La filósofa colombiana Liliana Bonilla, me confesaba un día que, al amigo, nunca lo buscaba perfecto; pero si le buscaba como amigo y, ese ha sido quizás mi caso para con este personaje de leyenda que, ahora, nos ha dejado para siempre. Se nos ha ido a un mundo mejor Alfonso Navalón y, quiénes le quisimos como en verdad era, bien que lo hemos sentido. Recordemos que, Navalón, en su apasionada vida, supo granjearse los más grandes amigos y, a su vez, los enemigos más recalcitrantes. Amado y odiado, pero con la misma intensidad. De este modo transcurrió su vida. Pero a nadie dejó indiferente. Era el sino de los hombres que, allí donde fueren, eran diferentes y, Alfonso Navalón, lo era.

Yo tuve la fortuna de contar con su amistad y, el pasado año, cuando iniciamos la andadura de nuestro portal, Navalón, no dudó un instante en echarnos una mano. Ahí estará para siempre el debate que nos hiciera, así como la entrevista que tuvo a bien en concedernos, un modelo de vivencias y de sabiduría plena en el toreo. En honor a la verdad, Navalón, era el entregado amigo de sus amigos y, en detractor más sangrante para sus enemigos. ¿Y quiénes eran todos? Pienso que, sus amigos fuimos los que le entendíamos, respetábamos y apoyábamos; mientras que, sus enemigos, sin lugar a dudas, eran todos los que sus críticas no les gustaban. Era difícil su papel y, todo ello se demostró cuando, en su día, para poder lidiar los toros de su ganadería, abiertamente, frente a las pantallas de la televisión, tuvo que confesar que, desdichadamente, había tenido que claudicar en lo que al afeitado de los toros se refiere porque, de lo contrario, no vendía ni un solo toro. Al respecto, como vemos, en su momento, la vida le dio un zarpazo horrible. Se pasó su existencia denunciando a los ganaderos que manipulaban las astas de los toros para disfrute de sus lidiadores y, él, tuvo que claudicar como todos. En aquel momento, por culpa de esta desdichada situación, su estrella se empezó por apagar.
Posiblemente, - y se lo decía a él muchas veces- le perdieron sus formas. Su pasión y enfatización por los asuntos que dirimía, a diario, le abocaban en aquello de buscarse nuevos enemigos. Como digo, eran las formas las que jamás cuidó y, su léxico, en el periodismo lo ejercía como en la vida misma y, ante los ojos del lector, eso era un soberano error. Los modos siempre hay que cuidarlos y, Alfonso Navalón, jamás reparó en esta circunstancia. Si él creía que, fulano, era un hijo de puta, pues no gastaba más palabras que las escritas y, así lo escribía. Me temo que, dicha ofensa, si se quiere hacer, con decirle a uno que es un hijo de la inclusa, me temo que, se ha dicho lo mismo y, el lector, no sale dañado en sus retinas ni, por supuesto, en su corazón de lector aficionado.
Ha muerto Alfonso Navalón y, en mi caso, que tuve la fortuna de quererle y contar con su amistad, no he dudado en retratar al Alfonso Navalón tal como era. Le quise como fue y, lo demás, era toda su responsabilidad y, como tal, así la asumía. Es verdad que, de haber sido otras sus formas, sus logros, hubieran sido distintos. Recordemos que, se le conoció, durante toda su vida, como un apasionado cronista de toros que, como sabemos, tanta gloria conquistó. Pero mucho me temo que, lo que el gran público no sabía era que, tras aquella pluma devastadora con sus críticas, detrás, se escondía un literato genial; un narrador de vivencias que, con toda seguridad, el mundo se ha perdido. Decenas, cientos de artículos, a cada cual más bello, han quedado en el anaquel de la historia para que, un día rescatados, pudieran demostrar toda la grandeza que el alma y el corazón de Navalón llevaban implícitos. Textos llenos de magia y embrujo como, Teresa La Monja, La Barca herida, Volvamos atrás, Un día de campo, Un retazo de historia, Un año nuevo, Un amor apasionado, La historia de un hombre, y miles de artículos que, brotados de su pluma, con toda seguridad, ahora, después de muerto, se empezaran a valorar. En mi caso, al respecto, me cabe el honor de guardar en un archivo hermosísimo, cientos de estos trabajos que, Navalón, en su larga vida, supo obsequiarme.
En el pasado mes de Mayo, en su reaparición en Madrid tras veinte años de ausencia en lo que a sus coloquios se refiere, Alfonso Navalón ya no pudo saborear los éxitos de antaño. Han cambiado los tiempos y, sus formas, como se demostró, no conquistaron a los jóvenes. Coloquios llenos de tristeza que, para desdicha de los que le quisimos, sufrimos, en aquellas noches de Cardenal Belluga, su mismo desasosiego. Menos mal que, en este año y, coincidiendo con la feria del libro de Madrid, por fin, se editó el que resultó ser el libro más genial de toros de cuantos hasta la fecha se habían escrito. VIAJE A LOS TOROS DEL SOL, el libro por antonomasia en donde habla del toro desde las cercanías de las dehesas y, por supuesto, junto a los hombres del campo, llámense ganaderos, mayorales y todos los personajes que, sin lugar a dudas, conforman el mundo del toro en el campo. Cinco lustros se habían cumplido desde que, Navalón había escrito este libro y que, ahora, como gloria final en su vida, vio como lo editaban de nuevo y, como antaño, con un gran éxito. Digamos que, en honor a la verdad, en cuanto a su carrera se refiere, para Navalón, firmar libros por doquier en la feria de Madrid, resultó ser su último y gran triunfo.
Quiero entregar a Alfonso Navalón mi último abrazo, justamente, para toda una eternidad. Como explico, resulto ser en la última feria de mayo en Madrid donde nos pudimos ver y, ninguno sospechábamos que nos encontrábamos por última vez. Mi gratitud al amigo que, en tantas ocasiones, puso su ciencia y su sabiduría en mi favor, entre otras bellas acciones, cuando me prologó uno de mis libros, TREINTA AÑOS Y UN DIA en el que, en dicha historia, tanto supo involucrarse. Periodísticamente, por aquello de defender la verdad, siempre me sentí a su lado. Ahí está el diario Pueblo, Informaciones, La Tarde de Madrid, Tribuna de Salamanca, Talavera Toros y otros muchos lugares informativos que, sin pensarlo y de forma apasionada, me cupo la fortuna de colaborar junto al maestro.
Eternamente, Alfonso Navalón Grande.