El mundo vive una disparatada carrera hacia el abismo; la técnica, en todos los órdenes nos invade por completo y, cuando creemos que, dicha tecnología nos proporciona felicidad, a veces, al cerrar los ojos y entender la reflexión interna que podemos hacernos, es cuando acertamos a comprender que, vivimos prisioneros de las máquinas. De que caminamos hacia el abismo, esa verdad, es incuestionable. Ciertamente que, algunas de las máquinas o sistemas inventados por el hombre, a la humanidad, sin lugar a dudas, le ha proporcionado cierto bienestar; sin embargo, algunos artilugios, nos han arrebatado la poquita intimidad que nos quedaba, la paz que tantas veces habíamos soñado y, como explico, todos, sin remisión, vivimos pendientes del maldito teléfono móvil.
El dichoso aparatito nos ha privado de la libertad, nos ha quitado la intimidad, nos roba la paciencia, provoca un estrés desmesurado, nos delata allí donde estemos y, para mayor desdicha, algunos necios, hasta lo utilizan para grabar escenas aberrantes que puedan suceder por las calles. Como vemos, nunca un artilugio tan pequeño tuvo poderes tan grandes; pero, un poder absurdo para la propia destrucción del ser humano y, lo que es más triste, algunos, ingenuamente, hasta confiesan no poder vivir sin él. Hace unos años, como ocurría desde que se inventó el teléfono, las gentes se llamaban a sus casas, a sus lugares de trabajo o, si era muy urgente y no estábamos en nuestro lugar de origen, para eso existían unas cabinas telefónicas que, llegado el caso, nos ayudaban en cualquier necesidad perentoria al respecto. Era, claro, un invento genial que, por supuesto tenía el uso adecuado; pero la sociedad, al parecer, quería más; nos lo dieron y, ahora, ahí estamos, pagando la tremenda factura, -en todos los órdenes- que nos maldice dicho invento telefónico.
Es triste, yo diría que dantesco, ver a las gentes hablando por el teléfono móvil por las calles; en las aceras, en los bares, en los automóviles; todo el mundo arrastra las cadenas que este maldito invento nos ha lacrado. Nadie vive tranquilo; nadie duerme reposado y, por el contrario, la alteración, en el ser humano, al respecto de dicho artilugio, es una constante. Es ya muy normal que, en una reunión de amigos, cuando antes se reunían para ser felices, ahora, el teléfono estropea las reuniones, las comidas, los sueños y, la libertad que antaño gozábamos cuando, al menos, por las calles y fuera de la casa o del lugar de trabajo, todos éramos felices; y lo éramos puesto que, nadie interrumpía nuestra intimidad. Ahora, cuando nos llamamos, los unos a los otros, al menos, debemos de tener la suficiente educación para preguntar donde se encuentra el que llamamos y, llegado el caso, hasta pedirle perdón porque, inevitablemente, en demasiadas ocasiones, hemos interrumpido algo que no nos competía; culpa igualmente del receptor de la llamada que, de forma infantil, prisionero del artilugio maldito, no es capaz de apagarlo para gozar de un mínimo de libertad e intimidad.
Posiblemente, el que inventó el teléfono móvil, dentro de su ser, por propia convicción, creía haber descubierto un instrumento maravilloso que, con toda seguridad, bien utilizado, como se utilizaba antes el teléfono normal, lo podría ser, de eso no me cabe duda alguna. La idea era buena, de forma concreta, para el trabajo; pero un trasto tan pequeño, en nuestras manos, se ha convertido en un monstruo de mil cabezas, con el cual, ahora, no sabemos desprendernos. Convengamos que, antaño, hablar por teléfono, dentro de todo, tenía hasta su magia; es decir, sonaba el teléfono y, de forma misteriosa, hasta escuchar la voz del otro lado del cable, nos cabía la dulce incertidumbre de no saber quien llamaba, sin embargo, ahora, con los celulares, ha muerto la magia puesto que, cuando recibes la llamada, ya sabes quien te llama y, lo peor de todo es que, en demasiadas ocasiones, hasta adivinas para qué.
Se trataba de un invento bonito que, al paso del tiempo, nos ha devorado sin piedad. Dicen que, el teléfono móvil nos ha dado movilidad, agilidad y aquello de ganar tiempo en nuestras comunicaciones; no lo voy a negar pero, ¿cómo vivíamos antes de tener los dichosos teléfonos? Cuando menos, antes, las gentes, cuando conducían, por citar un ejemplo, estaban en lo que tenían que estar y, a lo sumo, escuchaban música que, siempre era algo relajante. Ahora, las gentes, en la vorágine de comunicarse para cosas absurdas, hasta con el automóvil, conduciendo y, a su vez, prisioneros del invento que, como se sabe, la situación, tantos accidentes mortales ha costado; hasta los niños viven encarcelados con el célebre móvil que, como se sabe, a muchos padres, el invento, por ineptitud, tanto dinero les ha costado.
¿No será, acaso, el móvil, el invento del siglo y que, lamentablemente, está utilizado por manos absurdas? Aprovechemos, sin lugar a dudas, las grandes ventajas del invento y, a su vez, rechacemos la parte que nos roba de intimidad y de paz. Inventos al margen, lo seres humanos, desdichadamente, por culpa de la tecnología, en gran medida, hemos perdido uno de nuestros grandes tesoros, la libertad.