Las corridas de toros se han convertido en un espectáculo comercial en el cual, con más frecuencia, los aficionados nos sentimos extraños dentro de una masa ignorante que aplaude lo que debería censurar y traga aquello que se ha montado para engatusarla; pide trofeos para faenas vulgares y estocadas bajas, no distingue un novillo de un toro (quizás porque pocas oportunidades ha tenido de verlo) y, cuando lee los comentarios de la prensa alquilada, que ensalza y aplaude las supuestas maravillas presenciadas en la plaza el día anterior, queda convencida que estuvo en lo cierto y con derecho de gritar y hacer pública su ignorancia, la siguiente vez que acuda a la plaza.
Sin embargo, no es posible ser duro con esa masa desinformada que, lejos de ser causante del desastre que vivimos, es víctima del engaño de una mafia de comerciantes que trafica con el espectáculo de los toros, que hace dinero y goza de privilegios y falso prestigio que le da el poder, mayor en la medida que mayor es el grupo de cortesanos adulones y arribistas proclives al dinero fácil y a la figuración que se les brinda. Cuando de periodistas se trata, el asunto es grave. Suelen ser exhibidos como pontífices de la fiesta y, quiérase o no, influyen en el aficionado y mal orientan la formación de quienes están en proceso de serlo. Eso es malo y censurable como lo es el que la mafia -como un Rey Midas al revés- corrompe todo lo que toca: pone condiciones a los ganaderos a quienes exige el toro “artista”, bobalicón y afeitado; compra veterinarios para que se hagan de la vista gorda en los exámenes previos y “post mortem”; arregla con las autoridades y jurados para que otorguen trofeos y premios en exceso que hacen parecer como triunfal una corrida o feria que apenas llegó a ser mediocre. Surge entonces la pregunta… ¿Cómo es posible se de todo esto sin que el público se percate de ello y proteste contra tales abusos? La respuesta es simple: Gracias a los medios de comunicación masiva en manos de periodistas sumisos y corruptos.
La mafia taurina, para poder operar como lo hace, necesita un aliado indispensable: La prensa alquilada que vende lo que la empresa quiere. Para ello un grupo de periodistas, como falso profeta, se encarga de ensalzar las supuestas bondades de la empresa de turno, preconizando como bueno lo malo y como excelente lo mediocre. Traiciona al aficionado al cual se debe y se pone a los pies del amo que lo tiene dominado y le facilita los medios para llevar a cabo la innoble labor de desinformar a quienes en él confían. Es Lima la cosa es muy clara: no es casualidad que sean los mismos periodistas – dos- quienes escriben en la única página completa, fuera de temporada, de un diario local; comparten micrófono dos veces por semana en un programa radial, tienen a su cargo el único programa de televisión dedicado a la fiesta y son colaboradores de la misma página Web taurina.
Se denigra y prostituye la fiesta mientras los verdaderos aficionados mantienen una pasividad desesperante que los hace cómplices del desastre que se viene produciendo ante sus ojos. En los últimos tiempos he podido apreciar que ante el deterioro de la fiesta el aficionado calla, levanta los hombros y se aleja de la plaza diciendo esto ya no es lo que era antes. No es una buena actitud. Las cosas no serían así si se encorajinara y se pusieras al lado de quienes, como Quijotes están empeñados en que la fiesta de los toros no muera ni se convierta en el ridículo espectáculo hacia donde se dirige, en donde nada es lo que parece ser y el oropel brilla bajo el luminoso sol de la fiesta como si de oro se tratara. Si no ponemos algo de nuestra parte ese espectáculo falso usurpará la plaza, el público será otro y el aficionado habrá desaparecido del ambiente para refugiarse en su hogar donde vivirá con sus recuerdos comentando épicas faenas de fantasmales toreros, que sus escuchas supondrán fruto de su imaginación. Entonces todo estará irremediablemente perdido.
¿Qué puede hacer el aficionado que desea colaborar para que su espectáculo favorito no muera? Crear escuela entre sus contertulios y no desperdiciar oportunidad para opinar en los medios que se le pongan a su alcance. El sitio www.opinionytoros.com es una ventana abierta al mundo taurino y cada aficionado debería aprovecharla para expresar su opinión. Personalmente me preocupa la indiferencia de mis compatriotas quienes rara vez comentan los artículos de la Web ¿Qué pasa? ¿Todo lo que se escribe en ella es perfecto y sólo merece aplausos? ¿O existe timidez para expresar opinión porque alguno (o muchos) podrían opinar en contrario? ¿Y qué? Napoleón dijo: “nunca las mayorías tuvieron la razón” Si analizamos retrospectivamente la labor de los gobernantes que nos tocaron en suerte gracias al voto mayoritario, pienso que Napoleón llevaba razón. Si la tauromaquia es un arte de bravura y valor no entiendo por qué el aficionado es tan tímido para expresar su sentimiento.
En Opinión y Toros existe un personaje emblemático: No es nuestro director ni nuestro editor: se llama Alejandro Tellez y es de México. Este señor AFICIONADO, -así con letras mayúsculas – es el prototipo del aficionado que quisiéramos fueran los lectores de O y T; se interesa por la fiesta y da su opinión . El Señor Tellez no deja a pasar una nota sin que exprese un comentario al respecto. Eso es bueno, qué digo, ¡es fantástico! porque esta Web ha sido creada, fundamentalmente, para provocar el diálogo con el lector y brindarle la oportunidad de expresarse libremente en los asuntos que, como aficionado, le preocupa. El señor Tellez lee, lee mucho, pero lo más importante es que OPINA sobre lo que lee. ¿Es para usted difícil opinar? Necesitamos 100 aficionados (ojo, no digo 1,000 ni 10,000) tan sólo 100 como el amigo Tellez para mantener viva la llama de la sana polémica taurina para que la fiesta, que tanto amamos, no desaparezca.