En nuestro artículo anterior tocábamos el tema de los indultos y quedaba clara nuestra opinión al respecto. No era una cuestión de públicos, sino de ajustarse a la realidad, y no sólo del reglamento o de los distintos reglamentos, sino del comportamiento de la res.
Al margen de la definición que se le da a la figura del indulto, que habrá de aplicarse en las plazas autorizadas y cuando se den las circunstancias de que el toro haya tenido un comportamiento excepcional o extraordinario en todos los tercios de la lidia queda, sin que se diga, la presunción de que el mecanismo no sea un método de presión o coacción al presidente, a la autoridad en la plaza, para que acceda a la petición, bajo amenaza de que, caso contrario, se produzca un altercado de orden público.
Dicho esto, la primera pregunta que habría que hacerse es ¿si la plaza no está reglamentada para esa decisión, qué razón hay para que el presidente tenga el pañuelo naranja a mano?. Si ese pañuelo no tiene función que cumplir en plaza de tercera, ¿para qué se lleva al palco?. Habrá cosas que se dejen de cumplir, pero la del pañuelo innecesario, “se cumple”. Pues muy bien.
Pues justo nada más que expresar nuestra opinión en el citado artículo, el pasado viernes hubo materia para discernir la citada cuestión. Se dio en Antequera, una plaza de Málaga de tercera categoría. Actuaban los más encopetados diestros del momento: Rincón, Ponce y El Cid. Sucedió que salió el tercer toro, un colorao precioso y de buenas hechuras, si bien ya nadie analizará sus astas, que nadie dice que estuvieran manipuladas, pero tampoco nadie podrá ahora demostrar lo contrario. Es este otro asunto a valorar. A lo extraordinario de la res, habría que añadirle la palpable realidad de la integridad del toro en toda su anatomía. Es esta otra cuestión más creíble, -aunque no del todo- en plaza de primera que de tercera. Baste decir que los equipos veterinarios, por lógica, son gentes más experimentadas en esas plazas a la hora de los reconocimientos. ¿Alguien quiere cuestionar esta razón, no matemática pero sí más tangible, para otorgar más credibilidad para los indultos en plazas de primer rango?.
Y llegó El Cid y disfrutó con las claras y colaboradoras embestidas del toro colorao. Tanto disfrutó, que quería estar toda la vida toreando; suponemos que cualquier otro diestro también. Y se fue a por la espada y por propia iniciativa o por consejo de alguien, siguió toreando y empezó a hacer gestos ostensibles para que fuera calando la idea de que no merecía la muerte. En ese momento se olvidaba ya, el diestro y muy buena parte del público, que el astado por su flojedad solo recibió un picotazo. Y siguió toreando y no hacía intención de matarlo. En los tendidos crecía la petición, si bien, y bastaba dar un vistazo, podríamos asegurar que los que lo hacían ignoraban claramente el reglamento que lo impedía. Era igual, lo importante era movilizar al personal para que defienda lo que desde el ruedo se está defendiendo. Que cunda esa corriente y se vaya haciendo presión al presidente.
Y así siguió. El presidente aguantaba y hasta iba marcando los avisos: uno, luego dos... y en el ruedo proseguía la provocación. No es posible llamarlo de otra manera, pues no se estaba respetando ni la autoridad ni el reglamento que el torero sí está obligado a conocer. Es igual: a lo suyo. Y el presidente claudicó. Sacó el pañuelo, ese que decimos que no sabemos para qué lo llevaba si no se podía usar, y el colorao de María José Barral fue indultado... antirreglamentariamente. Todos contentos... tampoco, pues otros aficionados o público en general tiró almohadillas al ruedo. Serían minoría pero eran los que sí se ajustaban a lo reglamentado.
Y llegados a este punto de la provocación, creemos que por la misma razón se debería provocar a los presidentes, echándoles el público encima, negándose a torear toros inválidos, -que los hay a montón- o con los pitones hechos polvo. ¿Ahí les falta valor, les sobra disciplina militar al susodicho reglamento, o les falta dignidad?. También a mí me da lástima que se tenga que matar a quien con tanta bondad ha colaborado a la recreación del torero, pero más lástima me da que a los toros se les manipule y contra eso ningún torero hace nada. Será por que les venga bien. Al margen de lo reglamentario o no de la medida, no es una cuestión de sentimentalismo, ya que ello significaría indultar más toros que propician los triunfos, sino que habría que definir nuevamente el motivo del indulto.
¿Ser bueno embistiendo a la muleta, es suficiente para merecer el indulto? ¿Es esa la única virtud que se le ha de pedir al toro bravo?. ¿Algún torero utilizará el sistema de la provocación a la presidencia para defender también los derechos de los espectadores?. Los que tengan la respuesta que la den, pues estamos necesitados de decidir si crear una nueva fiesta en el siglo XXI o mantener la que heredamos de nuestros mayores.
P.D. A la hora de poner este artículo, tengo conocimiento de que en el día de hoy se han indultado dos toros más en España: En San Sebastián, uno de Victorino y en El Puerto otro de El Torreón. No he presenciado el evento y no tengo opinión al respecto, pero espero que hayan sido reglamentarios y sin mediar provocación.