Si nos fijamos un poco en las estadísticas, al final, hasta llegamos a la conclusión de que, la fiesta, los toros, se mantienen vivos gracias a los pueblos. En este bendita España en que vivimos, raro es el pueblo donde no se celebren festejos taurinos de distinta índole; hoy en día, hasta en ciudades tan minúsculas que, podría sonar como a milagro que, en dichas localidades pueda celebrarse una corrida de toros; existen muchas plazas de construcción y, en muchos casos, son las portátiles las que propician que puedan darse espectáculos de estas características.
A los pueblos, si nos ponemos en plan purista o en sentencias críticas, lógicamente, se podrían criticar muchas cosas, nada es más cierto. Pero, visto bajo el prisma de la auténtica verdad que los pueblos otorgan a muchos toreros, hay que reconocer esta causa que, para muchos, puede ser muy hermosa: de hecho, así lo es. Recordemos que, en el taurinismo, existe una frase muy manida cuando un torero- de los que torean poco- acude a un despacho de una plaza grande para pedir que le pongan en sus carteles y, dicha frase, siempre es la misma: “ Es que usted apenas ha toreado”. Claro que, partiendo de esta premisa, muy duro debe ser escuchar tal afirmación. No toreo porque no me ponen y, no me ponen porque no toreo. Átame esa mosca por el rabo, diría Cañabate.
En definitiva, el triunfo es el que vale y, al final, la suma de muchos triunfos pequeños, se convierte en un gran triunfo, en un éxito para contar y contabilizar. En esta temporada, gracias a los pueblos, muchos toreros han logrado arreglar su temporada, al menos, en lo que a la parte artística se refiere; el dinero siempre es otro cantar. Podría citar a muchos toreros que, de no ser por los pueblos, en la temporada que vivimos, quizás apenas nada hubieran toreado. Pero quiero tomar como referencia a dos valientes, Antonio Ferrera y Pepín Liria, hombres arriesgados, otrora en todas las grandes ferias y que, por culpa del diablo, este año, se vieron relegados al banquillo; no se si de los acusados, pero banquillo al fin y al cabo. Ambos toreros, como muchos de sus compañeros, a primeros de temporada, lo tenían muy crudo. Pero, de forma humilde, sin amarguras ni falsos recuerdos, fueron capaces de llamar a las puertas de los pueblos y, posiblemente, gracias a lo que sus nombres han significado entre la torería, se les empezó a escuchar y, ante todo, a sumar actuaciones. Está claro que, tanto Ferrera como Liria, lo tenían muy difícil y, sin embargo, al finalizar la temporada, alcanzarán la cifra nada desdeñable de cincuenta corridas de toros toreadas. Y, por la bienaventuranza de los pueblos a que cito, muchos toreros, aunque en menor medida, han toreado mucho; si acaso, lo que ellos jamás imaginaban.
Desde luego que, en los pueblos, no es el lugar apropiado para soñar con el dinero; entre otras cosas porque, no existe opción; es decir, son presupuesto bajos, aforos pequeños y recursos limitados. Pero ese día a día, al final, como antes explicaba, supone un gran tesoro. Los toreros que he citado, sin olvidarme por ejemplo de Víctor Puerto, han toreado en infinidad de pueblos y, éstos, con sus triunfos incluidos, les ha permitido acudir a muchas ferias; algunas, al socaire de sus triunfos y, las más, acudiendo a muchas sustituciones de compañeros heridos que, en honor a la verdad, todo ha venido, gracias a la repercusión de lo que han toreado y, en gran medida, por poder exhibir una gran “hoja de servicios”, la cual ha supuesto, un gran número de festejos toreados.
Como explico, entrar en valoraciones meramente artísticas para cuantificarlas como tales, al respecto de los pueblos, podría resultarnos una tarea baladí; pero si tiene su importancia todo lo que en los pueblos suceda, hasta el punto de que, hombres postergados, poco a poco, con sus triunfos menores, han logrado meter cabeza en ferias de postín. Y me parece fabuloso todo esto que en los pueblos acontece; y es de aplaudir porque, en alguna medida, han sido los pueblos los que han repartido, precisamente, la justicia que las grandes plazas les negaban a muchos matadores. A este respecto, salvo en contadas excepciones, de una santísima vez, se han hecho las cosas con rigor; es decir, se han montado los carteles con hombres que, a gritos desgarradores, pedían y reclamaban, aquello que entendían como justo y, se les escuchó. Liria, Puerto, Ferrera y tantos otros que, gracias a la labor de las plazas pequeñas, han remontado el vuelo. Lo que era lamentable en una época es que, en dichos carteles, eran copados por las figuras de turno –ahí está Jesulín que destrozó tantas ilusiones de los necesitados- y, de esta manera, los necesitados de fortuna, todos quedaban aislados de la misma; de cualquier atisbo de oportunidad. Como digo, no queda otra opción que, de forma genérica, felicitar a las organizaciones de escaso reducto pero que, en definitiva, tanta felicidad han repartido entre los necesitados de la fortuna; artística y, en menor medida, de la económica.