La segunda corrida de la feria de San Isidro de Madrid anunciaba, como es tradicional, un plato fuerte con los toros de Hernández Pla; pero ya no estaban ni Guitarrero ni Capitán, aquellos toros emblemáticos que le dieron fuste a la ganadería. En esta ocasión, los toros de procedencia Santa Coloma, sacaron rabia, genio aberrante y dosis de maldad para aburrir al personal. Todo ha quedado en la bella historia de una ganadería legendaria. Posiblemente, José Antonio Hernández Tabernilla, harto de desilusiones, decidió vender la ganadería. No era para menos. Cuando se han puesto tantas ilusiones, se ha alcanzado tanta gloria y, de la noche a la mañana, comprobar que no queda nada, es para desesperar a cualquiera.
En esta ocasión, los toros, además de malas ideas, lucían una “caja” estrepitosa. Más que toros parecían elefantes y, todo se produjo en contra de una afición que, a veces equivocada por lo que debe ser un toro bravo, soportó con denuedo y paciencia, aquella dosis de mansedumbre y malas ideas. Y qué decir de los toreros. Es verdad que, para esta clase de toros, obviamente, hacen falta estos toreros pero, ¿este espectáculo, con estos argumentos, quien lo soporta? Convengamos que, una corrida de toros sin emoción no es nada; pero lo es menos con semejantes atisbos de tragedia como la ocasión ha demostrado. Sustos, carreras, regates, volteretas; situaciones que, por poco, se le sale el corazón a los toreros y, por consiguiente, al público que, una vez más, ha comprobado la inoperancia de unos toros malditos que, en nada engrandecerán la propia fiesta.
Juzgar, con estos planteamientos, la labor de unos diestros, es tarea ardua. Ilusionados, como todos los toreros que actúan en Madrid, acudieron El Fundi, Oscar Higares y Ángel Gómez Escorial. Su gozo, dentro de un pozo, diría el inolvidable maestro Cañabate. Pocos son los contratos y, con este tipo de contratos, poco o nada logrará; mejor dicho, escaparse de la cornada, para ellos, en esta ocasión, ya era un logro importante. Y Gómez Escorial puede dar fe de cuento digo puesto que, roto en mil pedazos, con la salvedad de escaparse de la cornada, tuvo que visitar la enfermería tras recibir a su enemigo a porta gayola, acción noble y arriesgada que, desdichadamente, no le aportará mayores logros ni contratos. Es, claro, la otra cara amarga de la fiesta; digamos la otra fiesta que, en nada tiene que ver con lo que habitualmente se lidia por esas plazas de Dios. La única ovación clara de la tarde se la llevó Gómez Escorial; era, por supuesto, el tributo y reconocimiento a un valor espartano que asustó al propio personal. Valor que, si me apuran, podría rayar en la inconsciencia, aunque no es menos cierto que, sin tener donde elegir, todo vale, hasta dejarse matar si ello hiciera falta. El héroe sin laureles llegó a casa maltrecho, hundido y ofendido puesto que, tanta lucha, para, al final, perder la batalla. Aunque, como decía, en el ruedo, no estaban ni Guitarrero ni Capitán, por tanto, todo está dicho.
El Fundi que mató un toro del Conde de la Maza, amén de otro toro titular de Hernández Pla, comprobaba como, al final de sus faenas, se silenciaba su labor. Atrás quedaban sus voluntariosos pares de banderillas y toda su labor esforzada que, como se pudo comprobar, apenas valió para nada. No era la ocasión más propicia; tampoco El Fundi es Antonio Ordóñez que resucitara, aunque, en su descargo, cualquier torero, con estos toros, nada hubiera logrado. Juzgar a estos hombres, con semejante ganado, es tarea temeraria; se jugaron la vida y punto. Intentar el éxito, que lo intentaron, tampoco sirvió para mucho; digamos que para nada. Otro tanto de lo mismo le pasó a Oscar Higares que ha sido capaz de triunfar varias veces en Madrid, ciertamente, con otros toros, por supuesto. Higares tiene el sello de torero aguerrido y, es cierto. Es diestro para este tipo de corridas de las llamadas duras; pero dentro de un orden. Nada artístico se podía esperar con esta corrida que, dura, correosa y desesperante que, desilusionó a Higares, como lo hubiera hecho con el más pintado de los toreros.
Que salga el toro en Madrid; pero ese toro con hechuras, con atisbo de toro y sin que se parezca a un elefante maldito. Es vivir equivocado cuando se piensa que, el toro, como tal, tiene que pesar seiscientos kilos y, lo que es peor, que tenga esas ideas asesinas que a nadie benefician.
Al respecto de los toreros, como cada cual tiene su respetable opinión, no faltará quien diga que, quizás pudo haberse hecho algo más; y posiblemente fuere así pero, ¿ese algo más hubiera servido para lograr la rotundidad del éxito? Pensémoslo fríamente y, seguro que hallamos la respuesta. Lo que sí deberíamos de plantearnos es la posibilidad del éxito o fracaso, con estos toros, de El Juli y sus huestes. ¿Lo había pensado alguien? Seguro que no. Es muy fácil echar a los leones a todos aquellos que no tienen fuerza ni vitola de figuras. Y eso fue lo que les pasó a los lidiadores de esta tarde.