A 31 Kms de Lima se encuentran los restos arqueológicos de Pachacámac célebre santuario pre inca del siglo III DC. Fue uno de los centros ceremoniales más importantes del antiguo Perú que cumplió funciones de oráculo hasta la llegada de los españoles. Se dice que el propio Inca viajaba desde el Cusco para consultarlo. Consta de diversos templos y un Acllawasi, o casa de las vírgenes dedicadas al culto, todo ello encerrado dentro de altas murallas que le da carácter de ciudad sagrada junto a la cual se ha instalado un museo de sitio y constituye uno de los principales atractivos turísticos de Lima.
Muy cerca de los restos se encuentra la ciudad del mismo nombre y es allí en donde el pasado domingo 2 de octubre, en la plaza portátil Torokuna, se celebró una novillada que despertó el interés del aficionado limeño porque se anunciaba la participación de seis matadores de toros retirados y la de un niño de ocho años que quiere ser torero.
Tres novillos débiles de Camponuevo, sin peso, poca presencia e indecorosas cabezas; tres novillos de la debutante ganadería San Sebastián bien presentados y un becerro, también de Camponuevo, fue el ganado que se lidió. Todos encastados y con sangre brava, acudieron a los capotes y muletas y repitieron hasta donde las fuerzas se lo permitieron.
Luego de un bello despeje con seis caballos de paso y el paseíllo correspondiente, se dio inicio al festejo con el becerrista Andrés Roca Rey Valdez, un niño que el 21 de este mes, recién cumplirá nueve años de edad. Tan pequeño como es, no alcanza a mirar el ruedo por encima del burladero y tiene que hacerlo asomando la cabeza por el costado del mismo. Así lo hizo en los momentos previos a la salida de su becerro, tierna escena que ha quedado grabada en mi mente y que el aficionado Victor Grande logró captar en la foto que ilustra este artículo. Muy decidido, recibió a su oponente con una larga cambiada de rodillas seguidas de varias verónicas y un recorte que arrancaron las primeras palmas del entusiasmado público. Intenta torear por tafalleras pero luego de la primera es atropellado por el animal y ambos ruedan por el suelo. Se levanta como si nada hubiera ocurrido, coge los palos y, decidido, coloca medio par a “topa carnero”; con el segundo en las manos, es arrinconado contra las tablas por el becerro, de donde sale con dificultad para perseguir al bicho y terminar la tarea inconclusa. Con la muleta torea por ambos pitones dejando muy quietos los pies, mientras el animal no lo quite de su sitio. ¡Es admirable la afición y coraje de este niño! Finalmente logra una serie por la derecha pero al rematar con el de pecho es levantado por el fondillo rodando por la arena. No se amilana. Vuelve a intentarlo y logra una serie con la izquierda que remata con el de pecho que, esta vez sí, le sale pintado. Simula la suerte suprema luego de lo cual, con el traje desaliñado por los revolcones, da vuelta al anillo recibiendo palmas y recogiendo flores. Este pequeñín personifica el mañana de la fiesta pues no creo que exista fuerza en el mundo que le impida ser torero. ¡Bravo por eso!
Por su parte, el ayer cobró vida en manos de la primera figura del toreo nacional el matador de toros retirado y hoy ganadero, Rafael Puga Castro (no confundir con su hermano Roberto, empresario de Acho) quien cuenta en su haber 40 tardes toreadas en el bicentenario coso bajopontino, 21 de las cuales fueron dentro de 10 ferias del Señor de los Milagros en las que participó, siendo el primer matador de toros peruanos que ganó, en 1973, el Escapulario de Oro, máximo galardón de la feria limeña. En esta oportunidad, con un ejemplar de su ganadería, bastante pequeño en verdad y al que –con buen criterio- apenas lo dejó picar, realizó una bellísima demostración de lo que es el toreo fino, elegante, parsimonioso, con sentimiento y gusto. El hecho que saliera al ruedo no de corto sino con pantalón blanco y chaqueta de vestir color claro, aumentó la impresión de solvencia y serenidad que se desprendía de todo su quehacer en el ruedo, similar a la de un gerente paseándose por su oficina. Fue un regusto volver a ver torear a Rafael y de la forma como lo hizo. Dos orejas
De sus alternantes podemos decir que Daniel Palomino estuvo realmente mal con un novillo de Camponuevo que tenía las astas como fondo de botella y al que mandó aniquilar en varas; con lo que le quedó de novillo, hizo un triste papel: Silencio… Paco Chávez cumplió sin aprovechar las calidades del buen novillo de San Sebastián que le tocó en suerte: Vuelta… Gabriel Tizón estuvo aseado con un débil novillo de Camponuevo que se caía: Oreja… Guillermo Santillana bien con el capote, dejó que su bravo novillo fuera muy castigado en varas en medio de un “herradero en el que conté 10 personas en el ruedo, aparte del picador; sin mando ni ligazón y con el novillo quebrantado no logró armar faena: Dos orejas… Raúl Mendiola con un bonito novillo colorado de San Sebastián, encastado y repetidor, no logra mayor lucimiento con el capote pero con la muleta se muestra mandón y aprovecha la casta del burel –apenas castigado en varas- para armar una faena emotiva, de pases largos y ligados: Dos orejas… El fin de fiesta estuvo a cargo de una pareja campeona de marinera norteña que interpretó un bello número de baile en los medios del ruedo, mientras el sol se ocultaba en el horizonte.
Fue una entretenida tarde, con exceso de trofeos que, en mi opinión, podrían haberse reducido a dos: uno a la maestría de Rafael Puga, y, el otro, a la emoción que puso Raúl Mendiola en el ruedo.