El día está gris. Llueve. Son esos momentos en que, cuando todo el mundo suele guarnecerse de la lluvia, a mí, lo confieso, me encanta el paseo en ese estado tan delicioso como es la lluvia fina. Son, esas sensaciones difícilmente explicables, pero que alimentan mi alma. Yo suelo guarnecerme sólo con mi sombrero. El paraguas se lo dejo a ella. Así, abrazado a su cintura, vamos caminando sin rumbo alguno. Apenas queda nadie en la calle. Sólo nos distrae el ruido ensordecedor de los automóviles. Cansados de este ruido infernal, nos fuimos en nuestro paseo hacia un parque. Los bancos mojados por la lluvia eran un aposento inalcanzable en aquellos momentos. Nosotros no teníamos prisa. Disponíamos de todo el tiempo del mundo. Eramos todo lo que ambos teníamos. Nadie nos esperaba. La noche iba a ser nuestra gran cómplice, nuestra mejor compañera. Nos ilusionaba hablar de nuestro amor tras aquel encuentro. El barco de nuestro amor se había tambaleado ya tantas veces que, la quilla de la esperanza, en ocasiones, nos parecía sin rumbo. Era el momento. Nos amábamos. Un dulce beso acarició sus labios contra los míos. Tras tantos años de incertidumbres y esperanzas truncadas. Al final, creo que ambos dimos en la diana de nuestros corazones. En esa mágica noche comprendimos que estábamos hechos el uno para el otro. Nuestro irrefructable amor así lo dilucidó.
Te quiero, me dijiste. Yo te lo devolví con una mirada. Por vez primera, al apretar tus manos, noté que estaban sudorosas y que, como me dijiste, un escalofrío recorría tu cuerpo. Eran, como sabes, los síntomas del amor. Me acurruqué en tus brazos. Me sentí fuerte, arropado junto a ti. Era el calor de tu dulce cuerpo. Estábamos solos. La noche era nuestra. ¡ Cuanto amor, vida mía¡ Ambos, tras aquel maravilloso día, supimos comprender que el amor no tiene edad. Tus lindos 38 años no eran obstáculo para que, ante mi presencia, se derritiera tu alma. Yo, con mis 42 años no tengo rubor en confesarte que vivo enamorado de ti. Han pasado muchos años desde el día que nos conocimos. Alguien diría que hemos perdido mucho tiempo. Yo creo en el presente, por tanto, en el que la providencia nos depare. Es cierto que tardamos mucho en descubrirnos. Pero no era tarea fácil. Tú vivías muy lejos de mi. Nuestro amor, durante tantos años, se sostenía sólo con las palomas blancas como mensajeras, como eran nuestras cartas. Por fin viniste. Te esperé todos estos años porque tenía la certeza de tu amor. El tiempo me ha dado la razón. No podías vivir sin mí. Gracias por venir. Vamos a ser felices: lo somos. Ojalá, querida mía, esta pasión quede reflejada y teñida de nuestro amor. Vivamos la pasión primera. Es linda. Conocernos con doce mil kilómetros de separación en nuestras vidas, ello demuestra que, como dijera Wilde, el misterio del amor es tan profundo como el misterio de la muerte. ¿ Cómo se explica nuestro amor?. El amor es inexplicable; es sólo comprendible.