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Antolín Castro  
  España [ 30/05/2003 ]  
S.I.03 - ALGO MAS QUE CAFÉ

Mi invitación, Antonio, te pilló por sorpresa. Me habías manifestado que a pesar de gustarte y haber visto muchas corridas por televisión, nunca habías acudido a la plaza. Y expresamente te quise invitar a este festejo, una novillada, no una corrida anodina como vienen sucediendo una tarde sí y otra también. En las novilladas todavía se mantiene el interés, así ha sucedido en las dos lidiadas anteriormente, y yo no te podía llevar, para debutar en la plaza, a un bodrio de esos que se nos montan tarde tras tarde. Así que me dije, hay que invitarle a algo más que a café. Si queremos que pueda ser un aficionado mas, no se puede empezar por una cursilada, sino por algo donde la emoción sea capaz de embargar.
No es que saliera redondo, pero creo que acerté, Antonio. Al menos, no te marchaste jurando no volver más como hubiera pasado el día anterior. Tuviste ocasión de emocionarte, asustarte, disfrutar y hasta aplaudir. También hubo motivo de quejas. Y es que los novillos de Sorando, resultaron ser dignos representantes de la basura y escombro que tenemos hoy en día en el ganado español, sobre todo si proceden del bodeguerismo (para que tú lo entiendas, de la casa Domecq). No sabemos si se les hace pastar en bodegas, pero su comportamiento en el ruedo, es de llevar unas cuantas copas de más. Así sucedió con todos los esmirriados y abecerrados novillitos, excepción del buen sexto, lo que hizo que salieran dos sobreros, debieron ser más, de José Vázquez. Uno, que hizo tercero de procedencia Santa Coloma, logró el silencio en la plaza, tras dos novillotes de charla entre el personal. Al menos, tuvimos ocasión de presenciar el juego de astados aptos para la lidia y por supuesto para Madrid.
Del mismo modo, que se rebaja el listón de la presentación del ganado, igualmente sucede con el listón de los novilleros. Estos también parecen fabricados en serie y en factoría. Esa factoría de las figuras y de la acomodación. Parece que ya están ricos y que vienen a cumplir un expediente. Tienen recursos para manejar a la perfección todos los trucos y mandangas de los espejos en los que se miran y no interesan a nadie. Con el tipo de toro de las figuras y su toreo ramplón, -pero sin el nombre de aquellos- la gente no les presta atención. Ese es su mayor error. Ser novillero es otra cosa. Ser novillero era, y debe ser, una lucha sin cuartel: o embiste el toro o embisto yo. Así fue siempre hasta hace unas décadas y de ahí el lote de figuras que nos toca padecer. Mucha escuela, mucha academia, mucha postura cañí ¿y del enfrentamiento con la fiera -sí he dicho fiera, pues eso debería ser- qué?. Esa es la razón de esta Fiesta, una lucha sin igual. Hoy ya parece lo mismo, de igual a igual: igual de pelma el toro, igual de pelmazo el torero. Sin chispa ni vibración.
Al menos hoy sí hemos visto la chispa y se ha podido vibrar. Ese novillo, procedencia Santa Coloma, ha sacado la vara de medir y por ello Javier Solís en el quite y Luis Bolívar durante la faena han sabido de la cruz de la fiesta. Esa cruz que es la que da valor a la cara, que no es lo mismo que echarle cara para no ver la cruz. Ambos han sido cogidos espectacularmente y con consecuencias traumatológicas, sobre todo, lógicas. Lógica si hay novillo-toro en plenitud delante. Javier Solís, ha estado entregado toda la tarde, pero demasiado académico y frío, por lo que en razón de sus oponentes, no ha dejado ningún sabor. Sólo ha pasado la raya en el quite dicho, con el encastado novillo y eso sí que llegó al espectador.
Reyes Ramón, displicente, medido, limpito, en figura para resumir. Así no se puede seguir ni interesar. Si además te toca estar delante de los abecerrados novillos, ruinas de solemnidad, ¿quién te va a hacer caso?. Hay que aprender la lección que no se quiere aprender. El toreo moderno, con sus modos y sus toros está a punto de extinción. Entonces para qué continuar en esa línea. Los jóvenes son los que pueden cambiar el panorama actual. Hay que correr tras el balón, no esperar que te caiga en los pies. Esa es la dirección.
Pero estaba en la plaza un novillero, Luis Bolívar, que sí que es novillero y en ello se adivina que quiere ser torero. A los infantes no se les pide que sepan todo, sino que lo quieran alcanzar. Eso tiene que ser un novillero: Luis Bolívar, pongamos por caso. Todos de acuerdo, en la plaza y en la calle. Ver su disposición, su entrega, su coraje, su arrojo, su derroche de valor, su honestidad, su buen hacer a ratos, su atropello en otros ratos, su obsesión para triunfar, etc. Perdón si me ha faltado alguna virtud que adorne las ganas de un novillero, sobre todo en Madrid. Eso, sobre todo en Madrid, haber si lo entienden la panda de cursis que han pasado y que quedan por pasar. En esta lucha, bella y épica, no hay que gozar de más ventajas que las que da el ser torero: alguien dispuesto a dar la vida por el reto de vencer y triunfar. Y si no es esa su vocación, pueden hacerse ricos pegando patadas a un balón o manejando un palo de golf.
Lo has visto, Antonio. Este sí que te ha cortado la conversación que querías mantener. Aquí no había posibilidad de aburrirse o distraerse con otros pensamientos. Los toreros no dejan a la gente pensar, solo sentir. Miedo, tensión, satisfacción, emoción, plenitud de espectáculo que le hace sin igual. Un toro, un torero y nada más. Ni la música serías capaz de oír. Ni tan siquiera sabes si sonaba, pues todo te entraba por el corazón. La emoción que supone ver a un torero en exposición, recreando esa suerte que supone el riesgo de perder o de ganar. Bolívar ganó y ganó por querer ser, pero fundamentalmente por poner él todo lo que hay que poner. Todos quieren ser, pero no ponen lo que hay que poner. Mermado de facultades por el golpe sufrido en el tercero, dio una lección de hombría y torería en el sexto y no renunció al éxito por nada. Hasta que no clavó la espada y tuvo la oreja en la mano, no paró. Esa era su meta e inequívocamente lo vimos todos. Tú con menos experiencia que yo, lo viste igual. Y es que este arte de torear entra por los sentidos y nos iguala a todos.
Algo más que café ha sido mi invitación, pero es también el símbolo de este joven aspirante a torero de verdad, que se vino de su Colombia natal para decirnos a todos que Colombia tiene, con él seguro, algo más que café.


 
   
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