En los tiempos que corremos no es baladí el ver la concesión de una oreja y que ésta no la discuta nadie. Ayer en Madrid sucedió tal acontecimiento y el afortunado fue Fernando Robleño. Entregado y serio en la ejecución de las suertes, rocoso y firme en su interpretación, decido y valiente como para evitar cualquier discrepancia entre los asistentes, ya sean aficionados conspicuos o público aplaudidor. Esa y no otra es la manera de ganarse las orejas en la primera plaza del mundo. ¡Ah!, se me olvidaba decir que ante un toro de verdad.
Digamos que ese toro de verdad pesaba menos de 500 kilos, concretamente 491, el mas chico del encierro, que dio en la báscula un promedio de 516 kilos. Naturalmente no fue protestada su presencia, ni la de este ni la de sus hermanos; deshaciéndose una vez mas el embuste de que en Madrid se piden solo kilos. Se piden toros simplemente y estos salieron ayer por toriles. Una vez mas -como los lectores recordarán- los toros visten de cárdeno y oro. Así los cornúpetas de Adolfo Martín volvieron a ser adolfos y no adolfitos como en aquella señalada ocasión en la que los lidió y los mató a medias -uno sí y otro no- el llamado José Tomás. Sabemos que escribimos para gente inteligente que sabe interpretar y por lo tanto no hace falta dar mas datos de cuál fue la razón de los adolfitos. ¿Verdad que no?. Pues eso, ayer adolfos.
En este mano a mano entre dos toreros que se abren paso a golpe de esfuerzo y aprendizaje, la batalla la ganó con diferencia Fernando Robleño, si bien disfrutó de los toros más potables de un encierro que no eran precisamente hermanas de la caridad. Luis Miguel Encabo estuvo entregado toda la tarde, derrochó torería y buen gusto, si bien tropezó con el peor lote. Aún así, mostró menos firmeza y determinación que su compañero, quien estuvo por la labor de triunfar sin condiciones. Lo logró en su primer astado por una faena maciza y llena de autenticidad, llena de entrega y pasándose el toro por donde hay que pasarlo para poderlo dominar. Una estocada a ley hizo que la plaza, que ya le había ovacionado en pie una serie de naturales, se inundara de pañuelos en demanda de una oreja ganada de verdad. Sin discusión. Nada hay mas hermoso para un torero que pasear los trofeos ganados por cualquier tendido sin encontrar oposición. A otros les viene dando igual y a presidentes también, pero esa es otra historia que los lectores conocen sobradamente y que ayer se la recomendábamos al Gobierno para la mejora del I.P.C..
En los otros toros no estuvo mal, pues siguió con la misma entrega y determinación, pero se fue el pitón derecho de su segundo que se prestaba a colaborar para abrir la puerta grande. A pesar de esa vuelta al ruedo, que ya no fue unánime, su trasteo estuvo por debajo de la condición del toro por ese pitón, si bien la estocada fue merecedora de los máximos parabienes. A pesar del esfuerzo en el último por conseguir sumar más trofeos, ello ya no fue posible. Da igual, hemos visto un torero muy rodado y que puede dar mucho más, salvo que le empiecen a dar toritos de carril donde su garra y entrega dejarán de cotizar.
Tarde entretenidísima, donde hablar con el vecino o simplemente encender un pitillo te privaba de ver algo de cuanto de emoción surgía en el trascurso de la lidia. Para que luego digan que no existe la fiesta que demandan los aficionados. Una fiesta auténtica donde los valores están por encima de los intereses. Esa es la única fiesta que debe prevalecer y defenderse. La otra, que se la queden para hacer bolos por los pueblos. Aclaro, los pueblos que se dejen embaucar, naturalmente. Gente y aficionados auténticos existen en todas partes y, además, con la particularidad de que, encima, están más solos. Por eso los defendemos también desde aquí. Para ellos escribimos.