Existe una jerga taurina, tan utilizada en la vida ordinaria, muy rica en matices. Se puede mantener una conversación, de lo que sea, a base de utilizar ese lenguaje tan propio del mundo de los toros. Nuestra querida compañera María Corbacho, nos lo relata en su último artículo a propósito del arte; del arte en el cine. Una directora de cine francesa, se expresaba con gran naturalidad en esos términos tan taurinos y eso la llevó a deducir que el arte encuentra sus fuentes en los mismos lugares.
Bueno, eso decía ella en su artículo, pero yo voy a ir por distintos derroteros. He llegado a la conclusión que de entre las frases y vocablos que se utilizan para definir el resultado de un festejo, ha desaparecido prácticamente la división de opiniones. Eso ha de tener una explicación y es por ello que voy a intentar llegar alguna parte con este artículo.
Lo más común, y lo más deseado, es la oreja: una oreja o dos orejas y, no digamos, dos y rabo. Eso es lo que les gusta a los toreros, a sus representantes, a los públicos en general y seguramente a las empresas. Mas dudoso es que eso guste a todos los aficionados. Los aficionados auténticos son muy suyos y esas concesiones, muchas de ellas y por esas plazas de Dios, saben perfectamente que se deben a distintos motivos, entre los que, más de las veces deseadas, no está precisamente el haber estado muy bien con capote y muleta y, qué decir, de las espadas. Pero queda tan bien eso de una oreja o dos orejas que cualquiera que discrepe es un hereje.
También, en tono menor, gusta la vuelta al ruedo, ovación con saludos, aplausos y palmas, pero casi nada los silencios y los pitos. De las broncas, ya no hay nada y es mal síntoma, pues significa que de los toreros en general pasa bastante el público espectador. En el siglo pasado, hay que ir empezando a hablar y escribir así, hubo muchos toreros que eran abroncados con frecuencia y lo eran pues los aficionados, -antes esos eran muchos más que el público espectador- esperaban de ellos y cuando no quedaban satisfechos con su actuación, los abroncaban sin contemplaciones. ¡Qué tiempos!. No volverán.
Pero volvamos al eje de nuestro escrito de hoy: La división de opiniones. Ésta era fruto del sano enfrentamiento entre partidarios de los toreros o de sus faenas y de aquellos otros que no tenían la misma visión de lo sucedido. Eran frecuentes también estas situaciones y todo era debido a que en la plaza había mucha gente, muchos aficionados y muchos toreros que levantaban pasiones. Ahora, sin esa pasión necesaria para que sobreviva este maravilloso espectáculo, todo es de sumo ordinario, pura rutina en muchas de las ocasiones y al poco interés que despiertan los toreros hay que unir el soporífero comportamiento de las reses que se lidian.
Todo esto concluye en un conformismo absoluto y decadente que en nada invita a dividirse al público presente. Hete aquí que todavía hay una plaza donde esto sucede con bastante frecuencia, y eso que debería hacer sentir que la fiesta está viva, es calificado por los conformistas, en muchos casos, taurinos y voceros triunfalistas como que unos energúmenos y mal educados quieren reventarlo todo. Si eso lo sostienen gentes de menos de cuarenta años, tendrá un pase por no haber tenido oportunidad de conocer otras épocas más vibrantes de la Fiesta; pero que lo sostengan quienes tienen más de esa edad, incluso superen los cincuenta, no solo es sospechoso, sino que es en sí mismo un despropósito.
En las plazas se armaban unas de mucho cuidado. Lo aberrante de tirar almohadillas en la actualidad era casi el pan nuestro de cada día y los toreros se llevaban unas broncas de aúpa. Las divisiones de opiniones en la plaza, que la hacían ese foro que ahora los cursis quieren que sea un “silencio de respeto”, eran un gallinero de tantas y tantas voces como salían de los tendidos y, como consecuencia de ello, la polémica estaba servida. De todo ello se servía la fiesta y las carreras de los toreros adquirían más grandeza, pues eran igual de aplaudidos que criticados. Una fiesta viva y dinámica, donde cabía el dicho taurino de “el quite del perdón” y "el que tiene la moneda la puede cambiar en cualquier momento”.
Todo eso hoy está obsoleto. A los toreros no se les puede decir nada, pues muchos se encargan de llamar de todo a quien se atreva. Un proteccionismo que está perjudicando el verdadero sabor y olor de la profesión grandiosa de torero. Precisamente por lo que representa esta profesión, llena de miedos y riesgos, además de la necesidad de la inspiración, -hoy en desuso ante el ganado a lidiar- los toreros eran fáciles presas de altibajos permanentes lo que hacía que sus seguidores se enfadaran y sus críticos aprovecharan para aumentar la andanada de críticas. División de opiniones que tenían reflejo en el estado de ánimo y de superación de los toreros y que levantaba ecos y ruido ante la sociedad en su conjunto, enterándose de que la Fiesta existía.
Ya no hay división, sólo comodidad; pero tampoco existe fiesta en autenticidad. Ni los toros, ni los toreros ni los aficionados son lo que eran ni lo que deberían de ser. La División de Opiniones se ha quedado en una sección de Opinionytoros.com a la que, por cierto, les invito a participar. Un sitio donde discrepar y discutir pero en serio y en un afán constructivo. Si no lo han hecho todavía, deben de hacerlo. Nosotros no queremos que se pierda la división de opiniones.