Es lo que debe tener toda persona que desee dedicarse al difícil arte de la tauromaquia. En mi artículo anterior explicaba cómo, además del conocimiento y sentimiento -indispensables para cualquier artista- el torero requiere valor para realizar su labor. Esta vez quiero tratar, a partir de la trilogía planteada en el título, las diferentes formas de interpretar el toreo.
Cada aficionado tiene, aunque intente negarlo, predilección por un torero y su forma de torear. Ello es natural y se da de acuerdo a lo que con mayor intensidad le atrae de la fiesta brava. En elemental división podemos decir que existen tres formas diferentes de interpretar el toreo: El inteligente, producto del conocimiento de las reses y las diferentes suertes, que permite alcanzar la técnica para resolver los distintos problemas que han de presentarse en el ruedo, ello impresiona nuestro cerebro; el artístico, que nace de lo más profundo del alma, se convierte en poesía y toca las fibras de nuestro corazón; y el valeroso, que insufla angustia y emoción al espectador que siente rondar permanentemente la presencia de la muerte sobre el aguerrido lidiador, a quien pareciera importarle poco la vida. Cerebro, corazón y cojones. Todo torero tiene, en alguna medida, algo de los tres componentes pero, aquél que predomina en él, da carácter a su toreo e impacta en forma diferente a cada aficionado. Si pensamos en la técnica de Domingo Ortega, el arte de Curro Romero y el valor de Chicuelo II, podemos darnos idea de lo que trato de expresar.
Es importante anotar que no todos los toreros son auténticos al momento de mostrar sus cualidades y, muchas veces, tratan de hacernos creer lo que no es. Algunos ejemplos: Una cosa es poseer técnica depurada para hacer el toreo verdad –citando de frente, parando, templando, mandando y rematando cada pase para dejar al toro a la distancia precisa para ligar el siguiente muletazo- y otra, muy diferente, torear con el pico de la muleta que, mantenida en los belfos del toro, le permite dar cuatro y más muletazos, en uno. En ambos casos se está empleando conocimiento y técnica pero para fines muy diferentes.
En el aspecto artístico sucede algo similar pues el muletazo hondo y profundo, enmarcado en una estética impecable, dista mucho de aquel otro en la que el torero aprovecha el viaje del toro y pretende engañarnos componiendo la figura cuando la cabeza del burel ha pasado.
Con el asunto del valor la cosa se le presenta al matador algo más complicado, pues no es fácil aparentar un coraje del que se carece aunque no falta quien se esfuerce en ello, como aquel que hace exagerados desplantes fuera de distancia del toro, sabiendo que este no se arrancará desde allí; si tal cosa sucediera veríamos cómo se le acaba el coraje y sale por peteneras a coger el olivo. También hay quienes se alivian abrazándose al costillar del toro donde las astas jamás lo han de alcanzar. No hay que confundir tampoco el valor con la temeridad. Lo primero es el dominio del miedo en un riesgo calculado, lo segundo, la irresponsable exposición al peligro que, lejos de aplaudirse, debe censurarse.
Luego de estas reflexiones, le propongo amigo lector un divertimento: Tomando como base una escala del uno al diez califique a los toreros en activo, de acuerdo a cómo, cree usted, poseen en su toreo cada una de las tres C. Cerebro: conocimiento de reses y suertes, técnica. Corazón: sentimiento, hondura, arte. Cojones: valor, arrojo, gallardía, vergüenza torera.
Le aseguro que el resultado le sorprenderá pues en él verá reflejado claramente el porqué aquellos toreros de su preferencia son aquellos en los que predomina una de las tres C que es, precisamente, aquella que, sin ser excluyente, es para usted importante. en la tauromaquia de su predilección.
El Juli, Enrique Ponce, Morante de la Puebla, Sebastián Castella, El Cid, Conde, Cesar Rincón y muchos otros, están en la fila esperando que usted les tome examen. Suerte.