primavera inclemente, nadie se movió de sus asientos; se estaba produciendo el milagro del arte y, no era cosa de desperdiciarlo. Si el toreo fundamental de Antón Cortés era bellísimo, sus adornos resultaron maravillosos; como un embrujo de arte que, muy rara vez podemos encontrarnos en una plaza de toros y, mucho menos, en Madrid. Su capote se mecía al viento impulsado por los latidos de su corazón; se palpaba el arte, se sentía y se saboreaba. Todo un tratado de arte singular que, como se demostró, sólo es posible en las manos y sentidos de un artista como Antón Cortés. Llegaba desde Albacete pero, con la hermosa ilusión de conquistar España y, si es capaz de repetir, una docena de veces al año, lo que hizo en Madrid, se compra un cortijo en dos semanas.
Y esta es la magia de esta fiesta única e irrepetible que, cuando pensamos que todo se ha venido abajo, en un segundo, aparece un torero y, con la anuencia de un toro bravo, logran que sigamos creyendo en el milagro de la fiesta taurina. Porque tiene mucho de milagro; grandes de dosis de fe y no poca perseverancia. A veces, en los toros, tenemos que creer en lo imposible y, llegado el caso, como hiciera Cortés, lo hacen posible, de ahí, la magia de esta fiesta inigualable.
Se lidiaba una muy potable corrida del Puerto de San Lorenzo; astifina y, algunos toros, con las fuerzas justas; pero corrida muy válida que, de haber estado acertados, los tres matadores tenían que haberse encumbrado. Hasta el sobrero del Conde de la Maza sirvió muchísimo para el éxito. En esta ocasión, los que no encontraron el sendero del éxito, fueron los toreros.
El Califa acudía a la plaza de sus grandes éxitos; justicia es de reconocerlo. Pero esta vez, las “musas” no le soplaron. Todo voluntad y deseos pero, muy poco más; tuvo “material” para lograr el éxito y, se vino abajo. No encontró distancias ni acoplamiento. Y el toro se lo ofrecía en bandeja. Las limitaciones de El Califa se hicieron presentes y, desperdició una oportunidad de oro. Mala cosa para un hombre que, lleva varios años intentándolo y, a estas alturas, todavía no ha logrado la rotundidad de lo que pueda ser su sueño dorado. Ha estado en las grandes ferias y, él, solo él, se apeó de los carteles de lujo. ¿Verdad, Enrique Grau? Abogamos siempre por las grandes injusticias que se dan cita en el mundo del toro pero, en honor a la verdad, es triste y lamentable que, llegado el caso de que te salga el toro, el protagonista, no sepa triunfar. Es una verdad muy grande que, cuando sale el toro, es el torero el único que lo tiene que hacer; los demás, nadie puede. Le queda otra oportunidad a El Califa y, debe de aprovecharla. Se trata de un torero válido para las corridas fuertes y serias; como le incluyan en las corridas llamadas comerciales, más vale que ni lo intente. Su toreo, basado en la verdad de su valor, sólo puede resplandecer con un toro auténtico y, si sale el toro y no es capaz, caso de esta corrida, mal se le ponen las cosas.
Algo similar podríamos de decir de Eugenio de Mora que, lamentablemente, ha cumplido ya sus dos compromisos en Madrid y, como saldo, se lleva el peso de la derrota. En su anterior comparecencia cabría la disculpa de la imposibilidad de sus toros; pero en esta ocasión, la justificación, es mucho menor; casi imposible. Puso voluntad, como tantos la ponen; pero para llegar al éxito se necesitan muchos y mejores argumentos. Es un torero muy alto y, estéticamente, no queda bello, handicap en su contra que lo tiene que suplir con otros valores que, lamentablemente, en Madrid, nadie los ha visto en sus dos actuaciones en la feria. Otra temporada en la que tendrá que pechar con lo que le quieran dar; que tampoco será mucho puesto que, como él, los hay a montones.
La cornada al banderillero El Chino, la lluvia inclemente, la torería de Antón Cortés que, en gesto humilde, tenía que haber dado la vuelta al ruedo más clamorosa que jamás hubiera soñado; y no lo hizo y, ante todo, como recuerdo, la presencia en la plaza de el Príncipe de España que, junto a su prometida, presenciaron la corrida en una barrera. Buena cosa es que, el heredero de la Corona de España se deje ver en la plaza de Madrid y, por supuesto, en la todas las plazas que crea conveniente. Su presencia siempre será agradecida en cualquier recinto taurino.