Si algo horrible sucede dentro de una plaza de toros, sin lugar a dudas es el hecho de contemplar la cornada a un torero. Espectáculo macabro que, con toda seguridad, a nadie le hará feliz; es más, nos hace a todos desdichados cuando vemos al torero que, con sus carnes laceradas por el pitón del toro, derrama su sangre a favor y honor de una fiesta maravillosa que, entre otras muchas cosas, se sostiene por la grandeza de si misma. Pese a todo, utilizo el término grandeza puesto que, como sabemos, en este espectáculo, a veces, se muere de verdad; en ocasiones así sucede pero, lo realmente cierto es que, el fantasma de la muerte, ronda cada tarde por las plazas de toros.
Son muchos los toreros heridos y, todos, sin distinción, le siguen dando crédito a una fiesta que, en ocasiones, queda como adulterada por la dulzura de los toros a lidiar y, de forma lamentable, por todas las artimañas a que someten a los toros; todo, para quitarle grandeza a una fiesta singular que, desde sus entrañas, resulta bella e indescifrable. Lo triste es cuando comprobamos que han cortado los pitones de los toros y mil situaciones más que, los pobres toros, son sometidos con toda la crueldad del mundo. Bien es cierto que, el toro, como animal rey, impone su ley y, pese a todo, en tantas ocasiones, esgrime su fuerza y poderío para vencer al torero. Pensemos que, la magia de este espectáculo se sostiene porque, afortunadamente, la fragilidad de un hombre frente al toro y que siempre sale vencedor, ello es admirable. Pero, como sabemos, los hombres se equivocan y, como se demuestra, el toro acierta, he ahí el momento de la cogida y, casi siempre, la dura cornada.
Pese a todo, es muy triste pensar que sea el toro el único capaz de repartir justicia dentro del mundillo del espectáculo. Parecerá una locura pero, gracias al toro y a sus cornadas, algunos espadas torean recogiendo sustituciones de compañeros que, en situaciones normales, jamás hubieran entrado en los carteles. Es decir, si no hubiera cornadas, a diario, torearían siempre los mismos y, con apenas una docena de diestros sobrarían para confeccionar una temporada entera. En teoría, así es. Menos mal que, como explico, el toro, en duros lances, se encarga de repartir la justicia que los hombres, a diario, tanto se les olvida.
Yo no se los favores que, a diario, será capaz de hacer Enrique Ponce a sus compañeros de profesión; lo que si se es los que ha hecho sin querer tras su cogida en El Puerto de Santa Maria. Ahora, en plena gloria, ha caído herido El Cid y, cuando menos, durante quince días, le otorgará el placer de torear a algunos compañeros que, al verse anunciados sustituyendo al bravo de Salteras, se sentirán felices y contentos. Serafín Marín que había sustituido a muchos compañeros, es ahora sustituido él por la causa de su lesión; así, una larga lista que, unos por otros, gracias al toro, van encontrado oportunidades, caso de Salvador Cortés y, en la medida de sus posibilidades, se van abriendo camino.
Como explico, es duro que tenga que ser el toro el único justiciero y, de forma lamentable, que dicha justicia venga porque un toro ha lacerado el cuerpo de un torero. Repito, de no dar cornadas los toros, la fiesta, todavía sería más dura y más cruel; incluso perdería toda credibilidad. Pero es el toro, animal rey del espectáculo, irracional y asesino, el que imparte su ley y, sin pretenderlo, es capaz de repartir la justicia que los hombres le siguen negando a sus homónimos.