|
|
Pla Ventura |
|
|
España |
[
01/09/2005 ] |
|
Estaba claro que, hasta después de muerto, Alfonso Navalón, encendería pasiones. Y así ha sido. Bien es verdad que, algunos, en gesto cobarde, han querido mofarse con su muerte y, dicha actitud, me parece deleznable. Entre otros, un tal Mario Juárez, de forma irresponsable, escribió casi un manifiesto de alegría al conocer la muerte del ya, inolvidable, Alfonso Navalón Grande. El medio que utilizó, -del que no voy a dar el nombre para no hacerle propaganda gratuita- tan cobarde y tan mezquino como su pluma, como resulta ser un medio de Internet, cuando le llegaban los comentarios que habitualmente se hacen a los artículos, el tal Juárez, como dichos comentarios no eran de su agrado, los eliminó y, a su vez, hasta quitó la invitación que se hacía en el artículo para que los aficionados opinaran. A dichas actitudes, les llaman libertad de opinión; libertad si, pero como no me guste, las quito de inmediato; y las quitó, claro. O sea que, el señor Mario Juárez pedía a gritos desgarradores que la gente se solidariza con él, justamente, para echarle mierda a la figura muerta de Alfonso Navalón y, como resulta que ocurrió todo lo contrario, de un plumazo, borró todos los comentarios y, aquí paz, y allá gloria. Habrá que hacer notar al respecto que, Navalón, como era notorio, tenía muchos enemigos; gentes que no comulgaban con sus ideas; algunos, los más, se solidarizaban con sus pensamientos y actitudes, aunque no con sus modos. Y, como no podía ser de otro modo, tenía multitud de seguidores y, amigos por doquier. Seguro estoy que, la idea de Juárez, ha rondado por la cabeza de muchos, especialmente, de todos aquellos que sentían en sus carnes las denuncias a sus fechorías que Alfonso les delataba; pero, todos, han callado. Cuando menos, aplicando un mínimo de dignidad, han quedado en silencio que, sin lugar a dudas, era el mejor homenaje que podían rendirle al maestro. Si Mario Juárez, con su actitud, quería buscar notoriedad, seguro estoy que lo ha logrado; claro que, lo que él no sabía era el precio que tenía que pagar por ello. El pobre, como hemos visto, ha quedado defenestrado desde todos los frentes. Hasta en su propia “casa” le habrán llamado al orden. De eso no me cabe ninguna duda. Eso de ridiculizar a un muerto, no se le ocurre a ninguna persona de buena voluntad. Con su actitud, ha querido parecerse a Navalón, eso sí, con el agravante de que, Alfonso, solía decir las cosas en la cara, de frente y, por supuesto, a los vivos, para que todos pudieran defenderse. Y no se trata aquí de echarle todas las flores del mundo a una persona cuando ha muerto y, en el ataúd, hacer creer que había muerto un santo. Como tan bien narrara nuestro director, Alfonso Navalón no era un santo; yo mismo escribí, aún con todo el dolor de mi corazón puesto que éramos amigos, las virtudes y defectos que, en vida, enarbolara el crítico más leído de todos los tiempos. Me temo que, un muerto, en su óbito, ante todo, merece respeto; admiraciones cada cual puede sentir las que quiera o su corazón le indique; pero eso de no respetar a una persona que no se puede ya defender, como explico, me parece ruin y bastardo. Cada cual, a su modo y manera guardará, de Alfonso Navalón, el recuerdo que más le apetezca o, en su defecto, el que su corazón le indique; pero nadie podrá obviar que, su figura, mítica y legendaria, resultó ser capaz de darle fuste al periodismo taurino; a pie de rotativa, como solía decirse, esperaban los aficionados los diarios para gozar de su pluma irrepetible. Recordemos que, todos, allí donde nos encontremos, tendremos amigos y enemigos, razón evidente para que, en este sentido, Navalón, no fuera una excepción; pero lo que nadie podrá negarle a este hombre será lo que resultó ser su valía en vida; sus vastos conocimientos en tauromaquia, su sentido arrebatador por defender aquellas verdades por las que estaba convencido; muchas virtudes que, pese a todo, eclipsaban sus defectos. La perfección no existe y, Navalón, tampoco era perfecto; pero iba de frente, con la cara muy alta y, en ocasiones, exponiendo su vida; no como Mario Juárez que, en gesto cobarde, se ha mofado del maestro Navalón, justo ahora que está enterrado. Cada cual, que saque sus conclusiones.
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|
|