En estas fiestas navideñas deseo darme un tiempo para hacer una reflexión sobre lo que está sucediendo en nuestras plazas de América que, de un tiempo a esta parte, lucen con menos público cada vez. En la plaza Acho de Lima este fenómeno ha sido notable en los últimos seis años con un ligero repunte en la temporada del 2005, en el que dos buenos carteles hicieron regresar al público a los tendidos y nos hizo revivir la esperanzadora impresión que la afición de Lima no está muerta, sólo dormida. En la de Insurgentes de México la situación es peor y, en las corridas que en diferido nos llegan transmitidas por cable, hemos podido apreciar que en muchos festejos el público no cubre el 2% del aforo de ese monumental coso – el mayor del mundo- que puede albergar cerca de 50,000 espectadores
¿Es una crisis pasajera o estamos siendo testigos del deterioro de la fiesta camino a su desaparición? ¿Qué es lo que estamos haciendo mal? ¿Cómo se puede revertir el mal estado de las cosas para hacer renacer el entusiasmo colectivo que en otra época abarrotaba las plazas?
El problema es general pero sus matices son diferentes en cada país y el aficionado habrá de analizarlos de acuerdo a su propia realidad. No es grato pero es necesario hacerlo, para dejar de lado la crítica quejumbrosa y ponernos a trabajar, por el bien de la fiesta. Me dirán que el aficionado común poco puede hacer para cambiar el estado actual de las cosas que están en manos de empresarios, ganaderos, toreros y demás personajes que viven del toro. No les falta razón. Es una paradoja que quienes solventan la fiesta pagando su boleto, tengan poca o ninguna posibilidad para que el montaje de un espectáculo se haga de acuerdo a sus deseos. Las autoridades que deberían protegerlos no se preocupan de hacer respetar sus derechos, que son constantemente violados por quienes tienen en sus manos todo el poder de decisión y responden a intereses crematísticos contrarios a los del aficionado. No importa, aun nos queda el “derecho al pataleo” para defender lo nuestro aun cuando no dispongamos de muchos medios para hacerlo público. Opinionytoros es uno de ellos y es grato ver cómo aumenta cada día el número de lectores que participan con su opinión en los temas que se plantean en los artículos publicados. Lo que no debemos hacer es quedarnos callados y menos aún ausentarnos de la plaza. Si tal hiciéramos, nos convertiríamos en parte del problema, por indiferencia u omisión.
El problema no existiría si se anunciaran y dieran espectáculos de calidad a precio justo. Si la cosa es así de simple, ¿por qué no se hace? Porque el desmedido interés económico de quienes viven del toro y el camino fácil que se trazan para lograr fortuna a corto plazo, es opuesto al espectáculo que el aficionado espera ver en el ruedo. Los empresarios, toreros y ganaderos viven del aficionado pero, lejos de esforzarse en corresponderle el beneficio con lo mejor que cada uno de ellos puede dar, lo esquilman y defraudan, una y otra vez, contando con la complicidad de jueces, veterinarios y periodistas venales que montan un tinglado para presentar como exitosa una tarde desastrosa. Desamparado, sin nadie que lo defienda, el aficionado se aleja de la plaza y con él sus hijos y nietos. Receloso de ser nuevamente engañado, hacerlo regresar a los tendidos es tan difícil como sacar a los medios un toro aculado en tablas, pero no imposible. Para ello quienes viven del negocio deben recapacitar, hacer propósito de enmienda y establecer nuevas estrategias que los lleven a montar espectáculos dignos en los que el toro integro y el toreo auténtico sea el común denominador que no necesariamente ha de acarrear el dolor de corazón que produce dejar de ganar dinero. Por el contrario hasta es posible que sus ingresos aumenten, aunque para ello habrán de trabajar y arriesgar más de lo acostumbrado.
Reflexionando lo dicho y observando a mi nieto escribir esperanzado su carta de peticiones al niño Jesús para esta Navidad –siempre ayudado por sus padres para evitar desilusiones que puedan afectar su fe- pensé lo bueno que sería que los deseos de los mayores se hicieran realidad como normalmente sucede con los niños. En mi mente se forjó una hipotética carta de peticiones de un viejo taurino que, por efecto de las fiestas navideñas, se ve convertido en un niño ilusionado y, con papel y lápiz en mano, bosqueja tres deseos:
1) Que el Espíritu Santo ilumine la mente del próximo empresario de Acho para que comprenda que: sin toro con edad, trapío y pitones no existe emoción en el ruedo, y la fiesta se degenera; que el dinero, producto de la supresión o reducción de los impuestos aplicados a los espectáculos taurinos, es para hacer posible la reducción del precio de las entradas, no para que se lo embolsiquen como si fuera un regalo de Papá Noel; que no es correcto, mucho menos científico, establecer el precio de las entradas a partir de dividir el monto total de la inversión en una corrida de toros entre los tres mil espectadores (2000 aficionados + 1000 golondrinos, que son fijos en cada fecha y van a todo festejo que se da durante la feria limeña) que no representan sino el 25% del aforo de la plaza y, a partir del cual, toda entrada adicional es ganancia; que tal estrategia es suicida porque eleva desmesuradamente los precios de las localidades que se hacen inalcanzables para muchos quienes dejan de asistir porque no pueden pagar lo que se les exige,malo para el negocio como para la supervivencia de la fiesta; que es indispensable promover la forja de auténticas figuras del toreo peruano, que levante el interés de sus coterráneos la afición por la tauromaquia; que es justo y necesario que quienes hacen fortunas con los toros aporten tiempo y dinero a tal fin, por propia voluntad o porque la legislación o contrato de arrendamiento de la plaza lo establece; que promueva, fuera de temporada, concursos novilleriles con el propósito de encontrar nuevos valores nacionales; que, en tanto no contemos con una escuela taurina, considere como parte de su inversión, enviar cada año a dos nuevos valores nacionales a la escuela taurina de México para que sean capacitados como lo fueron, años atrás, los matadores de toros Juan Carlos Cubas y Fernando Roca Rey; que coordine con los empresarios de otras plazas de América la contratación de figuras españolas con miras a ofrecerles un paquete de corridas en el continente negociando, a cambio, un descuento importante en los elevados honorarios que suelen cobrar en Europa, que no se ajustan a la realidad socio-económica de nuestros países americanos.
2) Que las figuras españolas consideren la posibilidad de reducir sus honorarios para cuando vienen a torear a este continente tomando en consideración que aquí los aficionados ganan sus jornales y sueldos en pesos, soles y escudos mientras que aquellos cobran en euros; que mediten que la causa principal por que las plazas no se llenan es por el alto costo de las entradas y que está en razón directa a lo que cobran las figuras de hoy que equivale a tres y cuatro veces más de lo que cobraron Antonio Ordóñez o Paco Camino que, en su época, sabían llenar las plazas en cada presentación; que, no obstante la rebaja en sus honorarios, quienes vengan en los próximos años lo hagan con el espíritu de entrega demostrado por El Juli, Sebastián Castella y El Fandi en la última temporada limeña en la que se dieron íntegros en cada uno de sus toros, a diferencia de Enrique Ponce. que sólo puso su esfuerzo en uno, o Finito de Córdoba, que no quiso ver a ninguno.
3) Que los ganaderos -que deberían ser los aliados naturales del aficionado- no cedan a las presiones de apoderados y empresarios: que no vendan novillos cebados para ser presentados como toros y, sobre todas las cosas, no permitan que les mutilen los cuernos.
Muchos otros pedidos se me quedaron en el tintero pero habrá oportunidad de plantearlos en la próxima Navidad. Mientras tanto, usted amigo lector, de rienda suelta a su imaginación y plantee todos los pedidos que su corazón de aficionado le grite para que esta fiesta se mantenga viva y lozana por muchos años más.