Ayer, en el festejo que se llevó al cabo en la Ciudad de Morelia, con motivo del diecisiete aniversario de la Plaza de Toros El Palacio del Arte, escuché los comentarios de gente que no acostumbra acudir a las plazas de toros y la mayoría coincidió en que al presentar un espectáculo tan fraudulento, lo único que hace es invitarlos a no volver a la plaza.
En resumen, la empresa presentó un verdadero circo con ganado chico, sin presencia que parecía que en lugar de toros, había "lagartijas". Lo peor, es que a los toreros no les importa y prefieren lidiar ese ganado sin importarles el "prestigio" de ser matadores de toros.
Sé que no es el único lugar en donde se presenta este tipo de espectáculos y por comentarios, repito de gente que no acostumbra acudir a la plaza, duele pagar un boleto por ver una pachanga, cuando al pagar buscan la emoción de algo que se anuncia como corridas de toros.
Cuando hay toros de verdad, toree quien toree la plaza se llena. Ese es el sabor de la fiesta, simplemente cuando el aficionado acepta que no es capaz de entrar a un ruedo a enfrentarse a un toro, la fiesta encuentra su grandeza, al mismo tiempo de que los toreros se convierten en personas diferentes. Gente que se entrega a una religión y a un sacerdocio tan bello y hermoso del que somos incapaces de entender, pero si de admirar y respetar.
Pero hay “toreros”, que manchan, desprestigian y le faltan el respeto al traje de luces y a la fiesta en general. Por ejemplo, los que actuaron ayer: Manolo Arruza que ha regresado a mostrar un toreo obsoleto y que no tiene nada nuevo que aportar. Un Mauricio Portillo fuera de forma, desgarbado, pasado de peso que ya no puede con "borreguitos". Luis Ricardo Medina, alguien que ofrece un espectáculo desagradable con poses que no quedan y con un miedo tremendo.
Como reflexión a los dos primeros y a muchos otros que les va a quedar el saco: Hay que aprovechar su momento, si no fue así, a su casa a no quitar más puestos.
No es justo. Con espectáculos ridículos como este, la fiesta estará acabada en poco tiempo. Alguien tiene que sacar la cabeza y desalojar a toda esa gente que se empeña en seguir vistiéndose de torero.
Hay que renovar empresas, darle puerta a toreros que ya pasó su momento, darle la bienvenida a matadores jóvenes y a novilleros que merecen la oportunidad. Chavales que vienen preparados, con escuela y que ya, en un principio, se han preocupado por parecer toreros físicamente, para empezar, y por aprender primero una técnica para después encontrarse a sí mismos intentando llegar a un toreo muy personal y distinto que nos haga vibrar.