Aunque un poco tarde, escribo este pequeño pero sentido artículo como un homenaje a un grandioso crítico de toros, el único crítico taurino que escribía como un torero y de ahí toda su grandeza.
Porque Alfonso Navalón escribía como todo un torero, a quien le cabe duda, tanto así que le sacaron a hombros ¡dos veces por la puerta grande de Las Ventas!. Casi nada eh. Hay toreros que nunca podrán hacerlo. Cuando Navalón escribía tenía en su pluma todo aquello por lo que tanto peleó, se cruzaba al pitón contrario, hasta donde ya no da más, con más valor que cualquiera, exponiendo, con la muleta adelante, sin aliviarse, y todo eso arropado con una gran personalidad, esa personalidad que tanto hace falta hoy en día a todos los niveles de la fiesta de los toros, y lo más importante, haciendo disfrutar a quien lo leía - al público - porque quien no disfrutaba con los artículos de Navalón. Siempre había algo nuevo, siempre algo por aprender.
Descubrí tarde, muy a mi pesar, los escritos de don Alfonso, quizás hasta el año 2002 los vine a conocer, gracias a un proyecto de internet en el que participe, en el que venían artículos de Navalón, que se anunciaban con letras en mayúsculas cuando se colgaban nuevos en la página, algo debe tener esto, y entre por curiosear y para mi fortuna encontré todo un tesoro. Así, como sin buscarlo. Cuando ya supe ante que estaba al frente, cuadraba las horas, luego del trabajo, para solventando la lentitud al bajar todos esos artículos, tenerlos todos en mi computador y luego de tenerlos todos, porque no se podía quedar ni uno por fuera, no vaya y fuera que en ese viniera algo mejor, pues a disfrutar y a aprender. Todo eso se convirtió en aguda ansiedad esperando que llegará el miércoles, cuando aun estaba en Tribuna, esperando por nuevos artículos. Luego de su salida del periódico salmantino, pase tiempo buscando por toda la red hasta encontrar su página y otras en donde estaban sus escritos para seguir los acontecimientos taurinos en España.
Yo que por el momento solo sabía de las temporadas españolas por las revistas taurinas españolas que llegaban a Colombia descubrí un oasis completo, y fue fácil descubrir cual era el oro y cual el oropel. La rotundidad de la verdad de Navalón llamaba poderosamente la atención y ese algo que no tiene explicación cuando las cosas se hacen con total verdad, me decantó.
Leyendo los escritos de Navalón pensaba que era un critico como se merecía el toreo, pero el toreo bueno, no el remedo que vivimos hoy. Navalón era un crítico como se tenía que ser, no digo que tenga que ser una norma pero esa personalidad en un crítico taurino da como un mayor embrujo al toreo mismo. Bohemio, con partidarios y detractores, como si de una figura del toreo - de las de antes por su puesto - se tratara, siempre con cosas por contar de los mayorales, de los subalternos, de los monosabios, de los ganaderos, de los toreros y del toro, claro. Todas historias de peso. Releo y releo ese escrito en el que le vaticinó el triunfo a Angel Teruel en Bilbao luego de una tarde en Vitoria y me emociono de saber que el torero le agradeció siempre por esa crónica, o de cómo se echaba picas con Paco Camino, o de cómo aupó a Miguelín para que se tirara de espontáneo a un toro de “El Cordobés,” o esa mítica fábula del torero triste que pone al descubierto la triste historia de José, y de cómo explotó esa tarde en las Ventas, espoleado por el amor al que le negaban. Todo un tratado del toreo y del amor. Esas historias que no contaba ningún otro y que dicen más de un torero y de una corrida que contar que dio tantos naturales y que templó con la derecha.
Por ahora tengo un arrume de hojas, archivos de internet y un tesoro que me conseguí, gracias a una amiga que viajo a España y a la que lo primero que le encargue fue ese libro brujo y también mítico que es “Viaje a los toros del Sol”. Soy uno de los afortunados que lo conseguí ahora en su nuevo primer tiraje, llevo leído el primer capítulo, el de Graciliano, y que gozo, creo que tuve como para renovar la afición que a veces uno se cuestiona, puro campo, puro toro bravo, puro arte. Uno hasta se cree que todo sigue así.
Para terminar quiero hacer notar que una de las cosas que no se han dicho entre tantos elogios vertidos luego de su muerte es que Navalón, que ya dije escribía como torero, también era torero y eso ya marca una gran diferencia, por lo menos para mí, porque una cosa es ponerse delante del “barbas” y poderle, y torear, y luego escribir. En eso también era diferente y muy diferente.
Solo queda releer sus escritos y lanzar un olé a las alturas porque se fue todo un señor crítico de toros.