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Fernando Marcet  
  Perú [ 11/01/2006 ]  
SANGRE EN LA ARENA

Quien, a la vera de un camino en la campiña andaluza, ve unos niños jugar al toro -en el que unos y otros se alternan en el papel del animal que embiste y el torero que lo burla- podría pensar que es un juego inocente que no acarrea peligro alguno. En efecto así es; en ese momento. Deja de serlo cuando uno de esos niños se viste de luces y sale al ruedo a enfrentarse a un animal de carne y hueso, armado con dos puñales que pondrá a prueba su valor y condiciones para llegar a ser torero. Es el momento de la verdad. Aquel que el niño tendrá que hacer acopio de todo su valor para controlar el miedo y salir decidido a buscar el triunfo… o morir en el intento.

¿Qué impulsa a niños, jóvenes y no tan jóvenes, iniciarse en tan difícil profesión, cuya práctica tanto miedo provoca? La respuesta no es sencilla y puede ser materia un artículo posterior; para el presente, bástenos saber que entre quienes se encaminan hacia ello, unos traen dinero, padrino y, tal vez, tradición de una dinastía torera; otros desarrapados y desamparados, llegan con los bolsillos vacíos y mucha hambre de triunfo para salir de la miseria en la que viven. La oportunidad de alcanzar la soñada tarde de gloria se les presentará a los primeros con más frecuencia que a los segundos, pero ninguno dejará pasar la oportunidad para demostrar lo que lleva dentro y poner en práctica lo aprendido en la escuela taurina de la capital teniendo como profesores a célebres figuras de antaño o las empíricas lecciones del viejo torero del pueblo, según sea el caso. En el ruedo los antecedentes no cuentan. Es el toro el que impone condiciones y somete a examen a los aspirantes que irán aprendiendo, a cornadas, a corregir errores.

Duro aprendizaje en verdad que, en los primeros tratados taurinos, no se presentaba tan dramático: José Delgado Pepe Hillo, en el primer capítulo de su Tauromaquia (1796) afirma: “Todas las suertes en el toreo tiene sus reglas fijas que jamás faltan” y en el capítulo segundo -con referencia a las mismas reglas- se autoproclama “maestro” -porque posee la  “sabia experiencia”- y sentencia: “...es imposible que el toro coja al diestro como las aplique oportunamente”. Sin embargo, en Madrid, el 11 de mayo de 1801, el toro “Barbudo” de Peñaranda de Bracamonte, lo mató.

Es posible que el optimismo de Pepe Hillo tuviera origen en el quehacer de un torero contemporáneo suyo, Pedro Romero, nacido el mismo año que él, 1754, que estuvo en activo 28 años (entre 1771 y 1799) durante los que mató más de 5,600 astados y, aquí lo anecdótico, jamás fue herido por un toro. Retirado dos años antes de la muerte de Pepe Hillo, Pedro Romero le sobrevivió  38 años; viejo y pobre, fue nombrado para dirigir la primera escuela de tauromaquia, en Sevilla,  fundada por Fernando VII. Murió en Ronda el 10 de febrero de 1839. Aquello  que se dice de él -que en su larga trayectoria jamás fue herido por asta de toro- es lo excepcional, lo normal es lo contrario. Sin que nadie lo desee, el peligro de la cornada está presente en cada corrida. Todo torero es conciente de ello y, por mucho conocimiento y técnica que posea, es poco probable que haga una larga carrera en los ruedos sin recibir el temido bautizo de sangre.
 
Las cogidas que sufren los toreros (o quienes pretenden serlo) son más frecuentes que lo que el común de la gente se imagina. Se dan en todos los países en los que se cultiva la fiesta del toro bravo pero los medios de información sólo dan cuenta de aquellas que por su gravedad constituyen noticia morbosa. Del resto: nada.

¿Es la cogida producto de la inexperiencia y poco conocimiento del novato? o ¿de la suficiencia confiada del maestro? o ¿de la temeridad inconsciente del inexperto? o ¿de la entrega conciente del profesional? No lo se, quizás un poco de todo ello. Lo que sé es que el toro no deja pasar la oportunidad de hacer presa de su lidiador cuando éste se descuida o comete el mínimo error.

Muchas veces los extremos se juntan, como sucedió dentro de una racha de accidentes que ocurrieron en junio del 2004, dentro de la cual dos toreros -inexperto uno, gran figura el otro- sufrieron sendos percances en un lapso de tan sólo 48 horas: El día 20 de tan aciago mes, en la Maestranza de Sevilla, el joven novillero Curro Sierra recibió una cornada en el triángulo de Scarpa –muy similar a la que mató a Francisco Rivera Paquirri- de la que salvó la vida gracias a la intervención oportuna y acertada del equipo médico que lo atendió. Dos días después, la gran figura del toreo actual, Enrique Ponce, en la plaza de León, sufrió una cornada en el muslo derecho y fracturas de una clavícula y varias costillas, que lo mantuvo alejado de los ruedos por mucho tiempo.

 No se puede comprender lo que es torear si no se tiene presente el permanente riesgo a la cornada que afronta el torero cada tarde. En su momento, Salvador Sánchez Frascuelo soltó aquella frase, terriblemente cierta, que dejó para la historia: “El que no quiere que le cojan los toros tiene dos caminos: Huir o cortarse la coleta.”

Por otra parte, Gregorio Corrochano, dueño de una exquisita pluma, en su libro ¿Qué es torear? nos cuenta cómo vio la cogida y muerte de José Gómez Joselito que ilustra, de manera excepcional, la manera como la duda de un torero en el ruedo puede tener consecuencias fatales. Escribe Corrochano:

“¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía Joselito y vi cómo le mató un toro.

16 de mayo. Feria en Talavera. Toros.

Mes de mayo. Mal mes para los toreros. Mucha primavera en el campo. Mucha sangre brava en los toros.”…

“Las seis de la tarde. En el ruedo hay un toro que se llama Bailaor. Es hijo de Canastillo del conde de Santa Coloma, y de la vaca Bailaora, del duque de Veragua. Es negro, bajo de agujas, bien criado, bien puesto en cornicorto, con la cabeza rizada como si tuviera piel de karakul, muy en el tipo de Santa Coloma. Así era también el toro Bravío. Se oye el toque de un cambio de suerte. Van a banderillear. Joselito se acerca a la barrera a coger los trastos de matar.

-El toro ha perdido la vista en los caballos- me dice Joselito.

-El toro me parece burriciego- le contesto yo.

Cada uno razona su punto de vista. Antes de ponernos de acuerdo, corta el diálogo un clarín. El clarín anuncia que ha llegado la hora de la muerte. Esto es tan frecuente, se oye tantas tardes, que a nadie inquieta, ni a las mujeres que llevan flores para el torero, con una inconsciente anticipación.

Sale Joselito armado de estoque y muleta. Va a matar al toro. Nadie sospecha; ni él. Joselito, con la idea fija, seguro de su experiencia, de que el toro ha perdido la vista en los caballos, le acerca la muleta a los ojos, para que la vea. El toro no la ve, y derrota corto por instinto. Se separa el torero para irle por otro terreno. Cuando al separarse Joselito, entra en la distancia en la que el toro ve, se le arranca. José le espera tranquilo, y trata de desviarle con la muleta, como hizo tantas veces con exactitud. Pero el toro al llegar a la muleta la pierde, no la ve. Levanta al torero prendido por el muslo, cae sobre la cabeza del toro, y en el aire, le da con el otro pitón, la cornada que le mata. Todo a ciegas. El toro le hiere sin verle, porque ha perdido la vista en los caballos, como creía él, o porque era burriciego, como creía yo. No nos pusimos de acuerdo, y me quedó la duda. Ya era igual. A Joselito le había matado el toro.” 

Grabado: La muerte de Pepe Hillo. Litografía de Francisco de Goya y Lucientes

 
   
 
   
Miguel estaña 14/01/2006  
 
¿Como se puede llegar a desear sangre de un torero, para que continue la fiesta? Y tener la mente tan cerrada para no ver la tortura a un animal inocente ,que lo único que hace es defenderse del que lo está matando poco a poco. Pobres de los niños que quieren ser toreros . Gloria, Arte, Dinero, Aplausos. ¿Y alfinal que ?la muerte, la del toro y la del torero. Miguel
 
   
Marco Campos 13/01/2006  
 
Me impresiona el transito del juego de niños al juego con la muerte. Me impresiona el dominio del miedo del torero frente a un inmenso y bravo animal. Mas aun me impresiona que alguien pueda sentirse atraido y desde muy joven a tal hazaña.
 
   
Alejandro Tellez 11/01/2006  
 
la mayoria de los seres humanos, somos amantes del peligro, atrevidos buscamos nuevas experiencias, EL TOREO ofrece peligro mexclado con arte, lo cual es muy atracrtivo. sobre las cornadas, estar frente a un mal toro, en un mal momento, etc. y al considir todos los males, ni el mejor torero se salva de una cornada. la historia taurina,siempre sera leida, enhorabuena.
 
   
Jose Miguel Lecumberri 11/01/2006  
 
enhorabuena por su articulo y definitivamente asi es,mientras haya esa incertidumbre delante de un astado,habra fiesta brava y de vez en cuando desgraciadamente hace falta un herido pues asi la gente sigue acudiendo a los toros
 
 
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