Con este título, alguno podrá pensar que quien suscribe es un antitaurino. Nada mas lejos. Soy un enamorado del TOREO, con mayúsculas; del TORO, con mayúsculas; en resumen, del ARTE DE TOREAR, con mayúsculas también. Sin embargo, tras dilatada experiencia como aficionado y exhaustivo análisis como estudioso de la materia, he llegado a conclusiones que me llevan a afirmar: Los Toreros, todos, ¡al paro!.
Nuestros queridos lectores, si se han tomado la molestia de leerme los artículos publicados en la web, habrán podido observar que un estudio detallado del conjunto de situaciones y comportamientos en el mundo del toro, suele llevar a conclusiones bastantes diferentes que las que nos cuentan a diario o las que nosotros mismos presuponemos superficialmente. Cada cara tiene su cruz. Anverso y reverso forman parte del mismo valor. Adquiere mucha importancia para el público, en general, lo que le queramos enseñar.
Muchos fueron los que ensalzaron al malogrado “Yiyo”, pero pocos imaginaron o imaginan, ni se hicieron la pregunta ¿qué hubiera sucedido si Roberto Domínguez no hubiera tenido un accidente de moto?. Sin aquella sustitución “El Yiyo”, no anunciado en los carteles de San Isidro, no hubiera sido el triunfador de la Feria. Si era tan bueno para ser el triunfador de aquel San Isidro, cómo no estaba en los carteles?. Y si no hubiera sido el triunfador cómo hubiera alcanzado la categoría de figura de aquel entonces?. ¿Quién era responsable de aquella tropelía?. Esta pregunta la realicé a micrófono abierto en un programa de la cadena COPE. Nadie contestó. Nadie responde mientras no haya nadie, crítica, aficionados, público que exijan respuestas. Todo se arregla con el famoso dicho: “el toro pone a cada uno en su sitio”. Con tal de echar la culpa a otro, se la echan hasta al toro. ¡Desvergonzados!.
Hemos hecho este recuerdo, que viene al caso indirectamente, como reflexión de las muchas sinrazones que pueblan el planeta de los toros. La acomodación por un lado, y los intereses ocultos por otro, hacen de nuestra fiesta un coto cerrado que perjudica seriamente a la esencia misma del arte de torear como a continuación intentaremos describir.
Nunca la proliferación ha sido la constante de ningún artista. Ni en la pintura, la música, la escultura, la literatura, etc.. No se conocen cien libros en un año de Antonio Gala; para dar tiempo a componer, Alejandro Sanz deja pasar, a veces, años en la grabación de un nuevo disco. Para poder reflejar lo que se siente, hay que reposar –incluso, repasar- lo creado. Por todo ello, El Toreo, especialmente El Toreo, por ser su ejecución en tiempo real, necesita, mas que ninguna otra faceta artística, de la carga emotiva y necesidad de expresar los sentimientos acumulados del artista, del torero.
No es posible desarrollar las capacidades sensitivas, motivadas por la necesidad de sacar afuera lo que se tiene dentro, actuando a destajo. Quien torea todos los días, no puede dar ni transmitir arte. Más al contrario, cabe la posibilidad cierta de transmitir el cansancio producido. Si bien es posible un rendimiento físico, con o sin ayuda, es imposible, repito imposible, una fuente de inspiración y creatividad artística. El amaneramiento y la acomodación que da la permanente puesta en escena, sin revisar, sin posar, produce una forma de interpretar mecánica, automática. Estos conceptos no pueden estar más lejos del arte. Como aficionados no podemos reclamar que toreen muchas tardes, sino que toreen bien, que interpreten con las fibras sensitivas que lo elevan a Arte de Torear. Pretender considerar El Toreo como un Arte y ejercerlo a destajo, es ofender a todos los artistas que son y han sido en la humanidad.
El aficionado no puede vivir las sensaciones que se desprenden de El Toreo, a través de los contratos que firman o los dineros que ganan, sino de los momentos vividos con la interpretación del artista, que no supone tampoco cortar orejas. El torero más continuado y longevo, Curro Romero, ha sustentado su trayectoria en esta magia que es El Toreo. Nunca, ni de joven, acumulo contratos, pues ello era sinónimo de trabajo. El misterio de cualquier artista es dar rienda suelta a su inspiración creativa y, a ésta, nadie la pone un reloj para fichar a la entrada de la jornada laboral. No se labora, se crea. Y para crear, hasta Dios se tomó sólo una semana. Y de ella, seis días y, después descansó. No se acerca uno a Dios, en lo creativo, toreando más de cuarenta corridas. Menos, más de cien, en donde ya se acerca uno al diablo.
Por todo lo expuesto, y por que siempre los toreros que torean muy poco, demuestran tener las pilas cargadas para dar rienda suelta a lo que llevan tanto tiempo sintiendo y manteniendo la ilusión para sacarlo, para transmitirlo con pureza, -ejemplos de esta temporada: Pauloba, Marcos, Barroso, Bote-, proclamamos la necesidad de evitar que se siga toreando a destajo. También, toreros que se marcharon, tras la ausencia y la pausa, regresaron mejores, más convencidos de su interior de artista puro, véase Antoñete. El paro, traducido en el detenimiento, la pausa, en la búsqueda de los sentimientos hace recuperar la verdadera naturaleza del torero: el deseo de crear el Arte de Torear. No es bueno el paro para los que laboran, pero sí, lo afirmamos con rotundidad, para la creación artística. Por que con ello lograríamos, además, un reparto mejor de las oportunidades, pero, sobre todo, porque como aficionados merecemos lo mejor: El Toreo, que es lo que nos hace acudir a las plazas al margen de las fiestas, proclamamos desde aquí: para mejorar El Toreo hay que espaciar los contratos, por lo que LOS TOREROS, TODOS, ¡AL PARO!.
Como dijo Henri Barbusse “Las cosas pequeñas, si se ponen juntas, son más grandes que las grandes”.