Hemos llegado tan lejos, es tan honda la preocupación, tan bochornoso el espectáculo que se está dando, que urge la toma de medidas que permitan reconducir la situación. Se ha llegado a un punto en el que o se toman en serio medidas sensatas o el resultado final es predecible, pero impredecible el cómo y sus consecuencias. Lo ocurrido en Madrid en estos días, con la culminación vergonzante del estado agónico de las reses que salen por toriles, no augura un futuro mejor. Más al contrario, se vislumbra una situación cada día peor.
Sólo una actitud suicida por parte de todos los estamentos que manejan esta devaluada fiesta, puede explicar el escarnio producido a una fiesta secular que tras varios siglos de vigencia, forma parte de la cultura de nuestro pueblo. Esta actitud suicida, pero plena de intereses personales, ha permitido, fundamentalmente, en las dos últimas décadas la mayor degradación de los valores auténticos de nuestra llamada fiesta nacional. El toro, valor máximo que sustenta el maravilloso espectáculo de las corridas de toros, ha sido manipulado en su genética y posteriormente, por si ello fuera poco, otra manipulación artera en sus condiciones y comportamientos físicos y de defensa. Es decir, se le ha convertido en el “convidado de piedra” del negocio que sustenta, cuando, muy al contrario, es la piedra donde se apoya el magnetismo por el que muchas generaciones han elevado a la categoría de héroes a quienes se enfrentan a ellos. Un suicidio que sólo afecta al animal y al espectador al que le hurtan sistemáticamente la autenticidad del enfrentamiento del toro y torero en términos equitativos.
HAY QUE QUITARSE LA VENDA. No es posible mantener por más tiempo esta farsa. El toro debe ser íntegro, útil para la lidia tal cual fue concebida. El mérito del torero nacerá de vencer su fiereza, sin ventajas ni artificios, acompasando sus embestidas, dominando sus instintos y, si es posible, creando belleza. Este es el fundamento de las corridas de toros, todo lo demás es cuento. Y para ello, hacen faltan toros que soporten el rigor de la lidia. No se trata como quieren hacernos creer los agoreros de siempre, vendidos al oportunismo de hacer coincidir sus carreras con las del resto de participantes, -empresarios, ganaderos, figuras, etc.-, que el dichoso peso de los toros es simplificando quien tiene la culpa. Repasen los pesos del pasado día de marras en Madrid y obtendrán la respuesta: 508, 540, 535, 520, 549, 596, 607, etc.. Se mantuvieron en el ruedo, con reservas pero se mantuvieron, justamente los de más peso. Los mató Bote para mas señas. Podríamos llenar folios y folios con más clarificadores ejemplos, pero no es necesario. Lo único necesario es que: HAY QUE QUITARSE LA VENDA.
A esta sana y necesaria tarea deben apuntarse esos políticos de tres al cuarto que pululan ostentosos por todos los callejones del ruedo patrio. Buenos comedores y bebedores, hasta –como diría José Mª García- abrazafarolas con tal de salir en la foto. Ellos son culpables por omisión del desbarajuste existente. Ellos son culpables por permisividad de que unos cuantos se hayan establecido en un corral sin amo. Pero no se resisten a dejar de palmear a las figuras, ya sean de los ganaderos, de los toreros, de los empresarios, e incluso del periodismo. Figuritas interesados que son los que se lo llevan crudo. A estos son a los que defienden, con ellos se cuelgan las medallas y visitan los mejores hoteles y restaurantes. A ellos se pliegan, dejando huérfanos del cumplimiento de sus obligaciones a los aficionados y espectadores, únicos que con el toro, manipulado, soportan el negocio en el que han convertido la fiesta. Tanto “poderío” y dinero fácil para las arcas han impedido que perciban la realidad: la autenticidad de nuestra fiesta se hunde. Urge, en representación de la autoridad que deberían ostentar, y exigimos que así sea, ellos los primeros: HAY QUE QUITARSE LA VENDA.
Al colectivo de ganaderos habrá que advertirles que es muy posible que dejen como herencia verdaderas fortunas a sus herederos, pero seguramente les dejen, lo que es peor, una auténtica ruina de ganadería. Si es ese su objetivo, en lo personal, no tenemos nada que objetar, pero ¡por favor! no vayan por ahí presumiendo de modélicos ganaderos y sacrificados por sus esfuerzos en la cría del toro de lidia. Dejen a un lado dichas pretensiones y confórmense con contar el dinero que les aporta el seguidismo que hacen de los intereses de las figuras. Al menos, con ello sólo les reprocharemos el daño que hacen a la supervivencia y continuidad de tan hermosa fiesta, pero no tendrán que esconderse por sus afanes mercantilistas. Vender sin escrúpulos lo hacen otros sectores, pero no van por la vida presumiendo de salvadores de nada. Si por el contrario, les queda un resquicio de amor por lo que de sus mayores heredaron o por el mantenimiento de la sangre auténtica del toro bravo, tomen ejemplo de algún ganadero que a ello dedica de verdad su labor, por lo que no HAY más remedio, ellos también, QUE QUITARSE LA VENDA.
Aquellos que se sientan Toreros con mayúsculas, tienen la obligación moral de fortalecer el espíritu que les animó a serlo: alcanzar la gloria, sólo permitida a unos pocos privilegiados, de vencer o caer en la lucha contra un animal, sin otras ventajas que los recursos que su capacidad posea. Pretender que los adelantos de la sociedad en todos los campos sean trasladados a buscar mayor comodidad en el enfrentamiento, no sólo es un fraude a quien paga por la autenticidad para verlo, sino que es un paso atrás en su supuesta gloria. No es posible aligerar de esta carga y de su riesgo a quien asume voluntariamente el papel de enfrentarse a la fiera; si así fuera, hace tiempo que vestirían otra ropa más ligera, pues existen prendas más cómodas, matarían con armas más sofisticadas que el estoque y las banderillas se prenderían con ballestas. Pretender adquirir mayor comodidad a costa del toro, único que no tiene capacidad de expresarse, no sólo es ilegal, sino además una auténtica cobardía –en ellos que se las dan de valientes-. Legítimo es que se mejoren las instalaciones de las enfermerías, que garanticen en mayor medida su seguridad tras el accidente –por cierto, ya disponen de este apoyo básico que no disfrutan otros sectores como el motociclismo o automovilismo, donde los accidentes son más y más fatales sin disponer de quirófanos equipados a diez segundos-. Esta mejora es la única que se les puede ofrecer, ya que la asunción del riesgo en el enfrentamiento leal es voluntario y reporta una gloria y un reverencial respeto que no alcanzan otras actividades. Justamente por eso. Si los llamados “héroes” no saben, no contestan y su horizonte es ganar a toda costa, han de saber que no puede ser a costa de cargarse la propia fiesta. No serán todos, pero algunos, por responsabilidad y vergüenza, también lo han de hacer: HAY QUE QUITARSE LA VENDA.
De empresarios, sinceramente no esperamos mucho, pues son ellos los que montan los espectáculos y quienes podrían, ya han podido, enderezar la nave que va a la deriva. Son conscientes de la existencia de LA VENDA y, por tanto, no son ajenos a lo que está pasando. Ser empresario, aclaremos, es vivir de la cuenta de resultados y para eso hay que contar con dos cosas: producto para vender y/o compradores del producto. Pueden vivir sin que lo primero sea auténtico, bastará con que exista lo segundo. Lo segundo sigue, de momento, existiendo gracias a la proyección social de las fiestas patronales, a las que se aferran todos como clavo ardiendo; fuera de esas ferias, ninguna plaza “aguanta el tipo”. Como aficionados van quedando cada vez menos, y menos que quedarán a este paso. El “gran auge” de la fiesta que los voceros indican no se ve por ningún lado. Lo ocultan, es su misión, para no dar pistas a incautos y espectadores de paso, pero la realidad es tozuda, fuera de ferias plazas vacías. Ni Madrid, que aún mantiene aficionados, con los turistas –esos son los espectadores que más les interesan, pagar y callar- cubren un tercio del cemento del tendido. La misión del empresario poderoso, lo intuimos, no es quitarse la venda, sino evitar que se la quiten los espectadores, por eso es a estos a los que habrá que exigírselo. Naturalmente, si piensan seguir acudiendo a las plazas.
Es por todo lo dicho el único reducto donde se puede confiar, a salvo de intereses generales que no pueden existir, es en los espectadores en general y aficionados en particular en quien hay que confiar esta tarea. La defensa de la Fiesta, una fiesta auténtica pasa por la concienciación de los que pagan, ellos son los únicos con derecho a reclamar y exigir aquello por lo que han pagado. Ya hemos dicho que el elemento principal es el toro, que paga con su vida siempre, pero éste no puede expresar su disconformidad. Por tanto, convengamos que el público es el auténtico protagonista del resurgir de esta fiesta decadente. En sus manos está la mayor parte de las soluciones. Una actitud seria y rigurosa puede permitir que se recuperen parcelas totalmente perdidas. Desde el rigor en el transcurso de la lidia, menospreciada hasta límites que han hecho desaparecer la esencia de suertes fundamentales como la medir la bravura en la de varas, tercio capitidisminuido con la desaparición de los quites de los alternantes, hasta la valoración y ejecución de la suerte suprema, último eslabón que permite el otorgamiento de los premios. Todo es recuperable si en ello pone el aficionado especial interés. Impedir el fraude no solo es un derecho, es más, es una obligación inexcusable en el momento actual.
Suelo decir, ahora debo decir que “El presente de indicativo del verbo querer es: yo hago”. Esta es la única postura que debe de adoptar el aficionado: hacer. Hacer notar su desaprobación con todo aquello que suponga un paso atrás para la salvaguarda de la continuidad de la belleza y autenticidad del Arte de Torear. No se puede claudicar, bastante lo hacen y han hecho periodistas y compañeros a los que les ha preocupado mas, como hemos dicho, su carrera que la defensa de la integridad del espectáculo. Allá ellos, podemos hasta comprenderlos, pero no perdonarles el daño causado. Con sus silencios, con sus complicidades han hecho un daño, esperemos que aún reparable. Ya que han dejado solos en esta lucha a la sufrida afición, con la aportación y apoyo de algunos críticos serios, rigurosos e insobornables, no es el momento de desmayar ni de bajar la guardia. Si en algo había pasividad, tras tantos años de “educación y domesticación” recibida a través de tantos medios, es hora de QUITARSE LA VENDA.
Recordemos en este epílogo postrero la sencilla sabiduría aleccionadora de dos seres que son ejemplos a seguir. Por un lado, Facundo Cabral cuando dice: “La sociedad humana está tan mal por las fechorías de los malos, como por el silencio cómplice de los buenos”. Por otro, un mensaje que encierra el valor de los que luchan por aquello en lo que creen; lo dijo, nada más y nada menos que Mahatma Gandhi: “Los cobardes mueren muchas veces antes de morir”.
Si ambos pudieran haber compartido con nosotros estos delicados momentos de nuestra amada afición a los toros, seguros podemos estar que nos apoyarían diciendo: HAY QUE QUITARSE LA VENDA.