Cuando voy a la Plaza para ver una corrida, cruzo un seto de anti-corrida, puños alzados, silbidos a los labios, que me increpan de un "asesino" vengativo. No hablo aquí de los correos electrónicos que amenazan, recibidos al largo del año, a los cuales intento responder, pero que no encuentran nunca ecos en mis anónimos correspondientes que se ocultan bajo electrónicos seudónimos. Cruzar este seto de injurias no me dejan indiferente ya que la violencia de las observaciones me desafía. Me imagino mal Gandhi o el Dalai Lama predicando la no violencia con injurias gruesas. Sobre el fondo no discuto, cada uno tiene el derecho a pensar, militar para sus propias convicciones.
Cualquiera que sea la legitimidad de su propio combate, el final no justifica los medios, si no, se abre la puerta a la aceptación tácita de todas las formas de terrorismo. Frente a la venganza de un punado de personas me parece que la violencia, incluso verbal, es un medio de obtener algo que les escaparía de otra manera o que requeriría un mayor gasto de energía. La persona en cólera se sirve entonces de mi, más que de hacer el esfuerzo de definir bien lo que vive y de delimitar la importancia para ella. En vez de darme acceso a ella, lo que lo implicaría mucho emocionalmente, elige vengarse hiriéndome.
Finalmente explica un psiquiatra : « el que me insulta puede así liberar una parte de su carga emotiva sin volverse vulnerable en vez de emitir esta carga emotiva ella misma, se sirve de la intensidad causada en mi para pasar su mensaje ". Delante la forma violenta de la interpelación este mensaje pasa raramente de esta manera.
Para intentar comprender el porqué de tal agresividad he ido a buscar algunos escritos de los antitaurinos y aquí tiene lo que pude leer: « El aficionado no es un hombre trágico, es más bien algún uno que huye de la verdadera tragedia humana, que lo evita y lo niega en vez de que se lo enfrente en toda su complejidad, en todo su verdadero tamaño emocional, intelectual, metafísico, moral. No es el entusiasmo del teatro clásico que lo vive, este "terror del alma" en presa a las emociones e interrogaciones más profundas, pero más bien la histeria mórbida del sacrificateur antiguo, la de las cruces y hogueras donde fallecieron todas las víctimas emisarias de la Historia. ¡A su tristeza renunciada, a su profunda miseria moral, nos oponemos la alegría de existir de mujeres y hombres que para vivir juntos en la fraternidad y la paz no tengan ya que matar ni en el ruedo ni fuera! ". Sin comentarios.
Encontré en las Plazas más fraternidad que en cualquier medio: profesional, deportista...Me acuerdo de cruzar un largo período de problemas de salud en que mensajes de todo el medio taurino me llegaban del mundo entero. Llegada en una ciudad que no conocía, aficionados me acogieron en su propia casa para compartir un momento de amistad. En nuestras Plazas hay gente que se ocupan de los caballos de picadores, los porteros de plaza… gente que se encuentran una actividad alrededor del ruedo. Hay una alegría en sus miradas que no se encuentra en muchos espectáculos.
El mes pasado, fui a ver una obra teatral, tengo la impresión que algunos se aburiadan, mientras que a la corrida tengo la impresión que se espera siempre algo. No encuentro en los aficionados ninguna histeria mórbido. Una « anti » se deslizó en los tendidos de una novillada al quinto toro, lo oigo decir : ¿"como se puede obligar a un niño a arriesgar su vida delante de una fiera?". Nada lo obliga señora, lleva en él el joven una voluntad de que no se sospecha. Este joven hablé con él, era feliz de torear este día allí, lucha cada día para enfrentarse a un toro, con el valor y la fuerza que lo anima desplaza las montañas del imposible para esta cita sobre la arena, con la fuerza de sus 18 años. La corrida tiene claramente una naturaleza "fuera de la vida corriente", y asi nace debates apasionados. Pero de la ignorancia de algunos nace una gran desmesura : " La ignorancia conduce al miedo, el miedo conduce al odio y el odio conduce a la violencia. Aquí esta la ecuación ". Quiero vivir mi pasion sin tener que justificarme.