Una de las variantes de las corridas de toros que se dan cita dentro de un recinto taurino, justamente, con el toro en la arena, son los espectáculos de recortadores; una especialidad que nació en Valencia y que, poco a poco, está ganado adeptos por toda la geografía nacional. Hace unas fechas pude ver un espectáculo completo de esta índole y, quedé fascinado. Como siempre me ocurre, intento hacer el análisis de aquello que he visto y, la situación está clarísima. Habría que explicar, ante todo, ¿qué es un espectáculo de recortadores? Se trata de que unos hombres arriesgados les hagan toda clase de piruetas a los toros. Sale el toro y, el recortador, a cuerpo limpio, se juega la vida con una verdad inusitada. Su única arma, sin lugar a dudas, es la fuerza de su corazón porque, todas las ventajas, obviamente, las tiene el toro. Estos hombres se encargan de quebrarlos con el cuerpo cuando embisten, saltar por encima de los pitones y, girar en torno a sí mismos volviendo loco al toro porque no puede lograr su presa.

Es verdad que, en estos espectáculos, lo que llamamos arte y creatividad, sinceramente, no existe. Pero a cambio hay algo fantástico que diferencia este espectáculo de las propias corridas de toros. Mientras que en las corridas normales hay mucha diferencia de clases, -las figuras matan el burro desmochado y los desdichados, el toro ilidiable- en el espectáculo de recortadores, todo el mundo tiene las mismas oportunidades, los mismos riesgos y, el gran mérito del espectáculo es la supremacía de la verdad para con todo el mundo; ahí no hay trampa ni cartón. Al mismo toro se le hacen todas las piruetas y, justamente, lo tienen que lancear distintos hombres en la arena; uno detrás de otro, claro. Se cambia el toro cuando éste ya está entregado, cansado o derrotado por no haber logrado su presa; pero mientras el toro está en la arena, los recortadores, uno a uno, hacen el juego entre la vida y la muerte con una gallardía extrema.

Confieso sin temor a equivocarme que, dentro de muy poco tiempo, el cartel estrella de todas las ferias del país, sin lugar a dudas, recaerá sobre el espectáculo de los recortadores. Al respecto, hay hombres tremendamente singulares; siento no recordar ahora sus nombres pero, en breve, como digo, les conocerá todo el mundo. Me asombró, como explico, ver una plaza de toros totalmente abarrotada cuando, el cartel, eran seis hombres desconocidos que, sin capote ni muleta, ni por supuesto espada, jugaban con el toro. Pero era un juego fantástico porque, la emoción, como pude ver, está más que garantizada; el riesgo alcanza cotas inimaginables y, de eso saben mucho los toreros que, al respecto, confiesan que jamás saldrían al ruedo de una plaza de toros sin capote o sin muleta. El torero sabe que, sin sus armas, está perdido; justamente a partir de ahí, es donde nace la grandeza de los recortadores que, jugando con la muerte y, a cuerpo limpio, son capaces de crear las escenas más apasionantes entre el hombre y la fiera.

De entre las muchas suertes o piruetas que pude ver que se le hacían a los toros, me sorprendió muchísimo el llamado “salto con pértiga” emulando a los más grandes atletas que, en realidad, hay que serlo. Se trata de citar al toro desde lejos y, con la pértiga o vara en mano, cuando el toro está a la altura del recortador, éste salta limpiamente por encima de los pitones, sobrepasando, lógicamente, toda la anatomía del toro. Espectacular por lo arriesgado del ejercicio que, visto en el ruedo alcanza cotas impresionantes. En realidad, todo lo que le hacen a los toros a cuerpo limpio roza la genialidad. Sin lugar a dudas, el corazón de estos hombres, al margen de tener un cuerpo atlético, está hecho a prueba de bombas. Cierto es que, como explico, la grandeza de este tipo de espectáculos nace, obviamente, desde la más absoluta verdad y equidad para todos. El mismo toro para todos y, el que más cojones tenga, que salga el primero. Y salen muchos los que, con desprecio a la muerte, son capaces de jugarse la vida a cuerpo limpio. Está claro que, el solo hecho de contemplar la verdad frente a un toro bravo; es decir, comprobar el riesgo apasionado que muchos hombres son capaces de correr por satisfacer al público, eso mismo es lo que abarrota las plazas de toros. Como antes decía, esta variante de las corridas de toros será la que, pese a todo, en el devenir los tiempos, logrará que las plazas de toros se sigan llenando de espectadores que, a no dudar, al paso de los años, cada día, logrará tener más aceptación y, a su vez, millones de espectadores que, ávidos de emociones, las encontrarán junto a los arriesgados recortadores que, como se demuestra, la vida les importa poco.