En este tiempo de invierno en que, las actividades taurinas han cesado en nuestro país, uno, cierra los ojos y, en un ejercicio de memoria, intenta repasar aquellas cosas o hechos que, en la vorágine de la temporada se nos pasan por alto puesto que, la propia actividad que se genera dentro de los recintos taurinos, ello, opaca al resto de problemas que puedan surgir al margen de la propia celebración de una corrida de toros.
Si dentro del ruedo, allá abajo, cuando están toro y torero, a veces, encontramos muchas carencias, no digamos lo que pasa por allá arriba, en los propios tendidos, de forma concreta en lo que a las bandas de música se refiere. Mucho me temo que, salvo Sevilla, y algunas otras plazas que he visitado, lo que ocurre referente a las bandas de música que contratan para amenizar el espectáculo, ello es de pura vergüenza. Fijémonos que, la música, como elemento importantísimo para la celebración de un espectáculo taurino, sea de la índole o categoría que fuere, siempre queda denostada por los organizadores del espectáculo que, con pena y mucho sacrificio, contratan a docena y medio de músicos para que adornen un espectáculo en el que se manejan cientos de millones y, para estos hombres artistas, bohemios y románticos, apenas quedan mil duros para darles por cada actuación. Situación dramática que, cuando se piensa detenidamente, a uno le entran ganas de llorar por la impotencia de no poder arreglar algo que, como se sabe, sería muy sencillo de solucionar y que, casi todos los empresarios, hacen oídos sordos, nunca mejor dicho, para no escuchar las bellos melodías del pasodoble que acompasa las grandes faenas de los diestros. Siendo así, me quedé maravillado cuando, en este año, en las fiestas de Alcoy y en su plaza portátil, el empresario contrató la mejor banda de la ciudad del río Serpis, es decir, la Sociedad Primitiva de Alcoy que, bajo la batuta del maestro Gregorio Casasempere, deleitó a propios y extraños con sus notas musicales; notas que, con talento, armonía, gusto y sentimiento musical, adornaron el espectáculo taurino.
Si el tema, genéricamente, sangra por los cuatro costados, lo que pasa en Madrid es de juzgado de guardia. Escribo esto y, siento vergüenza ajena; vamos, como si el tema fuera conmigo. Es cruel que, la empresa de Madrid – todas las que por las Ventas han pasado- ejerzan de forma cicatera y ruin, todo lo que concierna a su banda de música. Es triste, muchísimo, ver al maestro Castuera al frente de 18 músicos que, con toda la ilusión del mundo, apenas se les puede escuchar en la plaza puesto que, el inmenso aforo de las Ventas de Madrid, dejan que se eclipsen las notas por el espacio sideral, algo que, quizás los ángeles escuchen, pero que los aficionados de Madrid, apenas perciben. Pero ya no es sólo una cuestión de acústica; es un tema de estética que, con tantos millones de beneficio como produce este coliseo madrileño, la empresa, sin sensibilidad alguna, tengo sólo a este grupito de músicos que, con enorme voluntad y grandes dosis artísticas como interpretes, tengan que soportar la vergüenza que el grupo supone. Y digo vergüenza porque ellos, los músicos, y el maestro Castuera ante todo, les agradaría verse arropados por cincuenta o sesenta profesores que, entonces si sería la auténtica felicidad para ellos y, acto seguido, para los miles de aficionados que se sientan en las Ventas y que, a la muerte de cada toro, disfrutarían oyendo a una banda como Dios manda. Y digo que gozarían puesto que, ahora, el aficionado, al ver a estos sufridos profesores, sienten pena, incluso rabia de ver que, por la insensibilidad de la empresa, no tienen una banda en toda regla, algo que, sin lugar a dudas, le daría grandeza al conjunto del espectáculo.
Cierto es que, el problema a que aludo, al que responsabilizamos a la empresa arrendataria, deberíamos convenir que, la Comunidad Autónoma, como dueña y señora del inmueble, algo debería de decir. Pero no. Aquí callan todos. Les ciega el maldito dinero y, cuando, respecto a la música, casi todas las plazas podían y debían gozar de toda la categoría del mundo, se conforman con cuatro músicos que, sin más argumentos que su voluntad, intentan alegrar las faenas de los diestros y, como en el caso de Madrid, rellenar los intermedios entre faena y faena. Triste, pero cierto. Quizás que, el problema, digamos la solución al mismo, sería que, a la hora del festejo, no se presentara músico alguno en la plaza y, entonces, como el escándalo sería mayúsculo, quienes deben, seguro que arreglaban el problema.