Resulta fantástico contemplar el fulgor que resplandece dentro de un recinto taurino por parte del torero y, lo es mucho más, cuando éste ha logrado el entorchado de figura; muy pocos, aunque, algunos, como es lógico, lo han logrado. Esa plaza abarrotada, ese paseíllo a los sones del pasodoble y, ante todo, esa expectación que suele despertar la figura frente a los aficionados que han llenado el coso; todo eso, visto así, hasta parece hermoso. Pero en lo que nadie repara es en el precio que hay que pagar para llegar a semejante lugar.
Fijémonos que, inocentemente, cualquier aficionado podría pensar que, para llegar a la cima de la torería, lo lógico y fundamental sería que, el torero en cuestión supiera de las normas de su profesión y, con oficio y destreza, como en cualquier menester, estaría preparado para lograr la meta propuesta y, de este modo, resolver la quimera que le quitara el sueño desde que empezara su andadura. Pero, desdichadamente, para llegar a figura se necesita una madera especial que, como explico, nada tiene que ver con las condiciones excepcionales que un torero pueda atesorar como tal.
Ciertamente, a la figura, a los que criticamos cada día por sus acciones, en honor a la verdad habría que admirarles porque, es casi un milagro llegar a la cima; como explico, y no precisamente por cuestiones artísticas o de valor. Llegar hasta lo más alto lleva implícito un precio que, decenas de hombres, cientos, a lo largo de la historia, no han sido capaces de pagar y, lógicamente, se han quedado en el camino. Casos como el que ahora voy a exponer, lamentablemente, ocurren todos los días pero, todo el mundo calla; los toreros, por miedo, nadie se atreve a denunciar nada y, los que son capaces de tragar con todo, al final, si la suerte les sonríe, llegan hasta la meta; muy pocos, es la verdad. El resto, por cobardía o por seguir albergando ilusiones, la gran verdad es que todos callan y, al final, como explicaba al principio de estas líneas, sólo resplandece lo bonito y el colorido del espectáculo, aunque detrás de ese “manto” hermoso, se escondan todas las miserias del mundo que, por supuesto, nadie destapará.
La prueba de todo cuanto digo, en esta historia real, tuvo lugar en el año 1967 y, en todos estos años, para desdicha de muchos hombres, se ha repetido sin cesar. Terminaba la temporada El Inclusero que, en dicho año, había toreado casi cuarenta corridas de toros en plazas de muchísima categoría, entre ellas, Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante…….y, cuando su apoderado, Manuel Lozano Martín, en el mes de diciembre, le presentó las cuentas, paradojas del destino, resulta que, El Inclusero, le adeudaba UN MILLÓN DE PESETAS a su apoderado. Con alrededor de cuarenta corridas de toros en plazas de enorme fuste, con la aureola de gran torero que dicho diestro tenía y, que al final de su temporada, acabara arruinado, eso tiene muchas lecturas. Pero la primordial de todas es, la golfería que en dicho mundillo existe porque, como le pasara a El Inclusero –y les sigue pasando a muchos- el tal Lozano Martín, jamás le presentó las cuentas que explicaran las razones por las cuales le había dejado arruinado. Según Manuel Lozano, los sobornos que había hecho a los críticos, superaban, en mucho, los sueldos pagados a las cuadrillas. Conforme certifica El Inclusero,-con sus palabras- Lozano Martín, el que era su apoderado, en dicho año, sobornó a Lozano Sevilla, el que era el crítico de TVE en DOSCIENTAS MIL PESETAS de la época. Ahora, y esto lo digo yo, lo sobornos cuestan millones y, se hacen a diario. Al respecto, El Inclusero, infantilmente, le pidió facturas a su apoderado para que demostrara todo lo que decía y, obviamente, las facturas, jamás aparecieron. La única verdad es que, en aquel año de gloria artística, El Inclusero, de haber caído en manos honradas, podía haberse comprado un par de casas y, como pago, se encontró en la ruina. En aquel instante rompió con su apoderado y, denunció a los cuatro vientos el evento, al tiempo que, con dicha denuncia, comprendía que, por querer ejercer como un hombre, jamás llegaría a figura. Y así fue.
Tengo claro que, ante aquellos hechos, El Inclusero, de haber sido un hombre sumiso a los dictados del poder, con un poco de paciencia, quizás hubiera llegado a la cima porque, entre otras cosas, condiciones artísticas, las tenía, -las sigue teniendo- como nadie. Pero su raza, su hombría y su recto caminar por la vida, le impidieron vivir junto al chantaje al que era sometido. Para colmo, la historia con Lozano Martín, tuvo un final amargo respecto a este diestro. El Inclusero, pese a todo, en la temporada siguiente, le iba pagando a Manolo Lozano la “deuda” que jamás se justificó, es decir, el citado MILLÓN DE PESETAS. Cuando quedaban doscientas mil pesetas por pagar, El Inclusero, por liberarse de una santa vez de dicho personaje, le extendió un pagaré por doscientas mil pesetas que, era el resto de la “deuda”. Según el diestro, su exapoderado se había guardado el cheque y, lo presentó al cobro cuando le vino en gana y, al no haber fondos en aquel momento, optó por denunciar a El Inclusero que, como si fuera un criminal de guerra, a la salida de la plaza de toros de Gerona, quedó detenido y pasó 48 horas en aquella cárcel. Terrible todo aquello y, dantesco de por más. Si a todos los que han firmado un cheque y, a la hora del cobro, no han tenido fondos, a todos, les metieran en la cárcel, construyendo miles de cárceles, no habrían suficientes.
Convengamos que, en el mundo del comercio o industria, cuando alguien extiende un cheque, previamente, éste está justificado con una oportuna factura y, como hemos comprobado, en el mundo del toro, la gente está obligada a extender cheques para pagar sobornos y dispendios que jamás se han justificado. Me temo que, ha quedado claro cual es el precio que hay que pagar para llegar a ser figura; es decir, callar a todo, dejarte manipular, sentirte un muñeco de trapo y, pasados los años, si hay suerte, llegar a la meta. Cuando menos, El Inclusero, le sobró valentía para denunciar los hechos y, aunque no llegó a figura, por su cuenta y riesgo, sin sobornos y con su torería, supo convencer a los aficionados y la crítica honrada que, todos, sin condición, cantaron sus gestas toreras.