La fiesta de los toros se mantiene, única y exclusivamente, debido al misterio que encierra este espectáculo. A diario, nos cabe la esperanza de encontrarnos algo nuevo, razón por la cual el aficionado es capaz de acudir una tarde tras otra a una plaza de toros. En los toros, todo – yo diría que casi todo- es previsible en manos de los toreros, incluso por parte de los toros. Son innumerables las circunstancias que se tienen que dar cita que, como digo, el espectáculo, siempre está plagado de incógnitas. Si la fiesta fuera un conjunto matemático de aconteceres- que demasiadas veces lo es- moriría de inmediato. Ahora bien, la magia esperada, la creatividad soñada y las esperanzas puestas a favor del arte, son los argumentos de peso que le dan vida a la fiesta taurina.
Es, precisamente, ese halo de misterio y de aureola que rodea a ciertos toreros, lo que hace grande e indescifrable a esta fiesta que muchos quieren destruir por sus acciones incompetentes y absurdas. Siempre he dicho que, la fiesta, de acabar con ella, lo harán los propios protagonistas directos e indirectos, nunca los de afuera.
Ayer, una vez más, mis ojos se quedaron extasiados con el misterio de que hablo. Vi la actuación de Antoñete en Burgos. Y miren si tiene duende y misterio este hombre que, vestido de calle, nos da la impresión de que estamos ante un señor muy mayor, casi un anciano, exagerando la nota que digamos. Por el contrario, vestido de torero y viendo lo que hizo en Burgos, nuevamente, todo el mundo comprendió la magia de su arte. Las formas y maneras de Antoñete, no son practica habitual en el mundo del toro. Es un concepto distinto de las distancias, de enseñar la muleta, de citar al medio pecho, de embarcar al toro, incluso de ligar un pase de pecho de forma sublime. Antoñete es y sigue siendo, una fuente inagotable de torería y, ante todo, de ese misterio del que hablo y que tan grandiosa hace a la fiesta.
Tengo que seguir apostando por los toreros artistas, de ahí la misteriosa causa que puede mover a la fiesta taurina. Que nadie se vaya a confundir que, entre el gremio de aficionados, los hay tan estereotipados que, cuando comprueban que un torero actúa muchas veces, le dan el calificativo de “artista”, título que, como todos deberíamos de saber, está reservado para una elite de toreros.
Ser artista, tener misterio, crear arte y ser diferente, son unos conceptos tan bellos que, como se comprueba, molesta al resto del colectivo que carece de semejantes valores. A tenor de los toreros artistas, recuerdo en una ocasión en que, Sánchez Puerto, anunciado en Madrid con una corrida de “victorinos”, recuerdo que yo anuncié todo el arte que podía derramar dicho artista. Luego, tras su memorable faena, todo el mundo tuvo que sucumbir ante mi pronóstico, algo que me hizo feliz. Sin embargo, Sánchez Puerto, artista admirado, apenas le dan entrada en las plazas de toros, algo que, hasta llego a “comprender”. ¿ Pueden soportar las figuras que un torero como Sánchez Puerto les enseñe lecciones de torería?. Jamás lo tolerarán, razón por la cual, toreros como Sánchez Puerto tienen que estar postergados, relegados en las miserias de su propio arte.
Ahora, en estos instantes, como aficionado, me preocupa que los duendes hayan abandonado, de forma momentánea, a Morante de la Puebla. Los taurinos pueden pasarle una factura tremenda si tardan mucho tiempo las musas en volver a visitarle. Su mente, la de Morante, tras su cornada en Sevilla, parece obtusa respecto al arte. Sus creaciones, a retazos, como ráfagas fugaces, no son todo lo épicas que el taurinismo le requiere, pero jamás debemos olvidar que, Morante, es un torero de misterio, que nadie lo olvide.
Morante de la Puebla, José Tomás, Antoñete, Curro Romero y muy pocos más, incluyendo al mencionado Sánchez Puerto, son los únicos toreros que, misteriosamente, nos pueden llevar a ese lugar en que, a diario soñamos y que casi nunca logramos.
Pla Ventura.