Decía Nietzsche que, NADA OS PERTENECE EN PROPIEDAD MAS QUE VUESTROS SUEÑOS. Me acuerdo de esta cita cada vez que vuelvo a este lugar que amo y que tanto recuerdos y sueños me reporta. Sueño que EL todavía está conmigo y, este sueño, me sigue dando felicidad. He venido, estoy aquí para afrontar esta nueva situación, esta vida nueva que, como tantas mujeres en este mundo, me ha tocado vivir. Quiero ser fuerte, por dentro y por fuera. Han pasado veinte años desde que vine a este lugar por vez primera. Sigo soñando. ¡Cuánta razón tenía Unamuno cuando dijo “DE RAZONES VIVE EL HOMBRE, PERO DE SUEÑOS SOBREVIVE”¡ Confieso que, si me faltara la capacidad para soñar, ¿ cómo podría sobrevivir?
Estoy en un pueblo de la sierra de Gredos, con paraje delicioso, escuchando la trinar de los pájaros y contemplando las aguas de los ríos, manantial de belleza para mi alma y para mi vida toda. En los últimos diez años, recuerdo con cariño cuando decidimos arreglar el caserón viejo de este tranquilo pueblo. Junto al que fuera el amor de mi vida, con ilusiones y anhelos, logramos arreglar la casa con nuestro esfuerzo y con este bagaje de ternura que nos sobraba entre ambos. La casa en cuestión, con más de cien años de vida, era nuestra más bella esperanza para forjar aquel segundo hogar que nos llevara hasta el amor y la paz, especialmente en verano.
El mejor sueño que tengo en este instante, cuando nos sentábamos en el patio, contemplábamos las estrellas, esa luna llena de agosto, esa charla entre vecinos, ese murmullo de la soledad que, a diario, nos regaba el alma. Estábamos todos juntos y, todavía recuerdo, con embeleso, cuando ÉL me decía: “ Tere: esto es la gloria”. Sus palabras siguen retumbando en mi alma. Le recuerdo siempre tan varonil, tan hombre, tan fuerte que, jamás tenía frío. Aunque era en agosto, por las noches, en la serranía de Gredos, refrescaba mucho, hasta el punto de que yo, sin remilgos, solía abrigarme con una rebequita o un chal. Él no me daba tiempo. Cuando me veía de este modo, me abrazaba, me hacia suya y, entre sus brazos notaba el calor de su alma, el de su vida toda que era mía. Fueron muchos años junto a ÉL y, todavía, el pasado año, sus abrazos me hacían estremecer.
Confieso que, en este lugar al que tanto amo, he sido muy feliz, tremendamente dichosa, sin que faltaran las discusiones cariñosas entre nosotros. ÉL era aficionado a la caza y a la pesca, mientras que yo, tan posesiva como suele ser la mujer, quería estar todo el tiempo junto a ÉL. Al final, en muy poco tiempo, ÉL me enseñó tantas cosas que, no dudé en comprenderle y en aceptar que, en la vida, lo que vale es la calidad, nunca la cantidad. Fuimos capaces de llegar a un equilibrio amoroso que, difícilmente olvidaré.
Ahora, sola, sin su presencia, mis noches han sido muy duras. El frío de la noche no le he podido mitigar ni con muchos jerseys que me pusiera. ¡ Cómo echo de menos aquellos escalofríos que recorrían mi cuerpo cuando me abrazaba¡ Cuando me miraba, con aquellos ojos azules, como las aguas del mar Mediterráneo, el mar que tantas veces visitamos, y me decía; “ Tere, cariño ¿ estás ahí?” Sus palabras, sólo de recordarlas, me siguen apareciendo “ mariposillas” en el estómago. Sin su presencia., Me falta la mitad de mi ser y, pensar que ya nunca más volverá a mi lado es algo que, sólo lo puedo combatir con mis sueños. Seguiré soñando para que, algún día, en cualquier otra parte o dimensión podré sentirle y abrazarle. Mientas tanto, me conformo con quererle tanto o mucho más de que se marchara para siempre.
Como diría Eugenio D,ors, al dormir, seguiré soñando con lágrimas intercaladas en mi texto.
Esta historia, por su belleza, como no podía ser de otro modo, me la contó Teresa López, amiga del alma.