La casta desborda y Susana también. Susana, que es amiga mía, desborda por todo. Desborda simpatía principalmente, pero háganse a la idea que desborda en todo, incluso en afición. Hasta en el banco donde trabaja lo saben, pues desborda muy por encima la eficiencia y profesionalidad exigida. En fin, que en cuanto a desbordar hay quien no tiene fin. Mi amiga Susana entre ellos.
Y quien no tiene fin en desbordar, querida Susana, es la sangre santacolomeña de los novillos de La Quinta. No se si estuviste en la plaza, pero hasta tu gran afición se habría visto desbordada. Por cierto, de los días de feria celebrados, incluida la miniferia, el día que menos espectadores se dieron cita. Hasta en eso, se ve desbordada la fiesta. Y es que la casta en los toros está en extinción y la afición que de esto entienda, también. Como no había monoencaste en el cartel y tampoco toreros de corazónrosa, el público, esa masa tonticia que acude -cada vez menos- a la pasarela de los tops model  vestidos de luces, tampoco iba a acudir. Un desborde negativo, pero que deja a las claras la ausencia de verdadera afición. Peor para ellos.
La casta desborda, los toros de casta desbordan. La casta es la casta y es la regla de medir, y mide. ¡Jóder, que si mide!, y midió. Toda la tarde fue una constante medición. Midió, pero fundamentalmente hizo disfrutar a una afición ayuna de la medicina de la casta, que es la medicina que cura cuando uno harto de aguantar borregos y borricas, está a punto de abandonar y llevar sus pasos a otra afición menos adulterada y más satisfactoria. Pero llega la casta y ¡zas!, de nuevo resurge el deseo de ver TOROS con mayúsculas. Toreros ya es otro cantar. Los hay de casta, también, pero es como buscar una aguja en un pajar. La mayoría, sobre todo los jóvenes, sólo han visto dar pases, pero nunca someter. Han visto cómo se hacen ricos unos cuantos ¡y van la tira! por solo sobar a un borrego y ponerse bonitos con él. Esa es su escuela y el espejo donde suelen mirar. Luego llega la casta y así les va.
Sin ir más lejos, en esta novillada de La Quinta, y así les fue. Y no crean que no estuvieron voluntariosos y entregados, valientes e ilusionados, pero faltaba lo fundamental: saber cómo es un toro de casta y cuál la técnica a emplear. Hicieron de todo, lo intentaron todo, -como corresponde a novilleros con ganas de abrirse paso- pero faltaba básicamente el aprendizaje de haber presenciado a maestros con ese tipo de toro, el de verdad. Y no pudieron con ellos, la casta les desbordó. Al escalafón entero, de matadores y novilleros, se les suele escuchar que el día que les embista un toro... Ayer, seis. ¿Y qué?. La casta desborda... y más si no tienes carné de torero, pues solo es habitual, y quieren tener, el de figura. Ese es otro carné, pero no es válido para la fiesta verdadera. Sólo para la adulterada. La que desgraciadamente se sirve hoy en las plazas de toros.  
Pero no crean que todo fue pesar. No, muy al contrario, pudimos disfrutar en muchos momentos de la emoción de la lidia y las suertes ejecutadas en consonancia con la casta y bravura de los oponentes que había enfrente. Hoy es de los poquísimos días que podemos traer a estas líneas el recuerdo de un picador, José Manuel Romero, quien ejecutó un tercio de varas espléndido de emoción y autenticidad. Puso la plaza en pié. Bueno, en pié se vio perfectamente que tendidos ocupan la auténtica afición. Los demás -como este picador no sale en la tele- palmas y gracias. En los tercios de banderillas, también se pudo disfrutar de momentos de riesgo, emoción y autenticidad. Y no uno, sino varios. De ahí nuestro reconocimiento a Curro Javier, José Chacón, Curro Robles y un tirón de orejas a un espabilao Tavira que aprovechando que el compañero se desmonteraba, quiso salir en la tele. Claro que en el pecado llevaba la penitencia y en el siguiente tercio que intervino, clavo los rehiletes en la arena, por ¡listo!.
Susana desborda y la casta también. Esa casta que impidió que Luis González, animoso al mil por mil, estuviera toda la tarde aperreao y aceleradísimo; que Salvador Cortés, al que lo cortés no quita lo valiente, echó valor a raudales, pasándose los novillos muy de cerca, pero sin poderlos someter; que Manolo Martínez dibujó unos bonitos lances en el único que mató y que le persiguió por medio ruedo para hacer presa en él. Todos, terminaron a trancas y barrancas en manos –ellos, sí- de las desbordantes embestidas que no supieron o no pudieron someter. Y es que cuando un toro embiste, al parecer, lo mejor es no estar en la plaza. Donde esté el borrego y la figura, que se quite un toro y un torero. Eso se ha venido a decir en las últimas décadas y ahora es muy difícil la solución. Eso sí, al menos la afición se marchó desbordante de ilusión. Ilusión sin completar, vana ilusión.
No obstante,  a los novilleros se les midió en exceso, se estuvo con ellos muy exigentes, público frío hasta decir basta. Merecieron, al menos, el reconocimiento de su entrega y disposición total. Otra cosa es que no hayan visto nunca otra cosa igual. Esa es nuestra desgracia, pero la suya también. Desde aquí para todos ellos nuestro aplauso más cariñoso. Si quisieran, alguien les podría enseñar y encontrar en la casta una bendición. En esta ocasión, la casta les desbordó. Susana, si no lo viste, te lo he contado yo.