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Pla Ventura  
  España [ 26/07/2002 ]  
EVA DUARTE, MEDIO SIGLO DESPUÉS.

 

  La vida, en sus innumerables avatares, de vez en cuando, nos obsequia con la presencia y esencia de algunos personajes singulares que, por su contenido humano, llegan a calar en el corazón de cualquier habitante del planeta. Según nos ha contado la historia, mucho me temo que, Eva Duarte, de la que hoy se cumplen los cincuenta años de su muerte, era una de esas personas que, por su forma de ser y actuar, supo entrar en el corazón de todos los argentinos y, a su vez, emocionar al resto del mundo.

  Recién terminaba yo de llegar a este valle de lágrimas cuando, Evita, la que no necesitaba de apellidos, moría víctima de un cáncer maldito. Treinta y tres años eran muy pocos para valorar lo que esta mujer hubiera hecho ó, en su defecto, hasta donde hubiera podido llegar en su humanística. Eva Duarte, la que soñaba con la gloria del teatro, la que hiciera innumerables incursiones por los escenarios argentinos sin lograr la rotundidad del éxito, en breve tiempo, gracias a sus valores internos, supo llegar junto a Juan Domingo Perón para, a su vez, sacar a relucir la gran humanista que llevaba dentro. Con aquella acción, se perdía una actriz, la que quizás nunca existió, pero se ganaba una gran señora por la que, la mayoría de los argentinos suspiraban sólo por verla y, lo que es mejor, por sentirla.

   El mérito de Eva Duarte se le debe atribuir a que, desde sus ancestros más humildes, con el bagaje de su inteligencia, supo llegar al corazón del general Perón que, fascinado por su belleza externa y, con toda seguridad, por la interna, quedó prendado de aquella muchachita que, llegada desde el hogar más humilde, logró la gloria soñada de convertirse en la primera dama argentina, hecho éste que encolerizó a muchas mujeres de su país puesto que, algunas, convencidas acreedoras para ocupar el lugar de Evita, le odiaron de por vida; jamás le perdonaron que, desde la sima, pudiera llegar hasta la cima. Perón tenía cientos de candidatas para estar a su lado; y todas, de la alta sociedad argentina, de ahí que, los odios más exacerbados para esta mujer, le llegaran desde la infelicidad y desdicha de quiénes, con dinero, soñaban con la gloria de poder ocupar el “trono” que llenara, con desmedida pasión y mayor arrebato humanístico, la primera “descamisada” del país, es decir, Eva Duarte.

  De esta mujer se podrían escribir – y de hecho se han escrito- miles de páginas sobre su vida e incluso sobre su muerte que, tras su óbito, siguió llenando páginas en libros y diarios puesto que, su arrebatadora personalidad, así lo demandaba. Cincuenta años después de que existiera, si acaso, podríamos creer a sus biógrafos, es decir, a los que le conocieron y, en vida, cantaron sus obras. En mi caso, me cabe la fortuna de haber sabido de esta dama, precisamente, por gente que la conoció muy de cerca, e incluso, por algunos de los que, en su día, fueron sus benefactores. Siendo así, - y ahí está la historia- me quedo con el lindo recuerdo de una mujer que, viva, supo luchar por los pobres, como miles de pruebas le avalaban. El grito de EVITA, por parte de sus “descamisados” eran algo singular por las calles de Buenos Aires, diríamos que por toda Argentina. Era el pueblo el que le aclamaba; era su pueblo el que, a diario, le rendía gratitud y afecto por todo aquello que habían recibido del gobierno peronista que, con esta mujer en la “sombra”, alcanzó cotas insospechadas entonces para ellos. Ya, desde su primera aparición en el balcón de la CASA ROSADA, Evita lograba las pasiones más arrebatadas y, como no podía ser de otro modo, los odios más enconados. Le amaba el pueblo y le denostaba la alta sociedad argentina que, ni después de su muerte, lograron perdonarle. El pecado de Evita, como el de otros muchos líderes del mundo, no era otro que, llegar hasta donde trepó, viniendo de los orígenes más humildes argentinos. Eva Duarte comprobó en sus carnes que, es muy difícil el perdón para un pobre por parte de los ricos y, mucho menos, si el pobre alcanza el sueño del rico.

  En esta vida, como se sabe, de cada cual, quedará, como legado, aquello que haya conformado tu existencia y, en el caso de Eva Duarte nos queda, para el mundo, su obra social para tantos miles de argentinos que, medio siglo después, anhelan el milagro de que resucitara puesto que, como muchos argentinos piensan en este instante, la dramática situación con que vive sumida la Argentina, sólo podría ser reparada con una persona como Eva Duarte. Ciertamente, en aquellos años, se produjo la metamorfosis de un encuentro memorable entre el general Perón y Eva Duarte, un hombre y una mujer que, para la mayoría de los argentinos, formaron el matrimonio perfecto, cuando menos, solidarizándose ambos con la masa social de aquellos momentos que, ante todo, reclamaba pan y trabajo, algo que, Perón, auspiciado por Evita, supo lograr. Para algunos, por envidias, no era suficiente que el gobierno peronista construyera infinidad de viviendas para los pobres; viviendas, colegios, albergues, hospitales y demás centros de ayuda para los desvalidos. Y digo que no fue suficiente porque, la alta sociedad de su país, jamás le perdonó a Evita que vistiera un abrigo de visón y luciera sus mejores galas. Querían, sus detractores, al parecer, que siendo la primera dama de Argentina, Evita, siguiera viviendo en el piso humilde que compartía con otras personas, a su llegada a Buenos Aires. Como explico, muchos, en su ceguera, miraban las joyas de Evita, pero ese “bosque” de las envidias, les impedía ver la gran realidad en lo que a su labor social llevaba a cabo.

   Amada y odiada, todo a la vez, Eva Duarte supo quedar en la historia, como la mujer que les regaló ilusiones a los argentinos y que, además de ilusiones, les alumbró con miles de realidades como las antes expuestas. Ella supo luchar como nadie por los pobres, por sus “descamisados” como ella les calificara y, la auténtica realidad es que, posiblemente, nadie mejor que ella podría llevar a cabo semejante tarea puesto que, ella, antes que primera dama, era una pobre más, razón evidente para comprender los sentimientos de todo aquel que no tiene nada, salvo un hatillo de ilusiones por encontrar un mundo mejor.

En un lugar del mundo a 26 de julio del 2002.

 

PLA VENTURA.

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