Por su forma de andar los conoceréis. No es difícil, pero hay que estar muy atento. Los aficionados lo saben y el llamado gran público -más bien “raquítico” público por sus conocimientos- no ha tenido acceso a estas cosas, ya que nadie se encarga de difundirlo y está en desuso entre los coletudos actuales, -casi todos- las figuras todas. Sin embargo, basta con ir despierto a la plaza, abrir bien la percepción de los sentidos y es fácil que te llegue ese aroma a torería. Sin ir más lejos, ayer mismo en Las Ventas. Para la ocasión actuaba un Torero con mayúsculas, llamado Frascuelo y yo tuve la oportunidad de invitar a dos amigos iraníes, Sirous y Pari. Tanto él como ella fueron capaces de percibir los aromas de la torería y eso que era la primera vez que pisaban una plaza de toros.
Si una cultura tan lejana es capaz de distinguir todo lo que supone sentirse torero un hombre en el ruedo y hacerlo llegar a los espectadores, algo debe de estar pasando para que los españoles no sepan distinguir entre lo bueno y lo regular, por no decir malo, que se les ofrece de feria en feria. Sólo se encuentra una razón: la desinformación. Los intereses de algunos han hecho posible que lo que era normal hace treinta años, sea ahora un valor escondido. Es natural, dada la diferencia abismal entre la forma de estar en el ruedo, de sentirse torero unos y otros. Algunos, actuales, solo lo disfrutan -el ser torero- en sus cuentas corrientes. Por eso, no les interesa un público docto y entendido; cuanto más condescendiente e ignorante mejor y para ello hace falta que los Toreros de verdad estén ocultos.
La torería desgranada ayer por Carlos Escolar “Frascuelo” fue un tratado, una lección sin mácula. Lo de menos fueron las dos vueltas al ruedo que dio, alguna por su propia euforia en un día de sentirse tan torero, lo más importante es que todo cuanto hizo estuvo presidido por la torería y no faltó nada más que una mayor fortaleza en los toros de su lote para que el triunfo y el eco de lo que hizo hubiera traspasado todas las fronteras -Irán incluido-. Por sus formas de andar los conoceréis. Y es que, queridos lectores, cada paso que dio en la tarde llevaba impregnado el sabor añejo del toreo, que no es una estética, sino un sentimiento interpretado. De ahí el reconocimiento de artista. La estética acompaña al sentimiento, pero sin él se queda en casi nada. Es la misma diferencia que existe entre el plástico y el cristal. Ambos sirven para contener líquidos, pero es preferible la fragilidad del vidrio y el sentimiento cálido que aporta, que la mayor “perfección” del plástico. Los buenos vinos, como el toreo, se sirven y se degustan en el mejor cristal. Por eso Frascuelo representa el vidrio y figuras de relumbrón sólo alcanzan el sabor del plástico. El espectador debe saber elegir, pero es necesario que le den la opción. Tanto plástico ofrecido en los últimos años hace que se pierda el paladar. Para la afición de Madrid, afortunadamente, no.
Pero no solo estaba Frascuelo en el ruedo, vino bien acompañado y tanto Uceda Leal como Antón Cortés quieren seguir ese camino. Al menos ayer, Uceda recuperó mucho del tiempo perdido en seguir la senda del plástico y retomó el camino del vidrio. He aquí otra cuestión de interés; a los buenos toreros los motiva y estimula alternar con Toreros donde mirarse y ayer era el día indicado. Uceda construyó una faena desigual por las condiciones del toro, pero con un ritmo y una cadencia inusual, llegando a ligar unas series profundas, ajustadísimas pero limpias, donde entre toro y torero no cabía un alfiler. Armonía en su quehacer toda la tarde y el premio de una oreja con pocos votos en contra. Antón Cortés acredita un valor, además de un corte de buen torero, impropio de la gente de su raza gitana, que le hace no desistir ante las condiciones de los toros. Siempre intenta el toreo lento y templado, ejecutado desde la verdad, superando las condiciones de sus oponentes, que no le hacen bajar sus deseos de torear bien.
Los Toros del Puerto de San Lorenzo pecaron de falta de fuerza, noblotes y sosotes, impidiendo que la que fue una tarde para recordar muchas cosas, se hubiera convertido en una tarde para no olvidar. La torería, la elegancia, el buen hacer, la verdad, el sentido de estímulo y motivación estuvo presente en la tarde, teniendo, incluso, ocasión de presenciar la ya lejana imagen del espontáneo, que de milagro salió ileso tras ser prendido de mala manera por uno de los toros devueltos. Hasta en eso, la tarde pareció de otra época. Añorada por cierto, cuando los toreros se hacían ricos por ser toreros triunfadores, no sólo por ser triunfadores vestidos de toreros. Y es que por mucha perfección que le echen a la elaboración de vasos y botellas de plástico, todos seguiremos prefiriendo el vidrio. Por cierto, si los lectores no comparten esta opinión personal, estoy dispuesto a mantenerla yo solo. No pienso abdicar, ese es el motivo de acudir a las plazas de toros: esperar que un artista obre el milagro de permitirnos paladear, en copa de vidrio, el sabor del toreo. ¡Casi ná!.