Un lector me escribió argumentando que, para ser torero, más que cerebro, corazón y cojones -como lo expresé en un artículo anterior- es necesario tener afición. Con ello pone en el tapete una palabra que solemos usar los taurinos con especial predilección y que es necesario analizar porque corresponde a un sentimiento sin el cual no es posible el toreo ni la fiesta y está implícito en la trilogía que suelo esgrimir como base fundamental de la tauromaquia: cerebro (conocimiento), corazón (sentimiento) y cojones (valor).
La palabra afición tiene un significado amplio que va desde la simple inclinación, tendencia o simpatía por algo o alguien, al amor y pasión que ello genera. En tauromaquia la afición es un sentimiento que nace como una llama en el corazón y, como el amor a primera vista, es irracional pero, como sucede con los grandes amores, crece y se consolida en el conocimiento del objeto que lo motivó. A más conocimiento, más afición.
Afición se llama también al conjunto de personas que tienen predilección por una actividad o espectáculo y aficionado al individuo que lo conforma pero que, aun cuando sea practicante activo en tal disciplina, no es profesional.
En su carta, el lector opina que algunas figuras que se retiran de las plazas y los toreros nacionales que se niegan a torear por los pueblos del Perú, acusan falta de afición. No lo creo así. La afición una vez que hace carne en el individuo -profesional o aficionado- no desaparece. Lo más probable es que las figuras que se retiran tengan otros motivos, como la permanente y angustiosa presencia del miedo cada tarde de corrida –tenga o no ánimo para enfrentarlo- la incomprensión o indiferencia del público frente a su forma de interpretar el toreo, el chantaje del que hacen uso los críticos venales, la mala administración de sus apoderados y tantas cosas mas que suelen darse en el espinoso mundo del toro y que hace comprensible que, alguien que es figura y tiene dinero suficiente para hacerlo, se refugie en su finca dentro de la cual de rienda suelta a su afición cuando y cómo se le antoje sin ningún tipo de presión, aunque es posible que en algún momento añore el clamor del público en una tarde de triunfo y decida regresar a los ruedos para ratificar su calidad -tal como lo hicieron en su oportunidad Antoñete y otros pocos- o poner en evidencia que su momento de gloria pasó, como lo han hecho los demás.
Tampoco considero falta de afición el que los toreros nacionales se nieguen a torear por los pueblos del Perú mientras no tengan garantía que lo que saldrá de chiqueros es ganado de casta. Sabido es que torear ganado cunero es lo peor que puede sucederle a un torero que quiere perfeccionar su técnica y hacerse un sitio en tan difícil profesión.
Considero oportuno señalar que en el mundo del toro es el aficionado quien sostiene la fiesta y aún cuando el Diccionario de la Real Academia Española lo considera sinónimo de taurino, y frecuentemente se le use como tal, no es lo mismo. Más aún, de acuerdo a la tendencia actual de analistas y críticos, ambas palabras tienen significado contrario, pues mientras aficionado es aquel que se sacrifica, pone su dinero y vive por la fiesta, el taurino medra, se beneficia y vive de ella, sin que esto sea censurable. También es cierto que no existen muchos otros sinónimos que se puedan usar y, a menos que sea indispensable diferenciarlos, suelo utilizar en mis escritos indistintamente ambos términos, en la confianza que el lector, dentro del contexto de la frase, sepa apreciar cuando me refiero a uno u otro.