Hace años que, las formas y maneras tan particulares para interpretar el toreo por parte de Javier Conde, confieso que me embelesaron; a mi y a muchos aficionados. Javier Conde tiene magia, embrujo, personalidad, arrebato y misterio para parar mil trenes; pero todo esto, de vez cuando, tiene que fluir, de forma concreta, en plazas de reconocida entidad. Dejar fluir esa magia en los pueblos, de cara a un artista, apenas vale nada; por mucho que los del pueblo lo celebren.
Sinceramente, Javier Conde, debería de plantearse muy seriamente su futuro como torero; condiciones, las tiene todas. En esta temporada, son ya muchos los fracasos cosechados y, los empresarios, al fracasado, no lo quieren para nada. Deberá saber Javier Conde que, pantomimas como la que participó en Guijuelo, eso no le sirve para nada; ni siquiera para llevarse un dinero que, dicho sea de paso, de este pueblo, se llevó muy poco pese a que, a la hora de la verdad, lograra un triunfo sin repercusión alguna.
Es verdad que, Conde, tiene menos valor que un monaguillo en misa; pero siempre creímos que, la base de su arte, podría suplir esa carencia de valor que tanto adocena. Su toreo, sin profundidad alguna, se podría sostener bajo el amparo de ese misterio que sabe imprimir a sus faenas pero, como en esta temporada, todo se le viene abajo, en definitiva, ahí están los resultados. Entre otros fracasos sonados, matar seis toros en su Málaga natal, con todo a favor y, cortar una benévola oreja, ello lo dice todo. Malos presagios para un hombre que, repito, en muchas ocasiones, nos ilusionó hasta la locura.
Y escribo todo esto bajo la tristeza de ver que se nos puede perder un artista singular. Convengamos que, Javier Conde no tiene técnica alguna y que, la base de su toreo, desde siempre, se ha sostenido, como explico, bajo los efectos de su magia frente al toro. Nadie torea más despegado que él; nadie cita tan fuera de cacho como este torero. En fin, una serie de circunstancias que, cuando aflora su duende, se disipan, pero si no llega la musa que le acompañe, lo que a veces vemos como “pequeñeces”, se tornan gigantes con mil cabezas. Y, en tono benevolente, me olvido de su espada. No quiero ni pensarlo. Pero la espada jamás me ha preocupado en torero alguno, aunque se de la condición vital de este artilugio. Otros toreros, caso de Curro Romero, mal matador donde los haya, se mantuvo cuarenta años con la base de su arte. Como explico, la espada, puede ser un mal menor si la calidad del torero tiene reconocido prestigio. Pero, a Javier Conde, se le están juntando muchos males y, sería penoso que nos perdiéramos un torero de su clase; nunca un torero profundo, pero si un hombre que, en ocasiones, era capaz de hacernos soñar; posiblemente, nos hacía ver, con su misterio, cosas que en verdad no existían; pero soñábamos con este torero y, los sueños, siempre son maravillosos.
Deberá de convenir Javier Conde que, los empresarios de las grandes ferias, le están dando de lado. Esta circunstancia, por haberla vivido en sus carnes, me temo que no podrá obviarla. Conde y sus gentes, ante todo, deberán de admitir esta dura realidad. En esta temporada, como estamos viendo, Javier Conde se está conformando en acudir a muchos pueblos, sencillamente por los gastos y, ese balance, para un torero calificado como artista, deja mucho que desear. Es triste, muchísimo, ver que se montan innumerables ferias y, los empresarios, prescinden de este torero genial donde los haya. Pero, en su caso, no caben culpables; su única culpa es la que arrastra con su indolencia. El pasado año, como todos sabemos, le perdonamos muchos fracasos porque, al final, supimos de aquella lesión que le tenía maltrecho, hasta el punto de que, muy pronto, cortó su temporada; no podía y, aunque lo lamentásemos, todo el mundo lo entendimos. Lo que no podemos entender es que, en esta temporada, deambule por esas plazas menores sin ilusiones, sin valor y sin garra para lograr el éxito. Y dice todo esto alguien que, en esta temporada, le ha visto triunfar en varios pueblos. Un fracaso, una tarde negra, la tiene cualquiera; lo que jamás puede tener un torero que sueña con la gloria, es una cadena de fracasos consecutivos.
Ojala, como es mi deseo, que estas líneas le sirvieran de acicate para remontar el vuelo al bueno de Javier Conde. A los artistas, en honor a la verdad, les pasa un poco lo que a los padres con los hijos que, por buenos que sean, de vez en cuando, hay que darles un azote para que reconozcan sus errores. Por lo visto a Javier Conde, en su momento, alguien le contó que, eso de “Bronca y gran bronca”, suele crear aureola de cara al artista; y es cierto. Pero semejante circunstancia, en el toreo, cuando menos en los últimos cincuenta años, sólo le sirvió a Curro Romero. Esta claro que, quien le dijo esto a Conde, le mintió como un bellaco. Ahí están las pruebas, sencillamente, la carencia de contratos.