Es media noche. Estoy en alta mar. Echo el ancla. El barco se tambalea. Son las olas suaves las que mueven la quilla de mi embarcación. Es una paz especial, casi indescifrable. La luna brilla con mágica intensidad. Su resplandor abre mi alma. Miro al cielo, allá, a lo lejos. Contemplo esa belleza sin límites como es esta luna llena de agosto. Su luz es esplendorosa. Brilla el agua ante los rayos lunáticos. La paz que allí sentí es algo inenarrable; no, no encuentro palabras para descifrar tanta belleza. Lo que sentí en medio del mar es comparable, si acaso, a un lindo atardecer, aunque yo me inclino por la magia que me embriagó esta luna en medio del ancho mar.
La evocación de recuerdos con que me obsequió esta luna agosteña es algo que jamás olvidaré. Pasaron por mi mente las más bellas imágenes que en mi vida han sido. Era como un sueño en el que, capítulo a capítulo, alguien te va pasando por su mente esos momentos inolvidables que, quizás, por el ajetreo del devenir cotidiano, a veces se nos olvidan. Rebobinas la “cinta” de tu vida y, para bien o para mal, esa luna inmensa te recuerda algo inenarrable: que sólo somos pasado, de ahí los recuerdos a los que aludo. Esos malos momentos que todos hemos pasado en esta vida, allí, en alta mar, los vas dejando caer y se ahogan en medio del enorme océano. Por el contrario, esas vivencias hermosas de las que todos somos grandes protagonistas, las repasas, las ves de nuevo y las guardas en el anaquel de tu alma.
En esos momentos de análisis en el que tu cerebro parece volar a velocidad de vértigo, dejas el timón, te zambulles en las claras aguas del océano, vas bajando hasta tocar las algas marinas y, al volver a la superficie sientes esa sensación de libertad a la que todos soñamos; soy libre, estoy solo, tengo paz, nada me inquieta; el mundo es mío. Por una vez, y como diría el poeta, sin que sirva de precedente, uno encontró la paz, el sosiego de mi alma rota que, a veces, con sus gajos esparcidos por el mundo, en el devenir cotidiano, tan difícil es palpar semejante sensación.
Vas nadando, te alejas de la barca y, al ver como se tambalea dentro del agua en este inmenso mar, parece que se te acaba el mundo; pero el mundo irreal en el que vivimos en donde “triunfa” la falsedad, el odio, el rencor y el desprecio. Y digo irreal puesto que no es lógico que hayamos forjado un mundo como el nuestro; no, no es posible. En tus brazas nadando, al alejarte, sientes que llegarás a un mundo mejor; un mundo donde la paz sea una constante al igual que tú has logrado en esta experiencia deliciosa.
Te has cansado de nadar y, de forma inexorable, tiene que volver a la barca. Te aferras a la misma como si quisieras volver a la vida; a esa vida de la que nunca te marchaste, pero que con esta experiencia has logrado soñar. La barca está herida; mi corazón también. Empiezas el viaje para retornar a la realidad. ¡Cuanta crudeza en la vida real¡ ¡ Cuanto sueño hermoso dentro del mar ¡
Fui feliz, el más feliz de los mortales. Era un breve espacio de tiempo. Claro. ¿Hay algún mortal que sea feliz más de horas consecutivas? Seguro que nadie me puede contestar de forma afirmativa. Por tanto, el placer que sentí, nada ni nadie me lo pueden arrebatar. Era una luna llena de agosto, esa que brilla con esplendor casi real, seguro que mágico y, ante todo, con esa evocación de recuerdos que tanto embelesaron mi alma, jamás podré olvidarla.