Consternación y pena, he aquí los sentimientos que ha despertado entre la afición a los toros, la muerte, el suicidio de David Silveti, especialmente, entre los aficionados aztecas, junto a los cuales, hasta le llegaron a bautizar como el Rey David.
Comprendo la decisión de Silveti por alejarse del mundo de los vivos. Y, soy capaz de entenderle sin conocer las profundidades de su vida aunque, sus signos externos, ellos solos, me temo que han bastado para que, el bueno de David, tomara semejante decisión. Han sido muchos años de lucha, quirófanos, recuperación, rehabilitación y, ¿total? Para nada. Una maldita lesión le llevó por los caminos más amargos; pasando por una lucha titánica y, el pasado año, con un esfuerzo sobrehumano, hasta fue capaz de reaparecer con éxito en la México. Allí quedó, una vez más, su torería, su aroma de torero caro, su sello de artista. En la pasada temporada, tras unas fugaces intervenciones artísticas, su pierna, la lesionada, una vez más le dijo que no; otra vez a empezar de cero cuando, como todos sabemos, Silveti era uno de los grandes toreros de la actualidad y, desde que empezara su carrera, la gran esperanza mexicana.
Con su acción, es decir, con su decisión por suicidarse, ha quedado claro que, Silveti, quiso rebelarse contra su propio destino y, la única salida era la que tomó. Convengamos que, el destino no fue justo con este hombre y, quizás por ello, David Silveti, luchando contra semejante injusticia, su única salida, como ha demostrado, era la de quitarse la vida. Silveti era libre para vivir o morir y, en su último arrebato de cordura, decidió inmortalizarse para siempre. Y, recordemos que, el suicidio, como se ha demostrado, es la única salida para aquellos toreros válidos que, inútiles para su profesión, son capaces de tomar ese camino sin retorno. El tema no es nuevo. Muchos años atrás, Juan Belmonte, aunque ya mayor, al ver que su cuerpo no le respondía a lo que su cerebro le dictaba, decidió quitarse la vida.
México llora esta pérdida irreparable por la desaparición de Silveti del mundo de los vivos. Pero me temo que, ahora, tras este paso, Silveti goza de la paz que la vida le negaba, los triunfos que el destino le alejaba, así como de la gloria que en la tierra buscó. Seguro estoy que, ahora, cuando entierren su cuerpo, Silveti no querría las lágrimas de nadie; si acaso, la sonrisa de todos, sencillamente porque él, en su bondad, en su torería, en vida, quiso ser el ejemplo de todos, por ello, ahora, México y el mundo, en lo que a la tauromaquia se refiere, comprenderán el deseo de Silveti por su inmortalidad.
Silveti, aunque muchos no lo crean, no era un cobarde. Y lo digo convencido. Se necesita tener mucho valor, demasiados arrestos para irse uno, de este mundo, por decisión propia. Le imagino empuñando la pistola, mirando previamente el cargador y, finalmente, con sangre fría, apuntando hacia su cerebro; todo cronometrado para no fallar. En un instante, desde lejos, se escucha el sonido seco de la bala que ha perforado su cabeza; ¡¡¡ bangggggg¡¡¡¡¡ Y allí, tendido en el suelo, junto a un reguero de sangre, estaba el cuerpo sin vida de un David Silveti que, cansado por los caprichos del destino en su contra le quiso jugar fuerte y, hasta le ganó. Ahora, una vez le ha ganado la batalla al destino, David Silveti reposa en paz. Seguro que Dios le tiene en la gloria.
PLA VENTURA.