Tiempo atrás, no puedo precisar fechas, he ido viendo como han llegado hasta mi ciudad un ingente número de personas extranjeras; Poco más que una “tribu”, todos ellos, de nacionalidad peruana y ecuatoriana. Son, como la vida ha demostrado, ciudadanos del mundo que, la vida, en uno de sus avatares, les ha traído hasta España. Ellos, los nativos de la tierra de los Incas, son inconfundibles: pequeñitos, morenitos, con piel cetrina, cabello muy negro y fracciones muy parecidas entre sí. Son, ante todo, seres humanos, por tanto, sobran todas las acepciones.
Y digo todo esto puesto que, sin racismos ni fobias hacia nadie, siento orgullo de ser español y, concretamente, valenciano. Acá, en esta bendita tierra en que no sabemos de clases, de razas, ni de lugares de nacimiento, es un hecho hermoso contemplar como se les ha acogido a estos seres humanos, con cariño, con dignidad y, ante todo, con el orgullo de saber que tenemos una “mano de obra” sincera con estos hombres y mujeres. Y, para mayor dicha, a Dios gracias, se les otorga el mismo tratamiento que cualquier español que se adentre en el mundo laboral.
Es triste, muchísimo, contemplar como nos enseñó la televisión en que, en Barcelona, por citar alguna que otra ciudad, grupos de indigentes dormían en los suelos y comían de las limosnas de los viandantes. Es un hecho dramático puesto que, en España, en todos los lugares, si algo falta es mano de obra. Estas personas venidas de allende, todos en busca de una vida mejor, es sangrante que, teniendo trabajo las empresas españolas, por culpa de la maldita burocracia de los absurdos “papeles”, muchas de estar personas no puedan acceder a un puesto de trabajo que, como tantos empresarios españoles han confesado, lo que les sobra es trabajo para todo el mundo.
Ahora, a diario, contemplo con alegría y satisfacción a estas personas a las que aludía que, todos, como por arte de magia, han recuperado su sonrisa. Como decía Cantinflas en que, soñaba que los pobres se rieran, pero se sentía más feliz si los pobres se reían después de haber comido. Efectivamente, estos seres humanos, hijos de Dios, como nosotros, regalan sonrisas, pasean por nuestra ciudad con orgullo y gratitud hacia un pueblo que les ha dado cobijo, cariño, trabajo, paz y amor.
Este hecho, hermoso como admirable, de llevarse a cabo en todos los lugares de España o del mundo, allí donde hiciera falta mano de obra, acabaría por completo con miles, con millones de problemas que existen por el mundo, todos, relacionados con la carencia de trabajo, por tanto, abocados al hambre y a la miseria.
Dar trabajo es el acto más noble que un empresario puede hacer, algo que, los empresarios valencianos, han llevado a cabo con lealtad y orgullo. Solo falta que, la Administración española pueda agilizar los horrendos trámites del “papeleo”, yo diría que los absurdos trámites puesto que, ningún ser humano de este planeta ha elegido el lugar de nacimiento. Y si venimos al mundo para vivir, todos los hombres y mujeres de buena voluntad, deberían tener acogida en cualquier parte del mundo puesto que, a fin de cuentas, todos formamos parte de esta única raza llamada LA HUMANIDAD.
Me quedo, como explico, con la sonrisa de estos peruanos que, han encontrado, en estas tierras, aquello que la vida les negaba en su propio país. Benditos sean puesto que, lo único que aportarán a esta ciudad es riqueza, no en vano, el trabajo es, para unos y para otros, la mayor fuente de riqueza que jamás hayamos conocido.