Nimes era un clamor. Había triunfado el ídolo. Sebastián Castella se proclamaba héroe nacional al salir por la puerta de los Cónsules en la mítica ciudad nimeña. Francia ha logrado un ídolo entre la torería mundial y, lo celebra junto al mundo. El toreo, en las manos de este muchacho, en esta corrida nimeña, alcanzó proporciones nunca antes soñadas. Tarde triunfal la de Castella que, con el toreo metido en el corazón, una vez más, como hoy, ha sabido conmover a la afición francesa. En honor a la verdad, el mundo ya sabe de sus cualidades como torero; profundo, con empaque, con verdad, con armonía y, por encima de todo, con esa torería incuestionable que le hace grande entre los grandes. Castella está pisando todos los ruedos del mundo pero, por derecho propio; nadie le ha regalado nada. Hace unos años, para su dicha, le descubrió Colombia puesto que, en la feria de Cali, por dos años consecutivos, se levantaba como el triunfador absoluto. Era cuestión de perseverancia y, poco tiempo después, Sevilla y Madrid, obviamente, quedaron extasiados con su arte.
Describir lo que Sebastián Castella ha logrado en este memorable tarde, sinceramente, resulta tarea complicada. El toreo, en sus manos, ha brillado con una intensidad tan luminosa como los propios rayos del sol. Tres orejas, en realidad, dicen muy poco para el gran caudal de torería que, el diestro galo ha llevado a cabo en el Coliseo de Nimes. La prueba no ha sido otra que, toda la plaza, puesta en pie, vitoreaba al héroe. Son, claro, esas tardes conmovedoras que, ni el paso del tiempo logrará que una pueda olvidar. Me brotaban las lágrimas por mis mejillas; pero no era producto de mi sensibilidad de mujer; era la plaza entera la que, conmovida, vitoreaba al torero que, una vez más, había sido capaz de estremecernos con su arte. Toreo de mano baja, retazos torerísimos al final de cada faena; lances de capa como mecidos sus brazos por los ángeles; todo un compendio de virtudes que, aunadas, dieron la verdadera medida de un éxito sensacional.
Es cierto que, Sebastián Castella, tuvo la fortuna de contar con el mejor lote en el mano a mano que sostuvo con El Juli. Pero no es menos verdad que, en esta ocasión, El Juli, anduvo perdido toda la tarde y, no encontró la medida ni ocasión para reeditar lo que, hace pocas fechas, pudo lograr en Madrid. El Juli anduvo a la deriva en la práctica de un toreo anodino y vulgar que, posiblemente, eclipsado por la grandeza de Castella, el torero de Madrid, se derrumbó y no supo encontrar la medida para solucionar los problemas que sus toros le presentaron.