Empieza mañana la feria de Pamplona y, la misma, como tal, es el ejemplo de muchas cosas. Me temo que, ante todo, es la envidia de todas las plazas del mundo, pese a que, muchas de las cosas que allí dentro de dan cita, por supuesto, que no me gustan y, lógicamente, no aplaudo. Pero, pese a todo, si cundiera el ejemplo pamplonica, la fiesta de los toros la teníamos salvada para siempre. Con matices distintos, Madrid y Pamplona son las dos únicas plazas del mundo que se llenan todos los días. Lógicamente, en Madrid examinan y, en Pamplona, dan dinero; dos cosas distintas, con muchos matices, pero válidas a fin de cuentas. He querido decir que, al margen del gentío que abarrota dichas plazas, algo siempre positivo para el devenir de la fiesta, en Madrid y por su feria, los toreros que no tienen la consideración de figuras, tienen que actuar por lo que les quieran pagar y, a su vez, seguir creyendo que, un posible triunfo en las Ventas les catapulte hacia el estrellato. Desde el otro ángulo, un triunfo en Pamplona, apenas vale nada; aunque, en contra partida, los toreros actuantes, desde la figura hasta el más humilde, todos cobran una cifra hermosísima de dinero.
La cara amarga de Pamplona, si así la podemos denominar es que, los espadas actuantes, tienen que jugarse la vida de verdad. El toro es el gran protagonista de la feria y, la pena, como antes decía es que, un triunfo en dicha plaza, apenas cuente para nada en el devenir de las carreras de los diestros. Claro que, como diría el otro, lo que no va en lágrimas, va en suspiros y, el valor que se necesita para enfrentarse al toro de Pamplona, la empresa, es decir, la Casa de la Misericordia, paga con generosidad a todos los actuantes; lógicamente, la figura, exige más dinero; pero los que no son figuras, tras una actuación en Pamplona, pueden comprarse un automóvil de lujo.
La gran verdad de la cuestión a la que aludo, lógicamente, es la masiva asistencia del público a dicha feria; quizás no sean hasta aficionados pero, no importa; para ellos, los nativos y extranjeros, es un rito acudir a los toros y, como tal, así lo llevan a cabo. Ciertamente, buscando el paralelismo de Madrid, no importa quien actúe porque, el coso, se llena por completo todas las tardes de feria, de ahí quizás, la generosidad con la que paga la empresa; y digo generosidad porque, como todo el mundo sabe, en Madrid, no son tan rumbosos. Es verdad que, este coso, se abarrota de gente con ánimo de fiesta, con deseo de jolgorio permanente y, capacidad crítica tienen poca; pero son capaces de mantener viva la llama de un espectáculo que, sin gente, muere por completo. ¿Habrá algo más penoso que una plaza de toros sin gente? Y es lo que ocurre en cada tarde y en cientos de sitios de nuestra geografía; lamentable, pero cierto. Por ello, con virtudes y defectos, tenemos que rendirnos ante la evidencia Navarra. Mientras queden plazas como la de Pamplona, a la fiesta todavía le queda un halo de esperanza; es verdad que, ante todo, a la fiesta la salva Madrid en su feria porque, de no existir dicha feria y sus devenires, a estas alturas, ya hubiéramos tocado fondo.
Es cierto que, como ejemplo, Pamplona lo es de muchas cosas, entre ellas, haber inspirado, en su momento, al gran Ernest Hemingway y que, dicho escritor americano narrara la más bella aventura en tono literario, en torno a la fiesta de los toros. Esta fiesta cautivó por completo al genio de las letras y, fíjense, sólo por eso ya merece un aplauso muy grande la plaza de Pamplona. Es verdad que, en aquel, su periplo español, junto a Antonio Ordóñez y Luís Miguel Dominguín, Hemingway, recorrió toda la geografía española siguiendo a sus ídolos aunque, como explico, resultó ser Pamplona de punto de partida en lo que a la inspiración de dicho escritor se refiere. Muerte en la tarde, el título de su novela taurina nació en Pamplona, por tanto, no podía existir mejor homenaje hacia la fiesta taurina que el inspirado por esta afición, alentó a Hemingway a que, el mundo, gracias a su pluma, admirara la mejor fiesta: LOS TOROS.