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Antolín Castro  
  España [ 02/10/2000 ]  
FERIA DE OTOÑO: ¡ARDEN LAS VENTAS DE MADRID!

UNA VERGÜENZA. Culpables y cómplices: TODOS

Escribir es mi pasión. Escribir del toreo, una delicia. Escribir de la Fiesta Nacional, un orgullo. Escribir de la bazofia en la que han convertido unos cuantos interesados los espectáculos taurinos, si no es para efectuar su denuncia, un fraude a los aficionados y lectores. En suma, sólo hay una forma de escribir: DENUNCIANDO. Sólo una forma de soñar, escribiendo de lo que uno cree y sabe que es el AUTENTICO ARTE DE TOREAR. De lo segundo tendrán nuestros lectores próximamente oportunidad a través de la reedición de LA RESERVA DEL TOREO; de lo primero, ahora y siempre mientras esto no cambie.

La feria de otoño en Madrid ha dado sus primeros pasos. El declive de la Fiesta dio sus primeros pasos hace ya mucho tiempo. Unos cuantos, no muchos, lo venimos poniendo de manifiesto cada vez que escribimos. En esta feria los pasos dados con anterioridad nos confirman: ¡LA FIESTA AL GARETE!. De aquí al abismo, sólo un paso.

Algún lector bienintencionado podrá pensar que exageramos, que no será para tanto. Sin embargo, cualquier aficionado enterado, a resguardo de “la telemisión” y de otros triunfalistas “palabreros y juntapalabras”, podrá certificar cuanto aquí se asevera. Más que nadie los aficionados de Madrid y espectadores varios que hayan tenido la oportunidad de sentarse en sus tendidos en estos días otoñales. El frío extendía su gélido manto sobre Las Ventas, pero las situaciones y despropósitos vividos hacían subir la temperatura de las protestas, poniendo en grave riesgo las estructuras de la plaza. Con tanto calor y por tanto se protestó que ¡ARDEN LAS VENTAS DE MADRID!.

Ni los más antiguos del lugar recordaban nada igual: TRECE TOROS tuvieron que saltar al ruedo venteño para celebrarse la ceremonia y la pantomima en la que han convertido las corridas de toros actuales. Pudieron ser más, pero resultan suficientes para dejar patente la sinrazón que envuelve el negocio montado alrededor de los festejos taurinos. La falta de autoridad, un reglamento trucado, unos desaprensivos empresarios, unos toreros mediocres y faltos de la más elemental dignidad –los futbolistas protestan y no se prestan a jugar con los balones desinflados-, una prensa vendida al carro del triunfalismo, ocupando los puestos que manejan e influyen en los seudo aficionados y espectadores en general, unos ganaderos especializados en correr tras las exigencias de las figuritas y, por último, un público desorientado a propósito y aplaudidor, han hecho de esta bella fiesta, en la que debe tener lugar El Arte de Torear, a través del enfrentamiento de una fiera, un toro íntegro y creado para la lucha no para convertirse en un “colega” de su matador, un espectáculo lamentable donde sólo privan los intereses de unos pocos.

El olor de esta histórica tarde del primero de octubre de 2000, no era otro que el de la ESTAFA de quienes están obligados a montar el espectáculo en su autenticidad. Hubo otro olor y vino dado por las repetidísimas salidas al redondel de los cabestros de Florito, -único a salvo de sospechas por profesional y eficiente-, que reflejaba de otra manera la fiesta que padecemos: UNA GRAN MIERDA.

El nauseabundo olor llega a todos y a todas partes. Toreros incapaces si no se les pone todo a favor: el torito aborregado y despitorrado, el público aplaudidor y una prensa permisiva y aduladora. Si sale el toro íntegro, con sus problemas propios de la casta – no hablamos de “pregonaos”-, el público manifiesta sus discrepancias sin consentir cuantas ventajas utilizan y además aparecen los críticos, que los hay, que escriben lo que ven, lo que es su deber de informar al lector, se convierten en defenestradores de ganaderos íntegros, no digamos de “un sector de la plaza” al que se insulta sin miramientos y en perfecta sintonía y complicidad con los portadores de micrófonos. Y por si faltaba algo, se agrupan en pandillas para “dar su merecido” al crítico de turno que, por cierto, es el único que en cumplimiento de su deber y para contar la verdad “echó la pata palante”.

De los ganaderos, mejor no hablar. En qué actividad de la vida se pueden llevar decenas de años “buscando” las causas de un problema y su resolución?. En ninguno, por supuesto. Tan sapientes cabezas no están para buscar la solución de la fortaleza de los toros, que son el principio básico de la fiesta. Bastante tienen con sacar pecho pues sus toros se los piden las figuras. Esas figuras, decorativas añado yo, que adornan el escalafón y cuya máxima aspiración radica en tener suficiente fuerza para poder elegir esas “resecitas” de esos ganaderos. Un círculo vicioso, la pescadilla que se muerde la cola. Y si a esto le añades los plumíferos y voceadores de las bondades de los citados ganaderos y figuras, no es que se cierre el círculo, más bien se cierra el paso a toda integridad y autenticidad de la fiesta. Uno sólo nos podría salvar: La Autoridad. Pero la Autoridad no existe como ya reflejamos en esta página recientemente. Sólo nos queda la afición, la reducida afición. De Madrid fundamentalmente. La otra está domesticada y hasta ya se atreven a decirlo públicamente por Sevilla: “somos demasiado buenos, demasiado educados, nos lo tragamos todo ...”.

Pues bien, esa afición, la de Madrid, dijo STOP a los timadores. Se puso en pie de guerra, denunció hasta la extenuación la supina invalidez en la que han convertido la cabaña de bravo, puso en un brete al Sr. Torrente, presidente de la citada corrida, quien poco le faltó para ver asaltado el palco y, sirviendo de precedente, tuvo que DEVOLVER SIETE TOROS, lo que hizo que saltaran al anillo trece cornúpetas. En un día de cierre de las Olimpiadas de Sydney, Madrid batió un record olímpico. Su afición consiguió que no les dieran “gato por liebre” obligando a que la empresa –otra vergüenza más la de los Sres. Lozano- abriera todos los cerrojos de todos los chiqueros con los que cuenta la plaza. Mas toros que medallas, ¡en un solo día!. Sirva este nefasto record para dejar constancia de la ineptitud de quienes los crían, quienes los compran, quienes les dan el visto bueno veterinario, la autoridad que lo consiente, los toreros que se ponen “flamencos y cañis” ante ellos, presumiendo de una torería y dignidad que no tienen y, en una grandísima medida, a los voceros del triunfalismo cuando no ha habido peor época en la historia de toros ni de toreros  -por lo menos de los que más lidian y torean-.

Del resto de lo acontecido ni merece la pena ni vamos a escribir nada. Sólo hemos visto un gran profesional y, además, honrado y eficiente: FLORITO. El único que cita de frente sin utilizar el “pico”, ni los puños.

 
   
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